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5. El grandioso y prodigioso mensaje cristiano
El segundo elemento que compone el ser de Europa y la civilización occidental es la religión judeocristiana. Brague, el historiador y filósofo francés antes citado, afirma que, a partir de la asimilación del mensaje cristiano, se forma la “romanidad católica” (32) y que es ésta la que define y delimita la identidad europea. No cabe negar -más que desde la ignorancia o el sectarismo-que el cristianismo borda una parte muy sustancial del lienzo en el que se dibuja el alma de Europa. Puede afirmarse que un porcentaje notable de nuestros valores y principios de comportamiento social están condicionados por el mensaje cristiano.

Juan Pablo II, peregrino en Santiago de Compostela
Nuestras apreciaciones y nuestros juicios a la hora de valorar, para admirar o reprobar, una conducta traspasada de una virtud- la bondad, la misericordia, la rectitud, la caridad trasformada en solidaridad, el perdón, la paz, la mansedumbre-, se ven influenciados por la tradición y el pensamiento cristiano. Es pues imposible hablar de civilización europea sin reconocer, como subraya Weiler, “la centralidad del cristianismo” (33).
Para Hegel el cristianismo se conforma como una de las principales raíces de la cultura europea. superando a la antigüedad grecolatina en la concepción y formulación del “derecho de la libertad subjetiva”. Así afirma que solo desde la doctrina cristiana este derecho se convierte en principio universal de una “nueva forma del mundo” (34).
Asimismo, el cristianismo ha sido fuente de inspiración ininterrumpida de la belleza y condiciona, en gran medida, la estética. Así, un sin número de manifestaciones intelectuales y artísticas -pictóricas, escultóricas, arquitectónicas, musicales y literarias-, encuentran en él su estímulo de tal forma que, durante más de quince siglos, estas geniales creaciones han sido abrumadora mayoría en las aportaciones que producía el ingenio humano en su devenir intelectual, artístico y cultural. Señala Prado Higuera:
El alma de Europa es inequívocamente cristiana, el cristianismo le dio el ser y configuró su unidad, la conversión de Europa tuvo luces y sombras, avances y retrocesos…ha sido un factor esencial en la génesis de la civilización occidental, la Iglesia ha cumplido dos papeles fundamentales a lo largo de los siglos, evangelizó y civilizó, como manifestaba el Papa Pío XI, la Iglesia no evangeliza civilizando, sino que civiliza evangelizando” (35).
Así, y a pesar de su sentimiento anticristiano, Steiner reconoce que:
La idea de Europa está entretejida con las doctrinas y con la historia de cristianismo occidental…Nuestro arte, arquitectura, música, literatura y pensamiento filosófico están saturados de valores y referencias cristianas (36).
- El elocuente eco de la grandeza de Roma
En cuanto al tercer pilar, debemos comenzar afirmando que hablar de Roma es tratar de narrar veintitrés siglos que conforman una gran parte de la historia de humanidad. Para constatarlo sólo hace falta echar cuentas. Suele hablarse aproximadamente de cinco mil años de historia: tres mil antes de Cristo -fecha aproximada en que se data la aparición de la escritura-, y dos mil de era cristiana. Lo anterior a la escritura se denomina genéricamente prehistoria por no disponer de datos con los que podamos referir los hechos acaecidos en ese tiempo primero.
De los cinco milenios de historia, Roma como realidad política ocupa casi la mitad. Datándose su fundación en el siglo VIII a. d. C., Roma como capital del Imperio de Occidente cae en el año 476 d. d. C., como consecuencia de la conquista e invasión de los pueblos bárbaros. En ese momento Rómulo Augústulo, es destronado por Odoacro, rey de los hérulos, que recibe en prenda de su victoria las insignias del Imperio. Ello nos daría un cómputo de mil trescientos años en los que la historia de Roma, sobre todo en las últimas ocho centurias, se confunde, por absorción, con la historia del mundo por entonces conocido. Ya Virgilio marcaba a sus contemporáneos: “Tu regere imperio populos, Romane, memento” (37).
Pero no termina aquí la historia como entidad política, pues: “…una vez caído el Imperio de Occidente…el elocuente eco de la grandeza de Roma es capaz de sonar desde sus propias ruinas” (38). En Europa occidental puede decirse que la mayor parte de los reinos que se constituyen como realidades nacionales, fruto de la desintegración del Imperio, se conforman como continuadores de la realidad romana precedente. Baste como prueba de ello recordar como el propio Odoacro manifiesta su voluntad de ser un mero representante del Emperador de Oriente Zenón, al que remite las insignias imperiales a cambio del título de patricio.
Además, Roma mantiene su presencia histórica como realidad política, sin solución de continuidad, a través del Imperio de Oriente, con capital en Constantinopla. Este Imperio oriental, fuertemente romanizado hasta el punto de no considerarse heredero sino la misma Roma, mantiene las estructuras y la organización romanas hasta su caída a manos de los turcos del Imperio Otomano en 1453. Así, la Historia del hombre sobre la tierra se confunde en más de dos mil trescientos años con la “romanidad” al fundirse la civilización en el crisol de Roma. Considera Escudero:
…la incorporación de los pueblos ibéricos a aquella gran empresa cultural que, protagonizada por Roma, condujo en suma a la creación e Europa y al sistema de valores propio de la sociedad occidental. Sin riesgos de incurrir en exageración, cabe afirmar que cuanto ha acontecido después no es otra cosa que un conjunto de variable, más o menos importantes, a aquella mutación esencial representada por la incorporación de España al mundo romano (39). De nuevo acudo a Ortega para subrayar que en su ensayo “La interpretación bélica de la Historia” nuestro egregio pensador destaca que Europa no hubiera sido posible sin Roma que crea su primer esquema y el cimiento de su organización (40).
Roma comienza siendo una insignificante comunidad política situada en la región central de la península itálica, en el Lazio, situada a las orillas de un río llamado Tíber, a pocos kilómetros de su desembocadura en el puerto de Ostia. Es la época fundacional a la que sus poetas y literatos vuelven para ver una época siempre recordada, por permanentemente deseada.
En este sentido, debe entenderse la bien conocida expresión del poeta Quinto Ennio: “¡Cualquier tiempo pasado fue mejor!” que repetimos sin conocer su genuino origen. Pues, en general, se suele referir a Jorge Manrique que, discurriendo sobre la brevedad de la vida, recita:
Recuerde el alma dormida, / avive el seso y despierte / contemplando / cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte / tan callando, / cuán presto se va el placer, / cómo, después de acordado, / da dolor; / cómo, a nuestro parecer, / cualquiera tiempo pasado / fue mejor (41).
En el sentimiento de remembranza se encuadran también las bellas palabras de Ovidio cuando afirma: “Floreció primero la Edad de Oro, que, de buen grado, sin violencia, ni leyes, respetaba el Derecho y la palabra dada” (42). Ese tiempo bienaventurado lo recuerda, siglos más tarde, Don Quijote al decir: “Dichosa edad y siglos dichosos a quienes los antiguos pusieron el nombre de dorados…” (43).
Desde este humildísimo origen, una pequeña comunidad política urbana bajo la forma de civitas. Roma se va a transformar en una inmensa entidad política territorial como consecuencia de la conquista militar y sobre todo del posterior proceso gradual de romanización, que no es otra cosa que civilización, de los pueblos conquistados.
Este impresionante proceso gradual de expansión material y crecimiento cívico es descrito por Ortega y Gasset, con asombro y admiración, en las bellas palabras con las que inicia su ensayo sobre Historia ascendente, después incorporado a su obra De la Historia como sistema y del Imperio Romano:
La historia política de Roma, de su crecimiento y dilación elástica desde el villorrio rudísimo que fue el Septimontium hasta la urbe imperial y marmórea que edifican los Césares (44), es de un ritmo ascendente tan próximo a la perfección que no parece cosa histórica, sino musical. Se la cuentan a uno y no sabe si está oyendo una crónica o una sinfonía. Por esta razón tiene un valor de paradigma y es, en el más sustancioso sentido del vocablo, clásica (45).
Distingue Mommsen como: “Grecia es el prototipo del progreso humano; Roma es el prototipo del progreso nacional”. Y apostilla Ortega: “Lo primero es cuestionable, porque lo humano no se reduce a las artes y las ciencias, lo segundo, no” (46). Bossuet en su Historia universal señala: “La exaltación de la voluntad; por haber experimentado este sentimiento es por lo que nos interesa la literatura latina”. Explica que Roma contaba ya con más de cinco siglos de existencia y de victorias cuando la literatura empezó a introducirse y añade con fuerza: “La alada musa emprendió su vuelo para acamparse en el pueblo indómito y belicoso de Roma”.

Teatro romano de Málaga
Las creencias y la religión romana son señas de identidad de ese pueblo. Así lo destaca Cicerón: “No hemos vencido a los hispanos por nuestro número, ni a los galos con la fuerza, ni a los cartagineses con la astucia, ni a los griegos con las técnicas, sino con la escrupulosa observación de la piedad, la religión y cierta sabiduría teológica propia de los romanos” (47).
Roma es, sobre todo, un elemento esencial en el proceso de conformación del ser europeo y por extensión de la civilización en la que vivimos. Su pasado mediterráneo -su mare nostrum porque todo lo bañado por él era romano-, es al principio el esbozo y después la consolidación de la historia un subcontinente que comienza a sentir en común y a tener conciencia de unidad. Roma, desde el siglo II a. C., comienza a descubrir, cada vez más, al mundo sus colosales entrañas y éste queda constituido según esquemas romanos. Así, constata Orlandis:
Europa surge sobre…las provincias del Imperio romano emplazadas a lo largo de la ribera septentrional del Mediterráneo, desde el mar Negro hasta las columnas de Hércules y el Finisterre galaico o bretón, el Mediterráneo había constituido el corazón del mundo antiguo. El mar era un nexo de unión entre las tierras, sintiéndose tan romanos Cicerón y Séneca como Tertuliano y Agustín; tan romanas eran Cartago o Hipona como Nápoles o Milán (48).
A pesar de todo lo expuesto, la grandeza de Roma en el análisis comparativo con otras civilizaciones no lo es sólo por su expansión territorial, fruto la conquista militar, que la convirtió en dueña de la práctica totalidad del mundo por entonces conocido. Otros pueblos y civilizaciones gozaron también de este poderío militar y de parecidas extensiones territoriales. Tampoco lo es por su dilación cronológica, pues, aunque no tan dilatada, acaso también podríamos encontrar parangón en la historia.
La principal grandeza de Roma es la romanización. La incorporación de todos los territorios conquistados y de sus habitantes al modo de ser y de sentir romanos. La romanización supuso, en primer lugar, un proceso gradual de incorporación de los habitantes del Imperio, como miembros activos de la vida política de la comunidad romana (49).
Cuando se habla de “civilizar a los bárbaros” en el mundo romano no se está infringiendo ningún mal a los que se civiliza, no se les está anulando su personalidad, sino se les está llevando a la plenitud de su ser, sacando de dentro su mejor potencial e incorporándolos a una civilización que les proporciona beneficios, de los que muchos siglos más tarde se siguen aprovechando.
Roma desde el siglo III a.C. descubre al mundo sus colosales entrañas y lo conforma tanto en el ámbito cultural como en el marco jurídico. Además, la condición de ciudadano romano se adquiere durante siglos por ius sanguinis, no por ius solii. Desde él, quien poseía la ciudadanía romana en Emerita Augusta (Mérida), Italica (en Sevilla), Segobriga (Cuenca), Asturica Augusta (Astorga), Lucus Au-gusti (Lugo), Cesar Augusta (Zaragoza), Malaca (Málaga), Gades (Cádiz), Corduba (Córdoba), Bilbilis (Calatayud) o Tarraco (Tarragona) -por no continuar citando un elenco de más de dos centenares de municipios y colonias en Hispania-, era y se consideraba tan romano como quien había nacido y vivía en la propia Roma.
Es necesario poner de manifiesto, que esta asunción de lo “invadido y vencido” convirtiéndolo en propio -de tal forma que el pueblo conquistado se incorporaba a la vida del Imperio como parte propia-, se debe al proceso de romanización, es decir, de reproducción de la vida de la civitas en los territorios conquistados. La urbs se extiende y expande por el orbe.
Hasta tal punto la romanización es signo visible de avance cultural y cultivo intelectual, que la voz barbari que, en principio, como he señalado, designaba a los “extranjeros”, se acaba utilizando, en sentido peyorativo, para señalar lo “incivilizado”. Roma civiliza todo lo que toca; por el contrario, lo ajeno y extraño a su civilización es considerado, durante siglos, inculto, tosco y primitivo.
Por su parte, el mismo Derecho romano va mucho más allá de ser el origen de Derecho y su elaboración más perfecta. Es también una realidad cultural que interesa a todo espíritu ilustrado.
Siendo el hombre, tal como lo define Aristóteles, zoon politikon, animal político, en el sentido de individuo que vive en comunidad, el Derecho es consustancial a esta vida social: ubi societas, ibi ius. Pues bien, el Derecho, elemento necesario para el desarrollo de la vida social, fue definido por Roma, que entrega de su legado a la Historia de la humanidad. El poeta Carducci dijo: “Tutto ció che é civile egli é romano ancora”.
epistemai.es – Revista digital de la Sociedad Erasmiana de Málaga – ISSN: 2697-2468
Fernández de Buján F. Genealogía de Europa. epistemai.es [revista en Internet] 2025 febrero (25). Disponible en: http://epistemai.es/archivos/8410