Ocurre –no sólo en español– que un término originario de un idioma es adoptado por otros y, tras adaptarlo al nuevo entorno lingüístico, vuelve a casa (su lengua de procedencia) tan cambiado que ya no se reconoce como propio. Es como si fuera hijo de otros padres. «Cualquier lengua, por sana que esté, acaba sufriendo el empacho de las muchas cosas mal digeridas, que el organismo –valga la socorrida metáfora– se niega a asimilar», dice Emilio Lorenzo en su sabroso volumen sobre Anglicismos hispánicos (Madrid, Gredos, 1996, p. 19), que en gran medida nos servirá de fuente abundante de material y sugerencias para este y otros artículos.
Comparaba Unamuno el inglés y el alemán y decía del primero que «…es una lengua de presa, que toma las palabras donde las encuentra y con sólo pronunciarlas a su modo las hace propias» (Miguel de Unamuno, «El inglés y el alemán», Obras completas, IV, La raza y la lengua, Madrid, Escélicer, 1968, p. 533). Y en otro capítulo de ese mismo libro reflexiona así «Sobre un diccionario argentino» (II, p. 608): «Y volviendo a los neologismos individuales […] Desde hace algún tiempo se ha puesto en circulación el término “encuesta” (sic) para lo que los franceses llaman enquête, una inquisición que se hace dirigiendo a varios sujetos un interrogatorio. La voz es de abolengo, pero no en esa forma, sino en esta otra: “enquesta”, sin que la u suene. Del verbo requerir tenemos requisición, requisitoria y requerimiento; de adquirir, adquisición; del antiguo conquerir, conquista; de inquirir, inquisición. Y por analogía podemos formar de inquirir o “enquerir”, inquirimiento, inquisitoria, inquisición, y al modo de conquista, inquista o enquista y aun enquesta, pero nunca encuesta. No se dice “concuista” ni “adcuisición”. ¿De dónde salió, pues, esa equivocación de hacer sonar la u muda de “enquesta”? No lo sé, pero seguro que es de origen individual». Y de padre desconocido –añadimos–. Un ejemplo más que justifica el título de nuestro artículo.
Imaginamos la cara que pondría un francés si oyera que los españoles hemos recibido una bofetada de su buffet… ¿Así, sin más, del cajón del ‘aparador’ o abriendo la puerta de la ‘alacena’? Ah, no. Eso habría sido muy fácil y además llevaría el ADN tan claro que no sería difícil hallar su filiación y dar con su paternidad. Ha habido una celestina inglesa de por medio… Sin embargo, nosotros mismos, habiendo acogido el término bufé / bufet, ‘plato de libre disposición’, incluso ‘bufete’ (de abogados, por sinécdoque del buró (<fr. bureau) o bufete, ‘mesa con cajones’) tampoco lo relacionemos espontáneamente con ‘bofetada’, a pesar de su mínima adaptación ortográfica y semántica –la mayor diferencia con el original es fonética–.
Según A. Dauzat, J. Dubois y H. Mitterand: Nouveau dictionnaire étymologique et historique, Paris, Larousse, 4e éd. 1971, se desconoce la procedencia del vocablo buffet. Se sabe que aparece por primera vez en 1268 como ‘mueble actual’. Le Petit Robert (1977) explicita –traduzco– que se trata de un mueble de cocina o de comedor donde se recogen los platos y los cubiertos, y, por extensión, la mesa en la que se despliegan platos fríos, pasteles y bebidas con ocasión de una recepción. Dauzat et al. añaden que a finales del XIII buffet da un derivado, buffetier, relativo al oficio. Le Petit Robert, más explícito, habla de un buffet de gare, algo así como una cantina de estación, a cuyo cargo estaría el buffetier, el cantinero. Y, por último, Dauzat et al. concluyen la entrada con la aparición en 1558 del verbo buffeter, con el significado de ‘robar el vino de una carga’. Como ahora ocurre en España con el aceite.
Así que de Francia nos viene el bufé, pero la ‘bofetada’ nos llega de Inglaterra. El ya citado Emilio Lorenzo (1996: 132) arroja luz sobre la excursión inglesa de dicho vocablo y cómo en dicho ambiente empieza por travestirse fonéticamente en bAfit, y semánticamente en ‘puñetazo’, ‘manotazo’. Y añade algo que sorprende hoy, por desaparecido, como es el término español bofete (documentado ya en el s. XV), del que directamente deriva ‘bofetada’. Así lo confirman el Concise Oxford Dictionary (COD, 1976) y el Gran Diccionario Larousse Español-Inglés de R. García-Pelayo y Gross (1984), que añaden el significado figurado de ‘golpe de mala fortuna’. Así que, ¡ya es cambiar, ya! Ni siquiera en francés, su lengua original, se recoge el valor de ‘golpe ligero’ que dice E. Lorenzo haber perdido. Sea como fuere, la bofetada ya no nos la quita nadie.
Claro es también que los barbarismos no invaden ninguna lengua, si no se los invita. El comentario es de Fernando Lázaro Carreter, lo recuerda Emilio Lorenzo y yo lo traigo a colación por su oportunidad. A simple vista ningún español reconocería la naturaleza hispana de hoosegow (<esp. juzgado) o buckeroo (<esp. vaquero), transcritos ortográficamente a la inglesa por las bravas. Antes bien, me veo a mí mismo echando mano del diccionario y sorprendiéndome de ver que el Concise Oxford Dictionnary califica al primero de slang (argot), lo traduce por ‘prison’ (cárcel) y lo justifica como español americano ‘juzgao’, del español ‘juzgado’, y éste del latín judicatum, participio pasado de judicare. En cambio, ninguno de los diccionarios citados recoge buckeroo. En cualquier caso, ni el primero sustituye a la court of justice, ni el segundo a cowboy. Probablemente porque ninguno de ellos ha pasado con su significado original y, lo que es peor, ni facilitan el aprendizaje del inglés a hispanohablantes poco avisados ni contribuyen a su comprensión.
Pero el Oeste americano se asocia en nuestro recuerdo a una de sus principales leyendas: los búfalos pastando libres en sus inmensas praderas y el circense personaje asociado ellos, el tal Bill. Y aunque la imagen del mítico animal aparece nítida en nuestra memoria, la historia de su nombre no ayuda a definirlo. Todos los diccionarios que tratan su etimología (DRAE, Corominas y otros…) recurren al griego ‘búbalos’ (βούβαλος), que, a pesar del radical –boú- no significa buey, sino ‘antílope’. Pero al buscar éste en los mismos diccionarios, encontramos su recorrido evolutivo fonético (del fr. antilope, este del ingl. antelope, este del b. lat. antilops, –opis, y este del gr. ἀνθάλωψ, ἀνθάλοπος anthálōps, anthálopos), pero referido al «nombre de un animal mal conocido o fabuloso» (DRAE en línea). En otras palabras, si el búfalo es un antílope, y éste es un animal de fábula, se nos pone la misma la cara que con la bofetada.
El Concise Oxford Dictionary (1976) en la voz Buffalo –que traduzco– distingue «tres tipos de bueyes (ox): Bubalus bybalis de Asia, Sincerus caffer de S. África, y Bison bison de N. América.» Y en una extensión de la segunda acepción, habla de Buffalo grass, antiguas praderas libres donde pastaba dicho animal. Y en la voz Antelope –traduzco–, «animal rumiante semejante al ciervo, por ejemplo, gamo, gacela, ñu…». En otras palabras, el búfalo asiático es el conocido también como ‘carabao’, de cornamenta y tamaño semejantes al africano ‘búfalo cafre’, pero distinto a éste por su afición al agua (cf. Búfalo acuático). Por último, el ‘bisonte americano’ es idéntico al hallado en las pinturas prehistóricas europeas, también conocido como bison bonasus, que hoy –rescatado de los zoológicos, tras su grave riesgo de desaparición– vive libre en los bosques polacos. Por último, el DRAE en línea, en su segunda acepción de ‘búfalo’ recoge: «Bisonte que vive en América del Norte.» Por cierto, el término ‘bisonte’ es de origen germánico, a través del latín bison -ontis (DRAE en línea).
Si el Diccionario de Oxford define al espécimen americano como ‘bisonte’ –y a todas luces coincide con el estándar–, ¿de dónde le viene el nombre de ‘búfalo’? Emilio Lorenzo, en su citada obra (1996: 42) dice que «la f del latín dialectal, en vez del lat. clásico būbalus, existe en casi todas las lenguas románicas, que muestran significados diferentes. En griego significaba ’gacela’, en italiano bufalo es un tipo de ganado vacuno, de donde procede el francés buffle. El buffalo francés (= bison d’Amérique) se registra como anglicismo, pero en inglés americano buffalo está tomado, según los etimólogos, del portugués bufalo, hoy bufaro».
Así las cosas, consulto mi Diccionario Académico de Português/Espanhol, (1983) y constato con sorpresa que sólo recoge bufalo, pero no bufaro. ¡Dios mío! ¿Del portugués, que en América nunca superó los límites geográficos del Brasil? Pues sí que… Pero eso no impide al icónico animal –o mejor, a su denominación– tener descendencia: el inglés buff tiene dos significados principales. Uno, como ‘entusiasta’ (a movie buff, una película buff; a word buff, una palabra buff). Y otro, como ‘desnudo’: «una persona –traduzco– que está in the buff, está desnuda» (Martin Manser, Get to the roots. A dictionary of words and phrase origins, Nueva York, Avon Books, 1992, s. v. buff). Y lo explica así –sigo traduciendo–: «aquí buff era originalmente la piel de búfalo sin teñir. A causa de su color claro pálido, el término se aplicó a la descripción de la piel humana». ¡Lo que da de sí el Oeste! Y sobre todo la manía inglesa de apocopar todas las palabras que superen las dos sílabas…
Quintín Calle Carabias
Doctor en Filología Moderna, profesor titular de la UMA y Presidente de la SEMA
epistemai.es – Revista digital de la Sociedad Erasmiana de Málaga – ISSN: 2697-2468
Calle Carabias, Q. Hijos bastardos del idioma. La deriva insospechada del lenguaje. epistemai.es [revista en Internet] 2024 febrero (22). Disponible en: http://epistemai.es/archivos/7101