En la ciencia,
el crédito va al hombre que convence al mundo,
no al hombre a quien se le ocurre la idea por primera vez.
Francisco Galton
Como se ha demostrado y se sigue demostrando cada día más, tenemos en las vacunas actuales y en las venideras un arma poderosa, diseñada por la perseverancia y el intelecto del ser humano, remedios que surgen de nosotros cuando empleamos la mente del hombre como se debe; por ejemplo, para salvarnos, y no para matarnos.
Siguiendo el hilo de las enfermedades desaparecidas y de las todavía presentes vamos a hacer un recorrido por algunas de ellas. Al comenzar a escribir sobre vacunas hay que hacerlo desde la etimología, vacuna deriva del latín vacca, y esta de la raíz indoeuropea (wāka) que dio वासा (vasa) en sánscrito. Dentro de las lenguas romances la palabra latina dio en español y portugués vaca, en rumano vacă, vache en francés y en italiano vacca y mucca. Vacuna, del latín vaccinia designa a la viruela de la vaca.
La momia de Ramsés V, cuarto faraón de la XX dinastía que rigió los destinos del país entre 1147 y 1143 a. C., indica que falleció de viruela con unos 35 años de edad. Se custodia en el Museo Egipcio de El Cairo y su rostro se presenta impasible, sereno, majestuoso; en la piel se pueden ver lesiones redondeadas, probablemente vesiculosas y de cierta uniformidad, la erupción es particularmente visible en rostro, cuello y brazos; no se observan en tórax ni en la parte superior del abdomen.
La momia fue descubierta en 1898 en el escondrijo real KV35, más de 3000 años después de su sepelio en 1157 a. C. Sus restos estaban destinados a reposar en el Valle de los Reyes, pero su hipogeo fue usurpado por su tío y sucesor Ramsés VI. Hasta podría ser que hubiera urdido un complot para destronarlo pero tal vez la súbita aparición de la viruela lo hizo innecesario. En 1989, un permiso especial del presidente Anuar El Sadat autorizó a un equipo, encabezado por el Dr. Donald R. Hopkins a comprobar si las lesiones de la piel de Ramsés V eran de viruela. Pero se trataba de una de las momias mejor conservadas y no se permitió tomar muestras directamente de la piel de la momia real, sino solamente analizar los fragmentos de piel que habían quedado adheridos al vendaje. Por este motivo no pudieron detectarse virus, pero los datos histológicos que arrojó su estudio parecen demostrar que efectivamente la enfermedad que afectó al faraón fue viruela. Es considerado el primer caso conocido de una enfermedad que oficialmente se erradicó del planeta en 1980.
La inoculación de la viruela, variolización o variolación, fue practicada desde tiempos inmemoriales en China y la India. En la India les ponían a los niños las ropas de los enfermos de viruela impregnadas de las materias contenidas en las pústulas. Otra forma de variolización más espectacular consistía en recoger escamas de la piel de los afectados, pulverizarlas, mezclar el polvillo con otras sustancias y soplarla a la cara del paciente a tratar.
Los “cazadores de viruela” tuvieron su auge bajo el emperador Kang-xi. El primer emperador manchú, Shun-zi, falleció de viruela en 1662 con solo 23 años de edad. El segundo emperador de la dinastía Quing, derrocadora manu militari de la Ming, Kang-xi (1662-1722), fue elegido sucesor al trono en lugar de su hermano mayor y previsto heredero precisamente a causa de la viruela, ya que habiendo padecido la enfermedad en su juventud corría menos peligro de enfermar y, digámoslo todo, esta previsión suponía ahorrar algún que otro quebradero de cabeza al consejo imperial de la dinastía recientemente instaurada.
Activo luchador contra ese terrible mal ordenó variolizar a toda la familia imperial y a sus tropas manchúes. Entre los médicos expertos a los que consultó se encontraba Zhu Chung, que introdujo mejoras en la técnica de inoculación que efectuaba insuflando en los orificios nasales de los niños costras pulverizadas con la ayuda de una fina y larga cánula de plata. A los chinos las prácticas de variolización por inhalación les parecían más eficaces, seguras y limpias que la de transmitir la infección natural exponiendo los niños al contagio. Los manchúes sufrieron numerosas epidemias de viruela durante sus guerras de conquista, cuando invadieron y dominaron China en la primera mitad del XVII. Curiosa similitud de cambio de dinastía coetánea con la ocurrida en España con la sustitución de los Habsburgo por los Borbones, que también lucharon denodadamente contra la misma enfermedad.
No hay libro, revista o sitio de Internet que roce la historia de la medicina que no mencione a lady Mary Wortley Montagu como introductora en Europa de la variolización o inoculación, antecesora de la vacunación antivariólica. Rara vez se transcribe el texto completo de su descripción del procedimiento tal como se practicaba en el Imperio Otomano en 1717; trataremos de reparar esa falta, pero antes presentaré a la persona.
Según Isobel Grundy en el Oxford Dictionary of National Biography, Mary nació en 1689, hija de Evelyn Pierrepoint, conde de Kingston y después marqués de Dorchester. Autodidacta de talento de niña “robó” su educación en la biblioteca de la casa paterna, cuando todos creían que estaba leyendo romances estaba aprendiendo por su cuenta latín. Según Juan Antonio Barcat (Medicina Buenos Aires 2020; 80:734-737) aprendió italiano con su padre y después francés y algo de turco. A los 23 años, en 1712, se fugó y casó con Edward Wortley Montagu. A los 26 años la viruela casi la mata, le arruinó la cara y perdió las pestañas. En 1716 su marido fue nombrado embajador en Turquía.
La mayor obra literaria de Mary son sus letters, los destinatarios su familia, amigos y conocidos de su mundo de nobles, políticos y literatos; Mary guardaba copias ya que estaban escritas para perdurar y publicar. Las más conocidas son las que escribió desde Turquía, entre ellas la que describe la variolización.
Este es el fragmento que tomamos del original de la carta:
“… La viruela, tan fatal y común entre nosotros, es aquí inofensiva por la invención del injerto, el nombre que recibe. Hay un grupo de viejas mujeres cuya actividad es realizar la operación, cada otoño, en septiembre, cuando el calor cede. Se corre la noticia de si algún familiar tiene pensado tener la viruela; se organizan reuniones con este propósito y, cuando reúnen por lo común quince o dieciséis participantes, viene una de esas mujeres con una cáscara de nuez llena de la materia de la mejor viruela y pregunta donde prefiere el corte o incisión. En ese mismo momento lo rasga con una larga aguja que no produce más dolor que un común rasguño, coloca en el sitio elegido tanta materia como cabe en la punta de la aguja y cubre la pequeña herida con el hueco de una cáscara; de esta manera incide cuatro o cinco sitios. Los griegos tienen la superstición de elegir una en la mitad de la frente, una en cada brazo y una en el pecho, marcando la señal de la cruz; pero esto tiene un mal efecto, cada una de las rasgaduras deja pequeñas cicatrices, no lo hacen quienes no son supersticiosos, que eligen las piernas o partes ocultas de los brazos.
… No hay ejemplo de que nadie haya muerto en esto, y debes creerme que estoy bien satisfecha en la seguridad de este experimento, dado que intento probarlo en mi pequeño hijo.”
Mary, inteligente y entusiasta, cuando fue oportuno encontró doctores dispuestos a probar la “invención”. “La mejor calidad de material de viruela” era la sustancia extraída de las pústulas de un joven sano, con una viruela menor, en el día 12 o 13 de la enfermedad. Encontramos este detalle en una carta del Dr. Emanuel Timonis a la Royal Society publicada en 1714. En el mismo volumen, páginas más adelante, un extenso artículo en latín de Jacopo Pilarino, narra su experiencia similar en Esmirna. Ambas noticias pasaron sin trascendencia.
La misión diplomática de Edward Montagu fracasó, pero permanecieron en Turquía hasta 1718. Retornaron a Inglaterra con un hijo inoculado según la práctica local, supervisada por Charles Maitland, médico de la embajada, y una hija nacida en Constantinopla.
De sus actividades la que nos importa fue su batalla para divulgar la variolización. En 1721 una epidemia de viruela asoló Inglaterra y Mary convocó a Maitland, retirado en Escocia, para que inoculara a su hija de casi cinco años. Maitland requirió la presencia de otros médicos del Royal College of Physicians. Todo fue bien y la noticia se divulgó por la prensa. Enterada de ello su amiga Carolina, princesa de Gales, consorte del futuro George II, obtuvo permiso para que Maitland inoculase a seis convictos condenados a muerte, si la prueba tenía éxito los liberarían. Se salvaron los seis. La cauta princesa quería otra prueba: inocularon a seis niños de un orfanato y a cinco infantes de un hospital, éxito. Maitland publicó los experimentos en 1722.
La inoculación fue aceptada por unos y rechazada por otros. Al final la inoculación se impuso y popularizó en Inglaterra y Nueva Inglaterra, más tarde en Francia y en el resto de Europa y, por fin, en España y sus colonias. Llegó al Río de la Plata con el Virrey Cevallos en 1777. El médico de la expedición, Miguel O’Gorman (1749-1819) aprendió el método de Sutton en Inglaterra y trató de difundir la inoculación en el virreinato. Si bien la inoculación fue tan resistida en España y su imperio como antes lo fue en Europa.
La inoculación fue la primera prueba de que un germen atenuado inmuniza contra una enfermedad grave. Pasó más de medio siglo entre 1721 y 1796, año en el que Jenner probó que la viruela producida por el Vaccinia virus inmuniza contra la viruela del Variola virus, una inmunización cruzada.
En el momento del fallecimiento de lady Montagú, Edward Jenner (Berkeley, Inglaterra, 17 de mayo de 1749-26 de enero de 1823) tenía poco más de doce años y guardaba un recuerdo nada grato de su variolización y cuarentena consiguiente. En 1757, con 8 años fue inoculado con viruela en Gloucester; el procedimiento fue efectivo ya que el niño desarrolló un caso leve de viruela y posteriormente se mostró inmune a la enfermedad.
epistemai.es – Revista digital de la Sociedad Erasmiana de Málaga – ISSN: 2697-2468
Pérez Frías J. De la vacuna (I). El primer éxito: Viruela. epistemai.es [revista en Internet] 2022 junio (17). Disponible en: http://epistemai.es/archivos/5022