Javier Pérez Frías
Catedrático de Pediatría, Universidad de Málaga
Sociedad Erasmiana de Málaga
Hace cien años Eglantyne Jebb, una mujer que nunca tuvo hijos, fundadora de Save the Children Fund (SCF), percibió que los niños son siempre el eslabón más débil cuando hay guerras y pobreza; el clavo que recibe al martillo.
Mujeres fueron las que levantaron Save the Children y no es casual; ellas son las que cuidan y ellas los ven crecer. La mujer es y siempre será quién nos dé la bienvenida al mundo y, afortunadamente, casi siempre serán los ojos de una mujer lo último que recordemos al dejarlo.

Eglantyne Jebb
En diciembre se cumplieron cien años de la Declaración de los Derechos del Niño por la antigua Sociedad de Naciones, antecesora de la ONU. Es sorprendente la escasa repercusión que ha tenido el evento y, más sorprendente si cabe, el nulo respeto que se tiene hoy día a esa resolución acordada hace un siglo. Y las actuales guerras de Ucrania y Oriente Medio son, entre otras, un desalentador ejemplo.
Ha sido la lectura, digamos que ordenadamente casual, de un excelente artículo (1) del prestigioso colega de las antípodas Trevor Duke -también pediatra-, lo que me ayudó a abrir los ojos sobre el tema, ya que expone nuestra realidad actual en toda su crudeza y pone énfasis en quien fue su principal inspiradora (2).
Mientras trabajaba como captadora de fondos para Save the Children, Clare Mulley encontró una nota escrita ochenta años antes por Eglantyne que decía, con cierta ironía suponemos: “No es que el mundo sea egoísta, es que le falta imaginación, y está muy ocupado”. Desde entonces, se sintió fascinada por su figura y su historia, la de una mujer poco convencional a la que aparentemente no le gustaban demasiado los niños, pero que dedicó su vida a ellos y a promover su concepto revolucionario de los derechos humanos. Escribió su biografia –The Woman Who Saved the Children: A Biography of Eglantyne Jebb: Founder of Save the Children – de donde he recogido bastante de lo comentado aquí (3).

‘The woman who save the children’ de Clare Mulley
Eglantyne Louisa Jebb nació el 25 de agosto de 1876 en el seno de una familia acomodada en The Lyth, Ellesmere, Shropshire (Inglaterra), cerca de Gales. Fue la tercera hija y cuarta de los seis hijos de Arthur Trevor Jebb, hombre de leyes muy interesado en los asuntos públicos, y su esposa irlandesa, Eglantyne Louise, también activista.
Sus progenitores les trasmitieron una fuerte conciencia social con raíces en su fe cristiana. Educada en casa, en un ambiente liberal y con unos padres que estimularon su creatividad y su iniciativa personal, fue una niña curiosa y feliz; le encantaba coger insectos, dar de comer a las gallinas, buscar fósiles, pescar, nadar y disfrutar de la extensa biblioteca familiar. Allí, además, habían convertido una de las habitaciones en un taller donde ella y sus hermanos recibieron clases de carpintería y también aprendieron a trabajar el hierro y el vidrio, con lo que podían fabricarse sus propias herramientas y juegos.
Gracias a las institutrices que tuvieron, aprendió francés y alemán. Criada en ese ambiente progresista, pronto se dio cuenta de las injusticias de un sistema social basado en clases y, siendo aún adolescente, anotó en su diario: “sólo debería existir una clase, la gran clase de la humanidad”.
Las personas que iban a marcar su vida fueron tres mujeres: su madre Tyne, con la que compartía nombre e ideales; una gobernanta alsaciana -Heddie – que, además de enseñarle francés y alemán, le transmitió de primera mano las penosas condiciones en las que vivían sus compatriotas bajo la ocupación prusiana; y Bun, su tía e institutriz, culta, solterona, agnóstica y defensora de la educación superior para las mujeres, en la que recaían las lecciones que aprendía en casa. Con estas maestras de vida podemos entender su ulterior deriva. Aquí no hay mérito. Es el azar que juega su papel de forma caprichosa.
De una poderosa familia intelectual sus lazos con Cambridge eran fuertes. Su tío Richard C. Jebb era profesor de Clásicas, amigo de la familia Darwin y de los fundadores del Newnham College, lleno de mujeres cultas y luchadoras con ideas progresistas.
Con casi veinte años, en 1895, ingresó en Oxford para estudiar Historia; reside en el Lady Margaret Hall, uno de los primeros colleges de la universidad exclusivos para señoritas, finalizando sus estudios en 1898. Pero sintiendo que debe pasar a la acción, hacer algo práctico en ayuda del prójimo, abandona el LMH y recala en la Stockwell Teacher Training para formarse como profesora y después, fiel a sus convicciones, ejerce en Marlbrought -1899/1900– como maestra en una escuela para niños de clase trabajadora, con el objetivo de proporcionarles la formación necesaria para conseguir mayores oportunidades que las que habían tenido sus padres. Demasiado pronto se da cuenta de que ese no es su camino, de que no puede influir mucho en los niños pequeños, experimenta, malgasta tiempo y dinero. Se frustra.
Al poco, cayó en una profunda crisis anímica porque sentía que su quehacer no mejoraba el destino de aquellos niños; “el valor de mi trabajo es nulo, no tengo ninguna de las cualidades que debe tener un profesor” opinaba de sí misma. En sus escritos describe su llegada a la escuela de esta manera: “Cuando abro la puerta cada mañana, me reciben los gritos y sonidos inarticulados de los niños, que me recuerdan a los de los cerditos de las granjas cuando llega la comida”. Decidió dejar ese camino, para el que no se sentía dotada, y buscar otras formas de ayudar a la infancia. En 1900, oportunamente reclamada por su madre, deja las clases y se dedica a su cuidado en Cambridge.
Sin duda a Eglantyne no se le puede escatimar crédito por su obra, pero fue una privilegiada al nacer en el momento en que la época victoriana estaba dando a luz una generación de mujeres, de clase media alta, que siendo religiosas ya no ponían sólo en la fe cristiana el logro de sus miras; en ese sentido eran la ciencia y el conocimiento quienes empezaban a tomar un lugar preponderante como medio para cambiar la sociedad.

Dibujo realizado por la propia Eglantyne Jebb durante su estancia en Oxford
Pero si llegaron lejos fue porque tuvieron apoyo en su entorno. Surgió así en el Reino Unido una plétora de mujeres fuertes y valientes que, gracias a sus privilegios y sin ser revolucionarias ni romper el sistema, pudo abrirse camino con la ayuda de padres y maridos. El movimiento sufragista de principios de siglo XX les dio el empujón final para que arrancara este feminismo de clase alta, pero muy sensible ante la creciente desigualdad producto de la industrialización, en donde Londres sería uno de sus mayores exponentes.
Muchas cosas pasaban en ese Reino Unido post victoriano del cambio de siglo. La feroz industrialización hacía estragos en la clase obrera; los pobres vivían en condiciones terribles y ese nuevo proletariado va a diferir mucho, en lo que a miseria se refiere, del antiguo campesinado con acceso relativamente fácil a una economía de subsistencia. La gran ciudad imponía unas condiciones de vida nunca vistas hasta entonces.
Su madre, viuda desde 1894, se había mudado y la reclama con ella. Entre 1894 y 1910 vivieron ambas en Adams Road, Cambridge. Durante su estancia allí participó activamente en actividades benéficas, uniéndose a la Charity Organisation Society (COS). Dorothy, su hermana, inició estudios de Economía con Alfred Marshall y empezó a implicar a la familia en su trabajo. Los lazos se estrechan. Economistas y politólogos influyen en las ideas de Eglantyne que conoce y frecuenta algunos COS para sentirse útil. Tras su fracaso como maestra la desesperación y el hastío se apoderan de ella; joven como es no tiene paciencia suficiente para entender que, a veces, el tiempo es el mejor aliado a la hora de buscar una profesión.
Se considera mediocre e inútil al lado de lo que ve. La recomiendan para que trabaje con Florence Ada Keynes en el COS de Cambridge, una excelente oportunidad para conocer de cerca el lado oscuro de una ciudad, en donde conviven el esplendor académico y aristocrático de sus fachadas con la miseria más absoluta de sus callejones traseros. De sus experiencias, y por sugerencia de Florence Keynes obtuvo material que plasmó en su libro Cambridge: A Brief Study in Social Questions. Este hecho cambiaría su vida para siempre; y de una forma mucho más profunda de lo que ella misma imaginaría. También comenzará una historia de amor que jamás olvidó. En el COS Eglantyne conoce a Margaret Keynes. Y se enamoran.
Sin embargo, es infrecuente que las historias sobre ella la retraten como lesbiana. Un texto que sí lo hace es la biografía de Clare Mulley publicada en 2009. Según sugiere Mulley, gracias a su colaboración con la COS, Eglantyne descubrió el amor: se enamoró de la hija de la señora Keynes, Margaret. La mayoría de las cartas entre la fundadora de Save the Children y su amiga fueron quemadas, para borrar lo que podría suponer una relación lésbica cumbre dentro de la historia LGBTQ+ local de Cambridge. Perdura, no obstante, una extensa correspondencia fechada entre 1907 y 1912, que confirma este romance que sería la relación más duradera de la activista. Pero aquella historia no llegó a buen puerto porque Margaret, siguiendo los dictados de la época, acabó casándose.
Se conocieron en 1903 a través de la madre de Margaret, Florence Ada Keynes –concejal y más tarde alcaldesa de Cambridge- responsable del COS, quien se la asignó como ayudante para preparar y leer su encuesta social, que terminó en 1906. En 1908 se convirtió en su asistente en prácticas en el Registro de Empleo para Jóvenes, bolsa de trabajo local gestionada por la COS. Su amistad floreció y continuó incluso después de que Eglantyne dejara su trabajo por problemas de salud en la primavera de 1908, dejando a Margaret como sucesora.
epistemai.es – Revista digital de la Sociedad Erasmiana de Málaga – ISSN: 2697-2468
Pérez Frías J. The White Flame. Cien años de la declaración de los Derechos del Niño, 1924-2024. epistemai.es [revista en Internet] 2025 junio (26). Disponible en: http://epistemai.es/archivos/8756