La presencia de mujeres en el auxilio a los heridos y enfermos procedentes de Melilla, durante los años 1921 y 1922, se ve engrandecida en Málaga por la actuación de una tercera dama que se añade a las figuras de Pilar Landecho (marquesa de Urquijo) y Matilde Ciminiano, las dos hijas adoptivas de la ciudad que ya he tratado en La Plancheta.
Me refiero a Ángeles Molina y Angoloti, más conocida como Ángeles Molina de Lersundi. A diferencia de sus dos compañeras en la Cruz Roja, su labor no fue reconocida por el Ayuntamiento de Málaga con el título de hija adoptiva; y, además, tuvo que esperar algún tiempo para que el Gobierno lo hiciese de la misma forma que había hecho con las dos citadas en 1921 y 1923, respectivamente, con la concesión de la Gran Cruz de la Orden civil de Beneficencia, con distintivo blanco.
En efecto, no sería hasta el 13 de febrero de 1929 cuando la Gaceta de Madrid publicase un Real Decreto, firmado por Alfonso XIII el día 9 de ese mes, por el que se la otorgaba esta distinción y que decía así:
“Vengo en conceder la Gran Cruz de la Orden civil de Beneficencia, con distintivo blanco, a doña Ángeles Molina, viuda de Lersundi, por su muy meritoria labor altruista, caritativa y humanitaria en pro de los heridos y enfermos del Ejército de África, habiendo fundado en Málaga los Hospitales de sangre Reina Victoria y Bergamín”.
Ángeles Molina llegó a Málaga a mediados de octubre de 1921, acompañada de otra dama enfermera de la Cruz Roja, María Figueroa y Bermejillo, y tres hermanas de la Caridad, con el encargo de la reina Victoria Eugenia de montar un nuevo hospital de esa institución en aquella capital. La expedición salió de Madrid el día 14 en el expreso de Andalucía, en el que viajaban también varias hermanas de la Caridad enviadas a Marruecos para prestar servicio en los hospitales de allí, así como el marqués de la Rivera, secretario de la Cruz Roja Española, que viajaba a Málaga para inspeccionar el hospital que atendía dicha institución en aquella capital, instalado en el Grupo Escolar Bergamín.
Cuando Ángeles llega a Málaga era una completa desconocida para los habitantes de la ciudad. Una prueba de ello es que La Unión Mercantil del 16 de octubre daba noticia de la llegada de la expedición el día anterior, señalando que en el tren expreso de la mañana habían llegado desde Madrid: “el señor Marqués de la Rivera, inspector general de la Junta de Damas de la Cruz Roja, la señora viuda de Torres Ciudin y señorita María de Figueroa, hija del duque de Tovar”. Dos días después el mismo periódico indicaba en sus notas sociales: “Se encuentran en ésta la marquesa de Rusmendez y la bella señorita María Figueroa, hija del duque de Tovar”. Hasta el día 20 de ese mes no relaciona este periódico a Ángeles Molina con el nuevo hospital que se estaba acondicionando en el Perchel para la Cruz Roja, del que venía informando desde dos días antes. Señalaba La Unión Mercantil que la señora de Lersundi e Isabel Roca habían estado de compras para el nuevo hospital previsto en los almacenes de Baena.
Lo cierto, es que cuando Ángeles Molina y Angoloti llega a la ciudad de Málaga era una dama muy conocida en Madrid, cercana a los 60 años y con una larga historia familiar a sus espaldas.
Una red amplia de lazos familiares
Ángeles era hija de José María Molina y Brotons y de Josefa Angoloti y López Merlo, y hermana de Joaquín Molina y Angoloti; nieta por línea materna de Joaquín Angoloti, natural de Cartagena, y de Estefanía (o Estefana) López Merlo, natural de Algete (Madrid). Sus bisabuelos por esta rama fueron Juan Bautista Angoloti, nacido en la ciudad de Murcia, y María del Carmen Ortiz, nacida en Granada, por un lado y por el otro Juan José López Merlo, natural de Algete, y Eulogia Aranda, nacida en Madrid. Era sobrina del senador Joaquín Angoloti y Merlo, que en mayo de 1863 había contraído matrimonio con Carmen de Mesa.
En mayo de 1876 falleció su padre y cinco años más tarde Ángeles contrajo matrimonio con un joven abogado, Ignacio Lersundi y Araquistaín. El novio había nacido en Deva (Guipúzcoa) y era hijo de José Lersundi y Ormaechea y de María Florencia Araquistaín; nieto y sobrino de militares, su abuelo, Benito Lersundi y Olabe, fue brigadier y gobernador militar de San Sebastián; y sus tíos Bernardo y Francisco, llegarían a intendente general y teniente general, respectivamente.
El tío de Ignacio, Francisco Lersundi y Ormaechea, había tenido una brillante carrera militar y política. En el ámbito castrense, contaba con la Gran Cruz de San Fernando y había sido capitán general de Castilla la Nueva, de Andalucía y de Cuba; mientras que en la política había sido primero diputado (desde 1850) y luego senador vitalicio desde 1853 (año de su ascenso a teniente general) a 1871. Además, había desempeñado, en distintas épocas, las carteras ministeriales de Guerra, Marina y Estado (interinamente) y, muy brevemente, la presidencia del Consejo de Ministros. En el aspecto familiar, contrajo matrimonio con Felisa Blanco Guerrero-Zambrano, fruto del cual fueron Francisco y María Isabel Lersundi y Blanco. El prestigio de Francisco fue tal que unos meses después de su fallecimiento, ocurrido en Bayona el 17 de noviembre de 1874, se concedía a su primogénito el título de conde de Lersundi (27 de febrero de 1875), para premiar los servicios paternos, el cual heredaría pocos meses después (1 de junio de 1875) su hermana María Isabel al morir aquél sin sucesión.
Cuando se celebra el matrimonio de Ángeles e Ignacio hacía ya seis años que el general Lersundi había fallecido, pero las crónicas señalaron el parentesco del novio; aún más cuando la madrina del enlace fue su viuda, Felisa Blanco-Victoria, acompañada como padrino del tío de la novia, Joaquín Angoloti. El periódico El Liberal el 18 de abril de 1881, al reseñar el enlace decía de Ángeles: “Hace diez y siete o diez y ocho años fui presentado en cierta ocasión a la madre de la ya señora de Lersundi. Aquella señora era entonces tan hermosa como hoy lo es su hija, y esta hija estaba en sus brazos”. Belleza que ya había ensalzado antes el cronista diciendo de “Angelita Molina”:
“Era una preciosa niña, que la sociedad de Madrid había visto crecer y formarse, presentándose al fin como el tipo de la más superior belleza. Su esbeltez, su distinción, su inocencia, la bondad de su rostro y sus palabras ganaban instantáneamente el corazón… Verla, era sentir hacia ella ese placer desinteresado que nos produce la contemplación en la naturaleza de lo que es soberanamente bello.”
El matrimonio se instaló en el número 17 de la calle Goya, la casa familiar de los Lersundi. Allí falleció al año siguiente la abuela de Ángeles, el 15 de octubre de 1882, según la esquela publicada en La Correspondencia de España al día siguiente de “Estefana López Merlo”, que sería enterrada en la sacramental de San Isidro. Dos años después, el 17 de noviembre de 1884, moría su tía Carmen de Mesa, esposa de Joaquín Angoloti, dejando cuatro hijos: Joaquín, José María, Carmen y Ángeles Angoloti y Mesa.
Para entonces el marido de Ángeles, Ignacio Lersundi, que había ingresado en el ministerio de Gracia y Justicia en 1875, había renunciado a su puesto el 31 de marzo de 1882 y, más tarde, el 27 de octubre de 1884, iniciaba la carrera judicial en el Juzgado de Primera Instancia de Dolores (Alicante). Es de suponer que Ángeles siguiese a su esposo en esa nueva etapa que duró hasta el 17 de febrero de 1888, cuando Ignacio fue nombrado por el 4º turno, previsto en la ley adicional a la orgánica del Poder Judicial, para el juzgado de Alcaraz. Sin llegar a tomar posesión de su plaza inició una vertiginosa serie de cambios de destino, ahora como abogado fiscal, que en pocos meses llevaron a Ignacio a la Audiencia de lo criminal de Logroño (el 16 de marzo), primero, a la de Cartagena (el 18 de abril) y a la de Cáceres (el 17 de mayo); de este último cargo tomaría posesión en junio de ese año.
En el ámbito familiar, en los años siguientes Ángeles sufriría la pérdida de varios familiares, mitigada por alguna alegría. El 4 de mayo de 1890, fallecía en la casa familiar de la calle Goya de Madrid su suegro, José Lersundi y Ormaechea y dos años más tarde, el 14 de julio de 1892, perdía a su tío, el senador Joaquín Angoloti y Merlo. Apenas año y medio después de aquella pérdida, el 1 de enero de 1894, Ángeles e Ignacio asistían al matrimonio de su prima Carmen, la primogénita del recientemente fallecido Joaquín, con el teniente de la Escolta Real Pablo Montesino Espartero, hijo mayor de los duques de la Victoria y futuro heredero de ese título nobiliario. Una muestra de las estrechas relaciones de Carmen con la familia Molina es que el enlace tuvo lugar, en la intimidad, en el domicilio de su tía Josefa Angoloti, viuda de Molina.
Sin embargo, tras ese pequeño paréntesis las desgracias volvieron a hacerse presentes para Ángeles. El 10 de mayo de 1895 era su madre, Josefa Angoloti y López Merlo, la que moría en la casa de la calle Goya. Apenas dos años después de haber enterrado a su madre perdía a su marido, que dejó de existir el 11 de mayo de 1897 en el mismo domicilio que aquella, sin dejar descendencia. Dos días después, la ya viuda de Lersundi acompañaba a los restos de Ignacio en su último viaje hasta Azcoitia (Guipúzcoa), donde serían enterrados en el panteón familiar. Es de suponer que en ese traslado estuviese acompañada por su cuñado, Francisco de Sales Lersundi y Araquistaín, único hermano de Ignacio.
Francisco reclamó la herencia de su hermano, pocos meses después de su fallecimiento, pero esto no significó un enfrentamiento con Ángeles. Por el contrario, la relación entre ambos se estrechó de tal forma que a principios de junio de 1900 ya se anunciaba su próximo matrimonio, el cual se llevó a efecto el día 13 de ese mes, según La Correspondencia de España, en el santuario del Cristo de Lezo, en la población de ese nombre, y según la prensa de San Sebastián en Deva; de una u otra forma la condesa de Lersundi, la citada María Isabel Lersundi y Blanco, actuó como madrina del novio en la ceremonia. Interesados en la cultura y en la música, el matrimonio Lersundi Molina ingresa en la Sociedad Filarmónica de Madrid en 1904, teniendo los números de socio 1.453 y 1.454.
Para entonces su prima Carmen se había convertido en duquesa de la Victoria, al heredar el título, en 1898, su marido Pablo Montesino Espartero por fallecimiento de su madre, Eladia Fernández Espartero y Blanc, duquesa de la Victoria y condesa de Morella desde 1881. El ascenso social de Carmen, que fue nombrada dama de la Reina Victoria Eugenia en enero de 1911, influiría en cierta forma en los futuros desempeños de Ángeles dentro de la Cruz Roja Española.
El cuerpo de damas enfermeras de la Cruz Roja Española
El estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914, hizo surgir en muchos países el interés por crear cuerpos de enfermeras amparadas por aquella institución internacional. En España, la Cruz Roja celebraba en mayo de ese año el cincuentenario de su fundación en nuestro país con una junta general presidida por su nuevo comisario regio, el infante don Fernando de Baviera, tras 21 años sin haber celebrado ninguna. Dos meses después estallaba el conflicto.
En esa junta, o pocos días después, el Infante debió de exponer su intención de crear un Cuerpo de Enfermeras dentro la Cruz Roja española; idea que fue puesta en marcha con la apertura de un curso de enfermeras en los meses siguientes, en 1914, según Marta Más Espejo, o a primeros de febrero de 1915, según la prensa. Lo cierto es que a primeros de junio de este último año se examinaron ante un tribunal las primeras mujeres que se integrarían en aquella institución como enfermeras.
El periódico La Época del día 12 de ese mes, al dar la noticia de esos exámenes, incluía la relación de las aprobadas y recordaba el importante papel del Infante en la creación de enfermeras:
“Desde que se constituyó en su nueva organización la Asamblea Suprema de la Cruz Roja, bajo la presidencia del comisario Regio S. A. R. el Infante D. Femando y la vicepresidencia primera del duque de Luna, fue capital preocupación suya la conveniencia de crear un Cuerpo de adiestradas enfermeras, que estuvieran en condiciones de aportar al desempeño de su humanitaria misión algo más que los impulsos de caridad y bondad, característicamente comunes a todas las damas asociadas al benemérito Instituto: conocimientos, elementales al menos, de las necesidades científicas de la asistencia a heridos y enfermos, y de los rudimentos del arte de curar. = Tímidamente, y sin duda con alguna desconfianza de que tal iniciativa, nacida antes de que estallase la guerra…”
En la misma noticia se aseguraba que había sido necesario hacer un “reglamento general organizando el Cuerpo de Enfermeras de la Cruz Roja” y crear una medalla insignia que, según decía el periódico, había sido ya aprobada por el Consejo de Ministros y estaba pendiente de recibir la sanción del Rey en forma de firma del correspondiente Real Decreto.
Si bien el curso de enfermeras se había realizado en 1915 la creación del Cuerpo se retrasaría hasta 1917, tras dar la autoridad suprema sobre la institución a la reina Victoria Eugenia (por delegación del Rey), en enero de 1916, y crear al mismo tiempo la sección femenina de la Cruz Roja, con el nombre de ‘Asamblea de Señoras de la Cruz Roja Española’, cuyo reglamento interno fue aprobado a mediados de ese mismo año. Los reales decretos que establecían estas medidas contemplaban ya la creación de un cuerpo de enfermeras y apoyándose en ello el general malagueño Agustín Luque y Coca firmó dos reales decretos, de fecha 28 de febrero de 1917, por los que se creaba el Cuerpo de Damas Enfermeras de la Cruz Roja española, se establecía el programa para la enseñanza de dichas damas, el reglamento de recompensas para la Asociación de Señoras de la Cruz Roja Española y el distintivo que usarían sus integrantes. Tanto la creación como el programa de enseñanza eran consecuencia de sendos proyectos presentados al Ministerio de la Guerra por el presidente de la Asamblea Suprema de la institución, previamente examinados y aprobados por la Asamblea Central de Señoras y por la Suprema de la expresada Asociación; el reglamento de recompensas y el distintivo fueron propuestos por la Asamblea Suprema de la Cruz Roja al mismo ministerio.
La aprobación de la Asamblea Central de Señoras de la Cruz Roja había tenido lugar veinte días antes de la firma del decreto fundacional, el 7 de ese mes, en una junta celebrada en el salón de Tapices del Palacio Real. Reunión presidida por la reina Victoria Eugenia que no se limitó sólo a tratar la creación del Cuerpo de Damas Enfermeras, ya que también se decidió convocar un nuevo curso para formar a las nuevas enfermeras, fijando el periodo de matrícula (gratuita) del 9 al 16 de febrero y la fecha de inicio para el 19 del mismo mes.
Las solicitudes fueron numerosas, por lo que al día siguiente de cerrarse el plazo de matrícula, el día 17, la prensa anunciaba una ampliación del mismo hasta el 21 de ese mes, fijando la apertura del curso para el día siguiente. Estaba previsto impartir el curso en la sede de la Asamblea Suprema de la Cruz Roja, en la calle Atocha, 65. Pero la inauguración del curso tuvo lugar, efectivamente, la tarde del día 22 de febrero, en el colegio de Santa Isabel de Madrid. El acto fue presidido por la reina Victoria Eugenia y contó con la asistencia de la reina madre Doña Cristina y las infantas Isabel y Luisa; entre las alumnas del curso presentes estaban Ángeles Molina Angoloti y sus primas Carmen (duquesa de la Victoria) y María Ángeles (señora de Torres) Angoloti Mesa.
En junio de ese año, 178 alumnas, de las 208 que en principio habían iniciado las clases, fueron examinadas por un tribunal médico formado por los doctores Fernando Calatraveño, Juventino Morales (ambos nombrados por la Asamblea de la Cruz Roja) y Miguel Mañero (médico mayor del Cuerpo de Sanidad Militar, designado por el capitán general de la I Región Militar). Entre ellas estaban las tres primas Angoloti, que también se encontraron entre las 132 que fueron aprobadas, por lo que en octubre de ese año debían iniciar las prácticas hospitalarias.
Pocos días antes había fallecido en Madrid, el 29 de mayo, Joaquín Molina y Angoloti, hermano y primo de las aspirantes a damas enfermeras. Pero esa pérdida no fue la única para Ángeles Molina, ya que a principios de noviembre murió su esposo Francisco en San Sebastián. Para entonces las prácticas no habían comenzado y el día 16 de ese mes se anunciaba en la prensa que aquellas se desarrollarían en los meses de diciembre, enero y febrero. Las tristes circunstancias familiares debieron de impulsar a la reciente viuda a abandonar por el momento su formación como enfermera de la Cruz Roja.
Las previsiones se cumplieron y el día 17 de diciembre las aspirantes a damas aprobadas en los exámenes de junio iniciaron sus prácticas visitando la clínica militar de urgencia del Buen Suceso y de forma efectiva al día siguiente bajo la tutela de profesores del Cuerpo de Sanidad Militar en varios hospitales y centros sanitarios castrenses. Una vez terminadas aquéllas, 110 nuevas damas enfermeras recibieron, el 8 de junio de 1918, la insignia y el diploma que acreditaban su condición, en un acto celebrado en el salón de Tapices del Palacio y presidido por la reina Victoria Eugenia. Entre las nuevas tituladas estaban las dos primas de Ángeles, Carmen y María Ángeles Angoloti Mesa.
En noviembre de ese año se anunciaba la apertura de matrícula para un nuevo curso de damas enfermeras en Madrid, el cual se inauguró el 16 de diciembre de 1918 en el nuevo hospital de la Cruz de Roja de San José y Santa Adela, construido en Cuatro Caminos. Según la prensa asistirían a él 97 alumnas, entre las que se encontraba Ángeles Molina Angoloti; seis meses después, el 30 de junio de 1919, recibía los distintivos y diploma que acreditaban su condición de dama enfermera, junto a otras 71 compañeras.
A partir de entonces prestó servicio en Madrid, tanto en el hospital de San José y Santa Adela, en cuya junta estaba su prima la duquesa de la Victoria como en dispensarios. Su dedicación será reconocida al año siguiente, al entregarle la insignia de Dama Enfermera de Primera clase el 28 de junio; distinción que recibió junto a la infanta doña Luisa, la citada Carmen Angoloti y otras muchas compañeras. Ciertamente, parece que Ángeles era una asidua participante en la vida del hospital central de la Cruz Roja en Madrid, en marzo de 1921 está entre las damas enfermeras que asisten a las celebraciones por el patrono del centro, San José, con la presencia de la reina Victoria Eugenia. Volverá a estar presente en la visita de la soberana al mismo centro, el 18 de junio del mismo año.