La memoria geográfica nada tiene que ver con la emocional. Pero a veces estos dos mundos permanecen separados y otras, las menos, se abrazan y protegen del olvido con una firmeza férrea. Lo que conozco de Cuenca es una única entidad que se enhebra en mis recuerdos sin haber perdido un ápice de novedad cada vez que mi retina se refresca en sus paisajes.
Conocer el origen geológico de la serranía de Cuenca ayuda a entender el porqué de su excepcional belleza y singularidad. La formación de su paisaje kárstico se debe a la disolución y/o precipitación de rocas calcáreas. La existencia de pliegues y fallas, junto al efecto de la erosión sobre la piedra da lugar a la formación de relieves cuya estructura está determinada por la disposición de los estratos. De esta organización tectónica se difiere también el trazado de los barrancos y las corrientes fluviales. La zona no es alta montaña pero sí es una de las grandes serranías del país. Les anticipo que van a encontrarse con algo excepcional.
Dejo la preciosa ciudad de Cuenca atrás y en pocos minutos el ‘Monumento al Pastor’ y los últimos campos de girasol, muy escasos por esa parte de la provincia, anuncian ya la entrada a mi zona favorita: el Parque Natural de la Serranía. Al llegar a Villalba de la Sierra escojo, entre las dos posibles, la carretera hacia Tragacete y la Ciudad Encantada (CM-2105). Ignoro a la izquierda, por hoy, el camino hacia Las Majadas y el Parque Cinegético Experimental de El Hosquillo. Queda pendiente para otra visita, con cita anticipada, la posible contemplación de osos y la más que probable de gamos, corzos y ciervos en un parque cuyo nombre procede de la palabra “hosco”, una descripción en línea con su orografía. Me olvido también de las torcas de los Palancares, otra formación típica de esta provincia.
Hay un ligero cambio en el paisaje a partir de ese cruce. El horizonte se inunda definitivamente de pinares y la tonalidad verde se entremezcla con el característico gris blanquecino de la piedra caliza. A poco de empezar a familiarizarme de nuevo con el número infinito de curvas que ya sé que voy a encontrar en este recorrido, en la primera subida aparece un mirador extraordinario que la naturaleza parece haber puesto ahí para ir entrenando la capacidad de admiración humana. ‘El Ventano del Diablo’ es una especie de peña hueca de techo abovedado que está abierta por los laterales, lo que permite una visión extraordinaria del entorno. Tan creativa denominación se debe a que la tradición popular adjudicaba al diablo la facultad de enviar al abismo a todos aquellos que se asomaran allí. A los pies del mirador, casi 200 metros más abajo, un río Júcar modesto en caudal pero intenso en el azul cristalino y la frialdad de sus aguas se abre paso en las gargantas creadas a lo largo de las formaciones pétreas. Aunque la vista humana no pueda distinguirlas desde esa altura, las truchas juguetean, y son muchas, en el discurrir de la corriente.
Al reemprender la ruta, la atractiva belleza de las formaciones rocosas, organizadas en casi perfectas alineaciones limitadas por paredes verticales, añade dificultad a mi tarea de conductora. Resulta difícil renunciar a la admiración de una naturaleza tan exuberante y mantener la concentración puesta en una carretera que, la verdad, no admite distracciones. Unas decenas de curvas más allá y encuentro la desviación que conduce a la ‘Ciudad Encantada’, a la que apenas separan 30 Km. de la capital de la provincia.
Su origen se remonta a 90 millones de años, cuando el área estaba en el fondo del mar de Thetis. Cuando las aguas se retiraron la piedra emergió y empezaron a actuar otros elementos; la lluvia, el viento y el hielo sumados a la diferente composición en minerales de las rocas (caliza magnesífera, pobre en cal, y caliza margosa, con menos magnesio) han ido creado este paisaje de fantasía. Además de la sorpresa de encontrarme con formas gigantes a cual más caprichosa, de mi primera visita juvenil a la Ciudad Encantada guardo dos recuerdos todavía intactos. Unas cuantas fotografías en blanco y negro, en ese acabado mate caracterizado por una superficie rugosa, desconocido ya para muchos milenials, y la certeza de que las ortigas (Urtica urens y no otras) nunca resultan amigables al tacto.
El ‘Tormo”, la imagen simbólica y la más conocida de la Ciudad Encantada, es la primera de las formaciones que se ofrece a la mirada de los visitantes. A partir de ella, la ruta interior de aproximadamente 3 Km. pasa por el ‘Barco”, los ‘Perros’, el ‘Puente’, la ‘Cara del hombre’, la ‘Lucha elefante y cocodrilo’, el ‘Tobogán’, el ‘Mar de Piedra’ y otras figuras más que completan una ensoñación interminable. La vegetación abunda en quejigos, sabinas, enebros, boj y zarzamora. Si el tiempo es bueno, y más si la primavera empieza a imponerse, romero, tomillo o mejorana aportan al ambiente un toque aromático característico. Será por todo eso que siempre me pregunto si soy también parte de un escenario mágico del que no quiero escapar.
De vuelta a la carretera principal, Uña es el primer pueblo que aparece en la ruta y en sus proximidades la ‘Laguna de Uña’ cuyas aguas provienen del arroyo del Rincón, afluente del Júcar, y ocupan unas 15 hectáreas.
A poco de dejar atrás la población y disfrutar por fin de alguna recta, aparecen las construcciones de servicio del embalse de La Toba. En este caso, son el propio Júcar y algunos afluentes los que alimentan las 150 hectáreas del pantano. Afortunadamente, la posibilidad de detenerse en alguno de los miradores permite recrearse en el verde intenso de las aguas y la amigable homogeneidad que crean las copas de los pinares que lo rodean en una orografía cambiante. La carretera brujulea a izquierda y derecha durante algunos kilómetros, bordeando los límites noroeste de un embalse cuya cercanía y extensión dependen, y aquí es muy fácil percibirlo, de la generosidad pluvial del cielo. Retomo la ruta dejando que un doble filtro verdoso acompañe un buen rato mi mirada.
En pocos minutos reconozco a distancia el perfil característico del pueblo de Huélamo. No puedo y no quiero evitar que vuelva a mi mente la letra de la canción Joan Manuel Serrat: “Colgado de un barranco duerme mi pueblo blanco bajo un cielo que, a fuerza de no ver nunca el mar, se olvidó de llorar…”. Tres son las características que debo mencionar de este pequeño rincón. La primera es que fue un importante enclave árabe; de aquella época conserva unas ruinas sobre un montículo, llamado ‘el castillo’, cuya silueta se reconoce fácilmente. La segunda es que la singularidad de la ubicación, en la ladera de la montaña, y su altitud permiten unas vistas únicas hacia el valle y los montes enfrentados. La tercera es que ahí nació mi padre, lo que explica mi afinidad por esta tierra. Si deciden emprender la subida al núcleo del pueblo, o en cualquier otro momento del recorrido, y encuentran algún rebaño de ovejas pastando en los alrededores o cruzando la propia zona asfaltada, no olviden que somos nosotros los usurpadores de su espacio vital.
Retomo la ruta siguiendo siempre el curso del Júcar. La sierra del Agua al este me acompaña en paralelo durante unos minutos. Con reconocimiento consciente no tomo la carretera que se me ofrece hacia ese lado y que, transitando entre pinares capaces de cerrar el cielo y muy poco tráfico, me llevaría en apenas 64 kilómetros a la preciosa ciudad de Albarracín.
Dejo atrás Tragacete y continúo unos 12 km. hasta llegar al ‘Nacimiento del río Cuervo’. El manantial que da origen al río está en una gruta donde el agua brota a borbotones por una rendija de la roca. Para acceder hasta él es necesario recorrer a pie una senda que discurre a lo largo de la corriente. Regueras y cascadas de caudal variable ofrecen un espectáculo que estremece por su belleza. La generosidad de las caídas depende, cómo no, de la pluviosidad precedente y de la época del año. Durante la estación más fría, y allí la nieve no es un fenómeno extraño, lo que se puede encontrar es una multiplicidad de filamentos de hielo de diámetro y grado de congelación variables.
Un paraíso para los amantes del senderismo
La distancia entre Cuenca y el nacimiento del río Cuervo es de tan sólo 80 km. y, sin embargo, las posibilidades de acceso a recorridos a pie de diferente grado de dificultad pero belleza singular son múltiples. De ahí que el senderismo traiga muchos seguidores a estas tierras. Y no es extraño porque este discreto rincón del país es especialmente generoso con la curiosidad de sus visitantes.
En el segmento de 1.000 a 1.500 metros de altura, el paisaje está dominado por el pino negral, que ha sido y es explotado comercialmente por las cualidades de su madera. A esta especie se añaden robledales, entremezclados con carrascales y sabinas albares. En alturas superiores crecen bosques de pino silvestre junto a acebos, tejos, mostajos y robles. Sabinas rastreras y brezos complementan una flora singularmente rica.
La montañosa orografía crea una gran variedad de ambientes que condiciona también la fauna que los habita. Abundan, aunque no sean fáciles de ver para los urbanitas, los ciervos, corzos, jabalíes y muflones, así como la cabra montés. Águilas, gavilanes y azores encuentran en los escarpes más inaccesibles sus lugares favoritos para establecer los nidos. Un universo propio y muy vivo.
El agua, una historia de amor
La naturaleza ha sido generosa con el nacimiento de tantos ríos en la zona. Las sierras limítrofes entre Cuenca y Teruel, y sobre todo los montes Universales, constituyen una línea divisoria entre los ríos que fluyen hacia la vertiente atlántica y los que lo hacen hacia el Mediterráneo, incluida la cuenca del río Ebro. Además del río Cuervo, inician su andadura en esta zona los ríos Guadalaviar (llamado Turia más adelante), Júcar, Cabriel (en la cuenca del anterior), el propio Tajo y algo más al norte el Jiloca.
El Júcar nace a 1.700 metros sobre el nivel del mar, en los Ojos de Valdeminguete, en la vertiente meridional del cerro de San Felipe; un precioso paraje para visitar. La parte alta de su curso, hasta más allá de la propia ciudad de Cuenca, es casi un continuo muestrario de formas cársticas con cañones, gargantas, cuevas y torcas.
Del nacimiento del Tajo se podría destacar sobre todo su modestia. Quizá esconda un cierto simbolismo que el río que recorre nada menos que 816 Km. en España apenas alborote en sus comienzos. Nace en la sierra de Albarracín, a 1.593 metros de altura, cerca también del cerro de San Felipe, en los montes Universales, pero en este caso dentro de la provincia de Teruel.
No me cabe duda que hay una historia de amor entre los serranos y el agua. Sin haber nacido allí, el corazón se me encoje cuando en los años de sequía la extensión mínima del pantano de La Toba testimonia un periodo de escasez hídrica. Esto es siempre un mal presagio para la naturaleza que lo rodea. La riqueza de la flora y la fauna del entorno es enorme y las repercusiones de las sequías muy profundas. Una situación que afecta también a la obtención de energía por medios renovables.
Es característico de los nacidos por la Serranía el referirse a muchos lugares citando la existencia o no de fuentes y la calidad de sus aguas. La frialdad de éstas, para mí extrema, se da por descontado. Cuando alguien del lugar les indique que “el agua está muy fresquita”, queriendo decir que su supuesta frescura les agradará, créanme, en realidad la sensación será cortante y hasta dolorosa. Pero si guardan ese recuerdo en la memoria sensorial también quedará en ella el cristalino destello y la creativa alegría de la más modesta de las fuentes.
Mª Ángeles Jiménez
Farmacéutica y miembro de la SEMA
Fotografías: (a) Mª Ángeles Jiménez; (b) http://www.ciudadencantada.es/es/galerias_medios y (c) Manuela Zaballos