La extraña tarea nutricionista del general Primo de Rivera

 

Durante su etapa de dictador, el general Primo de Rivera realizó una actuación, que podemos calificar de político-dietética, muy poco conocida pero que no deja por ello de resultar hartamente singular. Probablemente los lectores podrán quedar algo perplejos al comprender de qué forma y manera el dictador pretendía organizar asuntos tan populares, tradicionales y arraigados como son las costumbres alimenticias de los españoles.

En el diario La Vanguardia en su edición del 9 de octubre de 1929, aparece un artículo firmado por Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, con el que se inició seguramente su oficio de escritor, que llevaba por título Comentos económicos y políticos.

El general Primo de Rivera en Donostia en 1927 (1)

El artículo en cuestión encarnaba un crítica férrea y profunda al número y horario de las comidas de los españoles, que trataba Primo de Rivera de reducir a una sola, a media tarde, con objeto de prevenir el exceso de peso y estimular el ahorro. Ambos objetivos de un solo trazo.

No tuvo oportunidad de ver cumplida su propuesta, porque poco después, el 30 de enero de 1930, caía la Dictadura por la dimisión como presidente del Gobierno de España del propio Primo de Rivera.

Posiblemente el panorama político nacional empeoró no sólo a causa de los pronunciamientos militares, de conspiraciones y revueltas estudiantiles, sino también porque los españoles valoraron muy razonablemente los períodos de ayuno forzado a que iban a ver abocados un tanto inocentemente.

Como el artículo en cuestión se comenta por sí solo, estimo útil reseñar algunos párrafos.

“El plan de vida en España de las clases medias y pudientes es disparatado. La comida o almuerzo, que no se sabe bien lo que es ni como llamarla, de las dos y media o tres de la tarde, y la comida o cena de las nueve y media o diez de la noche, son un absurdo y un derroche y una esclavitud para la servidumbre doméstica, obligada a trabajar casi hasta las doce de la noche, hora en que se apagan los fuegos y se levantan los manteles”.

“Bastaría solo una comida formal, familiar, a manteles, entre las cinco y media y siete y media de la tarde y después, los no trasnochadores, nada, los que lo sean, un refrigero. Y antes, un pequeño almuerzo o desayuno de tenedor a las diez y media y once y media, y los madrugadores podrían anticipar, de siete y media a ocho y media, una taza de café. Tal sistema, mucho mejor para la salud, y previsor de la obesidad, ahorraría luz, carbón y lavado de mantelería, dejaría libres unas horas de la mañana, y otras de la primera noche, permitiendo que los espectáculos se desarrollaran de nueve a doce de la noche. Sería cómodo por igual para el trasnochador y madrugador, nos pondría al compás y tono de Europa y tendría otras muchas ventajas, pero a él se oponen, de una parte, los protestantes de todo, los incapaces de sacrificar nada al bien colectivo, a un tiempo rutinario y egoístas, que no aceptan la menor molestia, y, de otra, la aristocracia dorada que vive muellemente…”

“Acaso la Dictadura, en su momento inicial, debió acometer este problema, pero, por otra parte, es tan racional que se resuelva de modo parecido al indicado, que parece lógico confiarlo por entero a la ciudadanía, si la razonable sabe librarse de la coacción de los rebeldes. De todos modos, nunca es tarde si la dicha es buena, y todo ha de ser cuestión de voluntad y perseverancia. Perseveremos”.

 

De todas formas, no se comprende muy bien la obstinación nutricionista de don Miguel, que ya tuvo simbólicamente algo que ver con la ciencia médica cuando el escritor Joaquín Costa le calificó de cirujano de hierro. No se comprende bien, dada su fama de sinceridad, que aquí choca con la incoherencia sobre lo que escribe y lo que hace, toda vez que, sabido es, su diabetes se vio agravada por los excesos gastronómicos que derivaron en una alarmante obesidad. Y que no debió regar mal sus copiosos manjares nos lo indica lo acontecido el 14 de abril de 1929, antes de publicar el artículo en cuestión, cuando en una manifestación progobierno, un estudiante lee el siguiente soneto acróstico, que satisface tanto al general que lo inserta en el diario La Nación.

Dice así:

Paladín de la patria redimida

Recio soldado que pelea y canta

Ira de Dios que cuando azota es santo

Místico rayo que al matar es vida

Otra es España, a tu virtud rendida

Ella es feliz bajo tu noble planta

Sólo el hampón que en odio se amamanta

Blasfema ante tu mente esclarecida

Otro es el mundo ante la España nueva

Rencores viejos de la edad medieva

Rompió tu lanza, que a los viles trunca

Ahora está en paz tu grey bajo el amado

Chorro de luz de tu inmortal callado

¡Oh Pastor Santo! ¡No nos dejes nunca!

Pasó desapercibido al general el carácter acróstico del soneto (unidas la primera letra de cada verso leíase “Primo es borracho”. Y es que las incursiones dietéticas y la poesía colaboraron, sin duda, en la caída de la dictadura. Así debió ser.

 

Dr. Ángel Rodríguez Cabezas
Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas
Sociedad Española de Historia de la Medicina
Sociedad Erasmiana de Málaga.

 

(1) Attribution: Fondo Foto Car. Ricardo Martín, CC BY-SA 3.0 <https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0>, via Wikimedia Commons


epistemai.es – Revista digital de la Sociedad Erasmiana de Málaga – ISSN: 2697-2468
Rodríguez Cabezas, A. La extraña tarea nutricionista del general Primo de Rivera. epistemai.es 2023 febrero (19). Disponible en: http://epistemai.es/archivos/5554

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