Varias pandemias consecutivas han conseguido poner el país bajo lo que alguien llega a denominar ‘una dictadura de buenas intenciones’. Tras una convocatoria electoral, a la que han acudido con todos los avales democráticos, y jugando con la idea de ofrecer soluciones a los múltiples problemas existentes, un reducido grupo de personas ha tomado el poder. Casi de inmediato y bajo la excusa de unos cambios necesarios, esa élite pervierte los procesos, introduce una planificación estratificada en todos los ámbitos y transforma el país, en un corto periodo de tiempo y con pocos escrúpulos, en una hipotética gran empresa. Ese es el contexto que plantea Todo va a mejorar, la última novela de Almudena Grandes.
A primera vista, la novela es, con matices, una ficción distópica. No faltan los atributos clásicos de manipulación de la información, vigilancia masiva y represión policial y social. Recordando algunas de las clásicas distopías, se identifica con Fahrenheit 451 en el contexto por el intento de aplastamiento de la cultura, aunque en el caso de Todo va a mejorar el enredo vaya mucho más allá, porque encuadrada en una época posterior, se escenifica un cercenamiento completo de las tecnologías de la comunicación a la población. Se diferencia de 1984 en que las intenciones primarias de la toma del poder son ‘buenas’: mejorar la situación general de la sociedad, equilibrar el desarrollo de los distintos estratos, incluso reasignando la mano de obra sin reparar mucho en las capacidades individuales, y tratar de optimizar la economía. Pero no se aproxima a ninguna de las dos. En la trama creada por Almudena Grandes imaginar el futuro es una herramienta para comprender el presente.
Más allá de la escenografía, completa, sin resquicios, Almudena Grandes nos deja un profundo análisis y una continua reflexión sobre el mundo en que vivimos. La pandemia pone a prueba sin avisar qué es para esta sociedad la libertad y cuál es el camino por escoger para defender lo avanzado. El dilema que se plantea es decidir si la libertad tiene que entenderse como la supervivencia del más fuerte, sin importar el precio que el resto de la sociedad deba pagar; si alguien puede erigirse en diseñador de la vida de todos, y a cambio de procurar un equilibrio económico general, cercenar el desarrollo personal y mantener el orden sirviéndose del engaño, la coacción y el bloqueo de los avances tecnológicos, mientras una élite sin escrúpulos mantiene sus privilegios a salvo. O, por el contrario, si lo más conveniente es equilibrar los deseos individuales con el legítimo derecho de todos a que la convivencia sea protegida.
A pesar de la distancia de este tema respecto a cualquiera de los anteriores, desde que en 1989 publicase Las edades de Lulú, su primera novela, hasta La madre de Frankenstein, la última en 2020, esa gran contadora de historias que era Almudena Grandes nos deja una novela de esperanza frente al pesimismo, escrita con el ritmo que tan bien caracteriza su escritura. Los protagonistas, como todos los que fue creando a lo largo de su carrera literaria, son resistentes; su apariencia de ‘gente corriente’ termina por revelar, nada más y nada menos, que una lealtad sin fisura a sus convicciones; y su valentía, nunca gritada pero tangible, queda demostrada siempre con hechos. Todos han sido descritos con esa minuciosidad con la que ella misma los presentaba en cualquier entrevista. Los conocía tan profundamente que era capaz de ponerse en sus zapatos en cualquier momento y describir los por qué cada vez que alguien indagaba por un hecho o un detalle de la historia.
Es de sobra conocido que ella no pudo completar la redacción de la novela, pero sí delineó en los cuadernos de preparación, con su precisión característica, cómo debía completarse el último capítulo, él único que no llegó a escribir. Luis García Montero, la mano que plasmó las ideas de Almudena Grandes, lo describe en una Nota final y pone calendario a cada una de las fases de los algo más de dos años que trascurrieron desde que el 1 de abril de 2020, en pleno confinamiento, ella inició el primero de los dos cuadernos que estructurarían la novela.
Resulta fácil imaginar a la escritora sentada en su mesa de trabajo, caladas las gafas de visión cercana, absorta o quizá simplemente concentrada, llenando las páginas del que iba a ser su último libro. Resulta difícil para los que amamos su literatura desde siempre no sucumbir a la idea ‘aliviadora’ de que las 500 páginas impresas en las que terminó su esprint fueron el mejor apoyo posible para dos años duros, estresantes, de lucha contra una enfermedad que ella sabía decisiva en su vida.
Es imposible evitar una cierta sensación de orfandad al concluir las páginas de Todo va a mejorar o al releer cualquiera de sus libros. Aún recuerdo que tuve la oportunidad de preguntarle por la fecha de publicación del que terminaría siendo Las tres bodas de Manolita. Al tiempo que firmaba una dedicatoria me explicó que no estaba listo todavía, para después aclararme que “No, no se los dejo leer a nadie hasta que yo no los doy por acabados”. Esta vez, por desgracia, no pudo cumplir con su rutina.
Desde su muerte nos falta la franqueza y la simpatía de Almudena, nos faltarán esas otras historias que seguramente terminaría por crear con el paso del tiempo, pero somos afortunados porque nos ha dejado miles de páginas de una literatura espléndida.
Mª Ángeles Jiménez
Farmacéutica y miembro de la SEMA
epistemai.es – Revista digital de la Sociedad Erasmiana de Málaga – ISSN: 2697-2468
Jiménez MA. ‘Todo va a mejorar’, la última novela de Almudena Grandes. epistemai.es 2023 febrero (19). Disponible en: http://epistemai.es/archivos/5519