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- Atenas, Jerusalén, Roma…Acrópolis, Gólgota, Capitolio.
Constituye un lugar común -tan asumido que se desvincula de su paternidad- afirmar que los tres grandes pilares que sustentan Europa, y por remisión, la civilización occidental son la filosofía griega, la religión judeocristiana y el Derecho romano. Reseño algunos testimonios, con diversas sensibilidades y creencias, de literatos, políticos, filósofos, teólogos, juristas, en suma, intelectuales, que lo afirman.
Quien primero enuncia, de forma explícita, esta trilogía -en clara expresión gráfica y topográfica-, es el intelectual y poeta Paul Valery. Suele afirmarse, con mucha frecuencia, que al preguntársele ¿qué es Europa? responde con inmediata nitidez: “Atenas, Roma y Jerusalén”. La brillante expresión, presentada como “trilogía”, ha hecho fortuna y se comparte por pensadores de muy distinto cariz intelectual e incluso ideológico.
Encontrando esta cita, así expuesta, en tantísimas sedes, no lograba encontrar una referencia bibliográfica de la misma. Después de bucear, parece que la formulación pudiera ser pronunciada por el poeta en un encuentro informal, si bien su enunciado primigenio presenta una más sólida fundamentación que llevan a una exposición más enriquecedora. En este sentido la síntesis “valeryana” se habría pronunciado en una conferencia que el intelectual galo pronuncia en 1922, con el título Note (ou L’Européen). En el curso de la misma después de describir, y aun equiparar, la identidad europea, a través de esas tres capitales, añade como explicación:
Telles m’apparaissent les trois conditions essentielles qui me semblent définir un véritable Européen […]. Partout où les noms de César, de Gaius, de Trajan et de Virgile, partout où les noms de Moïse et de Saint Paul, partout où les noms d’Aristote, de Platon et d’Euclide ont eu une signification et une autorité simultanées, là est l’Europe (14).
La identidad europea y la crisis del continente y su civilización las había ya denunciado, con la clarividencia que le caracteriza, en un poco conocido ensayo “La crisis del espíritu” publicado en el año siguiente a la finalización de la Primera Guerra Mundial (15). En el mismo sentido, Sánchez Durá señala:
…Atenas como el placer del conocimiento, la argumentación racional y la idea de hombre, medida de todas las cosas. Roma como el poder organizado, el Derecho y el estatus de ciudadano. Y Jerusalén como la moral subjetiva, el examen de conciencia y la justicia universal (16).
Benedicto XVI en su prodigioso Discurso ante el Bundestag y el Bundesrat reunidos, afirma:
En la primera mitad del siglo II precristiano, se produjo un encuentro entre el derecho natural social, desarrollado por los filósofos estoicos y notorios maestros del derecho romano…De este contacto, nació la cultura jurídica occidental, que ha sido y sigue siendo de una importancia determinante para la cultura jurídica de la humanidad. A partir de esta vinculación precristiana entre derecho y filosofía se inicia el camino que lleva, a través de la Edad Media cristiana, al desarrollo jurídico de la Ilustración, la Declaración de los derechos humanos y nuestra Ley Fundamental Alemana, con la que nuestro pueblo reconoció en 1949 los inviolables e inalienables derechos del hombre como fundamento de toda comunidad humana, de la paz y de la justicia… La cultura de Europa nació del encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma; del encuentro entre la fe en el Dios de Israel, la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma. Este triple encuentro configura la íntima identidad de Europa. Con la certeza de la responsabilidad del hombre ante Dios y reconociendo la dignidad inviolable del hombre, de cada hombre, este encuentro ha fijado los criterios del derecho; defenderlos es nuestro deber en este momento histórico (17).
Xavier Zubiri, por su parte, escribe: “La metafísica griega, el Derecho romano y la religión de Israel, aun dejando de lado su origen y destino divinos, son los tres productos más gigantescos del espíritu humano” (18). Ahondando el pensamiento y glosándolo Luis Suarez señala: “La romanidad, con su espíritu jurídico, religioso y militar; el helenismo, que dio la disciplina del espíritu, el ejemplo de la búsqueda de la perfección en todos los órdenes y el cristianismo, que completa el ius al unificar la moral y decidir que a ella debe sujetarse el derecho. Son estas tres condiciones las que explican que Europa haya podido colocarse a la cabeza del mundo” (19).
Europa, señala Brague, es “esencialmente romana”, al ser la síntesis, más o menos estable, de ella misma con Atenas y Jerusalén. Por eso, decir que somos romanos es por ello reconocer que, en el fondo, mucho de lo que tenemos no lo hemos descubierto (20). Y continúa diciendo que Europa es ante todo Roma, no solo por sus propias creaciones e ideas ni siquiera por el Derecho, que es una original y extraordinaria creación suya, sino sobre todo por su “actitud” para convertir en suyos contenidos ajenos y transmitirlos a la posteridad. “La estructura de transmisión de un contenido que no es suyo propio, he aquí, justamente, el verdadero contenido” (21). Roma se extiende en el espacio y se prolonga en el tiempo para conformar una colosal realidad histórica, su prodigiosa civilización. En este mismo sentido de considerar a Roma esencial en la transmisión del pensamiento y la cultura helénica se expresa Francisco Rodríguez Adrados:
Roma es una cultura helenocéntrica… Occidente, influenciado más directamente por Roma, podríamos decir que ha sufrido una helenización de segundo grado. Y todas las demás culturas de la tierra, que están en trance de ser absorbidas por la civilización occidental, sufren, por tanto, una helenización de tercer grado (22).
W. von Humboldt no duda en comparar, bajo múltiples aspectos, a Roma con el cuerpo al que Grecia habría infundido el alma (23). Es evidente que la cultura grecolatina es atemporal y los clásicos aquietan el espíritu de todo hombre. Es conocido cómo Maquiavelo -al igual que la mayor parte de los intelectuales de todo tiempo-, encontraba deleite y descanso en su lectura. Así se expresa en una carta a un amigo:
Llegada la tarde, vuelvo a casa y entro en mi escritorio. En el umbral me despojo de la ropa de cada día, llena de fango y porquería, y me pongo paños reales y curiales. Vestido decentemente entro en las antiguas cortes, donde -recibido por ellos amistosamente- me alimento con aquella comida que es solamente mía y para la cual nací. No me avergüenzo de hablar con ellos y de preguntarles la razón de sus acciones y ellos por su humanidad me responden; durante cuatro horas no siento pesar alguno, me olvido de todo afán, no temo la pobreza, no me acobarda la muerte: todo me transfiero a ellos (24).
Junto a estas tres aportaciones del mundo antiguo, Zubiri añade la “ciencia moderna” para completar el elenco de las grandes creaciones de la Humanidad. Sobre ella Ginzo Fernández ilustra:
Ni siquiera algo tan peculiarmente moderno como la revolución científica es plenamente comprensible sin el recurso al legado de la Antigüedad, pues si bien se lleva a cabo en lucha contra los enfoques aristotélicos y ptolomeicos, se trata ahora de su conocimiento que durante largo tiempo había pasado desapercibido y que sin embargo conecta abiertamente con el espíritu de la ciencia moderna: los atomistas, las teorías heliocéntricas, las aportaciones de grandes como Arquímedes y Euclides…(25)
La filosofía griega, descubre al hombre desde la razón. El Derecho romano, contempla al hombre desde su condición de ser social y ofrece soluciones a las controversias y conflicto que la convivencia, de forma inevitable, ocasiona. Y el cristianismo -religión para los creyentes y pensamiento para los no creyentes-, proporciona al mundo un código moral personal y unas reglas éticas de convivencia social que han condicionado, y siguen haciéndolo en gran medida, la valoración de lo bueno, honesto y recto. En este sentido, resalta Rubert de Ventos:
La explosión se inicia cuando Roma transforma la Ciudad en Imperio. La implosión se completa cuando el Cristianismo riza el rizo de la razón, la retuerce en la escolástica, la eriza en las catedrales góticas y establece las bases de esta Europa… Antes Pablo y Agustín habían descubierto un nuevo paisaje anímico por los griegos ignorado: el de la intimidad, la culpa, el arrepentimiento, la piedad… Las estatuas de los dioses griegos, decía Hegel, nos fascinan… pero no nos hacen caer de rodillas. De todos estos ingredientes, tomados en proporciones variables, resulta eso que se llama ‘lo europeo’… (26)
- Al principio era Grecia
Parafraseando el prodigioso Prólogo del Evangelio de San Juan, y salvando la infinita distancia respeto a lo sagrado, afirmo: “Al principio era Grecia”. Es la cuna de nuestra civilización. He subrayado:
Tres siglos de la Atenas clásica revolucionan el mundo entonces conocido y condicionan la historia de la Humanidad. De su explosión creadora seguimos siendo tributarios. Nuestro pensar, discurrir y razonar se debe, en gran medida, a los filósofos griegos…Casi todas nuestras categorías intelectuales, esquemas racionales y modelos deductivos de argumentación…el respeto por la libertad, el valor de la democracia y el cuidado por la educación… proceden…de la cultura helénica…Leyendo a Platón, conocimos a su Maestro Sócrates y desde su magisterio se nos legó a su discípulo Aristóteles. Con ellos…nos iniciamos en la curiosidad como premisa del saber y nos preguntamos sobre los principales interrogantes del ser humano y del mundo, en reflexión interrogativa y discurrir discursivo acerca de sus causas últimas… (27)
Además, en mi opinión, algún retazo, aproximación o exordio filosófico, a modo de preámbulo, debería preceder en muchas ocasiones al análisis jurídico de la cuestión que los estudiosos del Derecho pretendemos realizar. Y ello lo afirmo desde el convencimiento de que la filosofía, como saber totalizador, es el puntal del que penden las demás parcelas del conocimiento. Por ello en el análisis de las instituciones jurídicas, la sutil penetración en su conocimiento proporciona con frecuencia una base sólida para adentrarse en su adecuada configuración conceptual.
No obstante, Grecia no hubiera transcendido al futuro hasta nosotros sin la asunción de buena parte de sus principios y valores por el mundo romano. La civitas con naturalidad incorpora esos componentes foráneos a su prodigiosa civilización, los convierte en propios y los transmite. Así, fundamentalmente, la filosofía y cultura griegas y la religión judío-cristiana (28). Roma, pues, conquista Grecia y se deja conquistar por ella para irradiar su cultura al mundo conocido y proyectarla a la posteridad. Como subraya Horacio: “La Grecia cautiva cautivó a su fiero vencedor y llevó las artes al agreste Lazio” (29). Así apostilla Allan Poe: “La gloria, eso fue Grecia. Y la grandeza, Roma” (30). Valle-Inclán constata una verdadera absorción al decir:
Fue después, bajo el cielo latino, cuando los poetas, guiados por el hilo de las palabras, tal como sonaban en la pauta griega, quisieron revelar el secreto de un mundo que no sabían ver. Nació entonces el arte bajo el remedo clásico. Pero aquellos hombres míticos, después de arar el pardo regazo de la llanura, de conocer uno a uno sus senderos, como largos relatos, se hacían cetro y conciencia de visión sobre las cumbres.
Y así explica León Alonso este pensamiento teórico y estético valleinclaniano:
El aserto de Valle-Inclán: ‘nació entonces el arte bajo el remedo clásico’, resume un fenómeno ampliamente estudiado y conocido, (designado) neoaticismo, primera manifestación del clasicismo romano, extensible a la creación literaria… la segunda parte de (la cita), contiene el homenaje y reconocimiento a la grandeza de Roma. Efectivamente, en aquellos hombres míticos entregados a la labranza de la tierra –‘el pardo regazo de la llanura’- …conservaban fuerzas para habérselas con la administración de la República, se reconoce a la aristocracia senatorial…miembros de una élite, sobre la que recayó el peso y el honor de cimentar la gloria de Roma. El tomar ‘cetro y conciencia de visión sobre las cumbres’, en palabras de Valle-Inclán, equivalió a elevar la cultura grecorromana a la categoría de cultura universal; y no deja de ser notable que fuera un griego, el historiador Polibio, el más brillante exégeta de la obra civilizadora de Roma, como señala A. Díaz Tejera (31).
epistemai.es – Revista digital de la Sociedad Erasmiana de Málaga – ISSN: 2697-2468
Fernández de Buján F. Genealogía de Europa. epistemai.es [revista en Internet] 2025 febrero (25). Disponible en: http://epistemai.es/archivos/8410