Volver a De la vacuna (I). El primer éxito: Viruela

 

Edward Anthony Jenner

Jenner fue el médico y científico inglés que desarrolló la primera vacuna. Debido a ello se le considera “el padre de la inmunología”, y se estima que su trabajo “ha salvado más vidas que el trabajo de cualquier otro hombre”. Edward Anthony Jenner, era el octavo de nueve hijos del vicario de Berkeley, reverendo Stephen Jenner, recibió una sólida educación básica.

Por sus descubrimientos la Asamblea Nacional de Francia le otorgó la ciudadanía francesa que aceptó en 1800. Se convirtió en un afamado investigador, médico rural y poeta, cuyo descubrimiento de la vacuna antivariólica tuvo trascendencia definitiva para combatirla. En el campo de la zoología fue la primera persona en describir el parasitismo del cuco; si bien nunca y a su pesar fue reconocido como escritor. Jamás quiso abandonar su pueblo natal.

En 1761, el joven Edward se trasladó a Sodbury, donde empezaría su formación como cirujano y farmacéutico bajo las órdenes del médico del pueblo, Abraham Ludlow. En 1770, con 21 años, inició sus estudios en el Hospital San Jorge de Londres, donde fue discípulo del famoso cirujano y anatomista John Hunter, convirtiéndose primero en su alumno preferido y con el tiempo en uno de sus mejores amigos, una amistad que perduraría hasta el fallecimiento de su mentor.

En la época en que Jenner regresó a Berkeley, la epidemia de viruela que afectaba a la población ya había provocado numerosas muertes. Para tratar de ponerle freno, y pese a la cerrada oposición de otros médicos, Jenner intentó implantar un método que había estudiado en el Hospital de San Jorge y que se conocía como variolización, el proceso que había llegado a Londres en 1721 impulsado por lady Montagu.

Jenner oiría por primera vez, en boca de Sarah Nelmes, una ordeñadora de vacas, la siguiente afirmación: «Yo nunca tendré la viruela porque he tenido la viruela bovina. Nunca tendré la cara marcada por la viruela». Y sería precisamente gracias a esta creencia popular que Edward Jenner descubriría la vacuna contra esta enfermedad. Fue pues en Inglaterra donde se observó que las ordeñadoras quedaban inmunizadas contra la viruela humana después de haber estado en contacto con ubres con pústulas de viruela bovina, pero la lengua inglesa no creó un término para designar a la vacuna, sino que lo tomó prestado del francés vaccin, acuñado en 1880 por Louis Pasteur.

El 14 de mayo de 1796 Jenner decidió inocular al hijo de su jardinero, un niño de ocho años llamado James Phillips, con materia infectada de las pústulas de Sarah Nelmes, contagiada de viruela bovina por su vaca Blossom. El pequeño desarrolló una fiebre leve que desapareció a los pocos días. Unos meses más tarde, Jenner puso en práctica la prueba definitiva para erradicar la epidemia. Volvió a inocular al niño pero esta vez con viruela humana –y esta fue la clave genial de su descubrimiento- para comprobar si el niño desarrollaba la enfermedad. Los resultados le dieron la razón y el niño no contrajo la enfermedad.

La memoria con los resultados obtenidos fue rechazada por la Royal Society, pero él la publicó en 1798, incluyendo también los resultados favorables de otras pruebas posteriores.

Pero de Francia le llega el merecido reconocimiento cuando Napoleón da la orden de vacunar a todo su ejército en el año 1805. Posteriormente la condesa de Berkeley y lady Duce hacen vacunar a sus hijos, haciendo que la nobleza inglesa las imite. El reconocimiento había comenzado ya dos años antes con la organización en España de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna que patrocinó una primera expedición de vacunación a nivel mundial, al abarcar su imperio de ultramar (Hispanoamérica y Filipinas).

No sin problemas, la práctica de la vacunación se fue extendiendo desde el campo de la acción médica particular al ámbito nacional, continental y mundial. Jenner, convertido en personaje célebre, fue invitado a establecerse en Londres pero declina la propuesta manifestando poéticamente que: «si en la aurora de mis días busqué los senderos apartados y llanos de la vida, el valle y no la montaña, ahora que camino hacia el ocaso, no es un regalo para mí prestarme como objeto de fortuna y de fama». No obstante lo expuesto, recibe dinero y distinciones que le permiten pasar una vejez económicamente holgada. Disfrutó desde 1802 de una cuantiosa suma anual concedida por el Parlamento, retirándose de la actividad científica en 1815.

Donald Hopkins señala que: «La contribución principal de Jenner no fue que inoculó a algunas personas con la vacuna, sino que después demostró que eran inmunes a la viruela». Además, demostró que el pus protector de la viruela vacuna podría inocularse eficazmente de persona a persona, y no solo directamente del ganado. Probó con éxito su hipótesis sobre otros 23 pacientes adicionales.

El colegio médico deliberó extensamente sobre sus hallazgos antes de aceptarlos. Finalmente se aceptó la vacunación y en 1840 el gobierno británico prohibió la variolación de la viruela para inducir la inmunidad y proporcionó la vacunación a la población con vacuna gratuita.

George Washington

Jenner regresa a Berkeley y continúa recibiendo honores que le llegan desde distintos puntos del mundo. Cualquier petición de su parte, a diferentes autoridades, era complacida. De la misma forma se le quería y respetaba en su pueblo, donde continuaba esforzándose por sus pacientes, al punto de que fue elegido alcalde a causa de su decisión de permanecer allí. Víctima de una apoplejía, el 26 de enero de 1823, Edward Jenner fallece a la edad de 73 años en su localidad natal.

El reconocimiento mundial de Jenner fue lo que propició la extensión de su método de vacunación. Y el más fuerte poyo le llegó de dos ejércitos en guerra con su país.

La epidemia de viruela norteamericana de 1775-1782 afectó al Nuevo Mundo y la guerra de Independencia de los Estados Unidos, que supuso el traslado de tropas desde Europa, contribuyó a su expansión. En esos tiempos no había tecnología médica disponible para proteger a los soldados de los brotes en campamentos insalubres con tropas hacinadas; por lo tanto, este virus representaba una amenaza importante para el éxito del Ejército Continental dirigido por George Washington. Al hacerse cargo de las tropas reconoció el grave peligro que la viruela representaba para sus hombres y el resultado de la guerra.

Washington (sobreviviente de la viruela él mismo, ya que un cuarto de siglo antes, con 19 años de edad, había enfermado de viruela, algo que lo convirtió en inmune frente al virus para el resto de su vida, aunque dejó numerosas marcas en su rostro) comprendió el peligro que la enfermedad representaba. A los funcionarios locales les preocupaba que la inoculación de soldados llevara a la propagación accidental de viruela entre los civiles, pero Washington insistió en su idea y logró inocular a la mayoría de sus soldados. La inmunidad estaba inicialmente más extendida entre los británicos que entre los estadounidenses, debido a la práctica más aceptada de la inoculación en Europa y a la alta tasa de casos infantiles. Con esto, una epidemia propagada entre los estadounidenses podría resultar desastrosa para su causa. Con sus hombres inoculados, Washington fue capaz de proceder con más confianza, sabiendo que sus hombres no serían golpeados por la viruela.

Carlos IV

George Washington ordenó la variolización de todo su ejército en 1777, un año después de la Declaración de Independencia, debido a que las bajas por viruela superaban a las causadas por la propia guerra. En este sentido se adelantó claramente a su tiempo.

El rey Carlos IV de España programó y financió la Real Expedición Filantrópica de la vacuna con especial motivación por cuanto una de sus hijas había sufrido la enfermedad, y además él mismo fue rey debido a que llegó a la línea sucesoria por diversos fallecimientos a causa de la viruela entre los miembros de su familia que le antecedían.

Comisionó al médico y cirujano naval valenciano Francisco Xavier de Balmis para que llevara la vacuna de la viruela a las colonias españolas en el Nuevo Mundo y Ultramar. En la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna se usan los llamados “niños vacuníferos”, a los que durante el viaje se les fue transfiriendo sucesivamente la enfermedad de brazo a brazo con el objeto de mantener el virus de la vacuna fresco y activo y que no perdiera poder inmunógeno. Tenía una vasta experiencia en el tema de la vacuna y había traducido del francés en marzo de 1803 el libro de Jacques Louis Moreau de la Sarthe Tratado histórico y práctico de la Vacuna, material que sirvió de guía general de la vacunación y alrededor de 500 ejemplares fueron distribuidos en las distintas Juntas de Vacunación que fueron organizándose en las colonias.

Los objetivos de la Expedición fueron “Difundir la vacuna desde el Reino de España a todos los virreinatos ultramarinos, instruir a los sanitarios locales de las poblaciones visitadas para dar continuidad a la práctica de la vacunación a lo largo del tiempo, y crear en los virreinatos ‘Juntas de Vacunación’ como centros para conservar, producir y abastecer de vacunas activas para mantener la campaña de forma permanente”.

El 30 de noviembre de 1803 zarparon de La Coruña en la corbeta María Pita acompañados por la enfermera y rectora de la Casa de Expósitos doña Isabel Sendales, junto con otros tres médicos: José Salvany, Antonio Gutiérrez y Manuel Julián Grajales y seis enfermeros. Balmis partió con 22 niños de la Casa de Expósitos de La Coruña y un grupo de asistentes, vacunando a los niños brazo a brazo en grupos de dos a lo largo del viaje para que hubiera pústulas frescas en todo momento.

El emperador Napoleón en su gabinete de las Tullerías, de Jacques-Louis David

Luego de vacunar en Tenerife, en febrero de 1804 llegaron a Puerto Rico y el 19 de marzo de ese año desembarcaron en Puerto Cabello, Venezuela. Aquí la expedición se dividió, Balmis siguió a Cuba y México, y Salvany y Grajales se dirigieron a Colombia, Perú, Buenos Aires y Chile. En México se establecieron numerosas juntas a lo largo de todo el Virreinato y Balmis con la fracción de la expedición a su cargo siguió hacia Manila en el navío Santa Bárbara con 26 niños mexicanos reclutados y que padecieron condiciones mucho peores de los embarcados en La Coruña. Desde Filipinas siguieron en otra embarcación a la colonia portuguesa de Macao desde donde se realizaron campañas de vacunación en territorio chino.

La correspondencia de Jenner con Napoleón tiene su origen en los intentos de este por liberar a prisioneros británicos apresados en el continente, hasta el punto de que una simple carta del médico británico solía servir como salvoconducto, especialmente en el mar. Hay que recordar que cada capitán de barco de cada nación conocía la deuda que los marineros y los viajeros por mar tenían con Jenner. Apenas podemos darnos cuenta de la terrible amenaza de la viruela introducida en un barco en uno de sus largos viajes en velero doblando el Cabo de Buena Esperanza con destino a las Indias Orientales, o alrededor del Cuerno de África y el estrecho de Magallanes a la costa del Pacífico de América. Por los registros holandeses nos enteramos de que en 1804 la vacuna había llegado a las Indias Orientales Neerlandesas por los buenos oficios del general De Caen, Comandante en Jefe de las tropas francesas al este del Cabo de Buena Esperanza, Gobernador de la Islas de Francia y Reunión, que había enviado militares tras la batalla de Marengo, 1803, a Batavia con un suministro de vacuna. Así, la benéfica acción de Jenner paso más allá de Europa a extenderse por todo el mundo, cruzando fronteras en guerra con el beneplácito de Napoleón que siempre se consideró en deuda con el descubridor de la vacuna.

Otro miembro de la familia Bonaparte también se mostró favorable al uso de la vacuna en los territorios que gobernaba. Elisa Bonaparte, hermana de Napoleón y gobernadora del principado italiano de Lucca y Piombino, ordenó la vacunación obligatoria frente a la viruela de adultos, niños y bebés en 1806. Napoleón la nombró Gran Duquesa de Toscana en 1809.

Si de las tres jóvenes Bonaparte Paulina era la belleza y Carolina la ambición, Elisa era sin duda la inteligencia. La mayor de las hermanas Bonaparte siempre destacó por su brillantez y su afición al estudio. Fue la única de las tres que no sobrevivió al emperador. Elisa llevó a cabo una acendrada defensa del progreso y del imperio de la razón, al tiempo que su talante revolucionario se manifestó en forma de medidas sociales, como la implantación de consultas médicas gratuitas para los más necesitados o una profunda reforma de la enseñanza. En 1806 nacionalizó los bienes del clero y clausuró todos los conventos y monasterios, a excepción de los que ejercían como centros hospitalarios o de enseñanza.

Napoleón fue exiliado a Elba el 13 de abril de 1814 por el Tratado de Fontainebleau y Elisa fue arrestada el 25 de marzo e internada en la fortaleza austriaca de Brünn. Liberada a finales de agosto fue autorizada a permanecer en Trieste con el título de condesa de Compignano. Contrajo una enfermedad mortal en junio de 1820 y fue enterrada en la basílica de San Petronio de Bolonia. Napoleón, como es conocido, falleció en mayo de 1821 en la isla de Santa Elena.

 

 

  Javier Pérez Frías
Catedrático de Pediatría, Universidad de Málaga
Sociedad Erasmiana de Málaga


epistemai.es – Revista digital de la Sociedad Erasmiana de Málaga – ISSN: 2697-2468
Pérez Frías J. De la vacuna (I). El primer éxito: Viruela. epistemai.es [revista en Internet] 2022 junio (17). Disponible en: http://epistemai.es/archivos/5022

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