‘Bucentaure’. El navío que unió los destinos de Napoleón y Villeneuve (volver al inicio)

 

El problema para Napoleón es que llovía sobre mojado. Luis Antonio Enrique de Borbón-Condé, duque de Enghien (Chantilly, 2 de agosto de 1772 – Vincennes, 21 de marzo de 1804), hijo único de Luis Enrique, duque de Borbón y príncipe de Condé, y último descendiente de la rama de Condé de la Casa Borbón había sido asesinado dos años antes; y los ecos de ese suceso revivieron.

El emperador Napoleón en su gabinete de las Tullerías, de Jacques-Louis David (e)

Informado de rumores sobre un complot realista para asesinarlo, dirigido por el mariscal Georges Cadoudal -que negó la participación de Enghien- y el ex general Jean-Charles Pichegru, y convencido de que el joven Enghien formaba parte de éste, Napoleón dispuso su captura. Fue arrestado la noche del 15 al 16 de marzo de 1804, por tropas republicanas. Llevado primero a Estrasburgo y después encerrado en el castillo de Vincennes fue sometido a un consejo de guerra y condenado a muerte, sin pruebas. En vano Enghien negó su culpabilidad. Fue fusilado el 21 de marzo y su cuerpo arrojado a una fosa a los pies del Pabellón de la Reina. El cínico Fouché declaró: “Peor que un crimen; fue un error”.

El último acto se cerraría bastante después de sucedidos los hechos. En 1826, entraba en escena un curioso personaje, con la publicación de las Mémoires de Robert Guillemard, sergent en retraite, suivis de documents historiques, la plupart inédits, de 1805 à 1823 dedicadas a los suboficiales del ejército francés, que tuvieron un enorme éxito, saliendo, incluso, una segunda edición el año siguiente. El autor, que había sido hecho prisionero en Trafalgar, al mismo tiempo que el almirante, y que, según decía, había vuelto con él a Francia, narra la muerte de Villeneuve como sigue:

…El aire de la tierra francesa pareció dar al espíritu del almirante una serenidad que nunca le había visto desde que le acompañaba. Se proponía permanecer unos días en Rennes para descansar antes de viajar a París, donde yo debía acompañarle. Salía poco, reflexionaba mucho y yo apenas le dejaba solo. Recibía a muy pocas personas. Los preparativos de nuestro viaje ya estaban dispuestos y el equipaje ordenado en una silla de posta que el almirante había adquirido. El día siguiente, al amanecer, debía efectuarse nuestra partida.

La tarde del último día, llegaron al hotel cuatro individuos con grandes mostachos y ropa de burgués, muy limpia, a la que no parecían estar acostumbrados…

 

Su acento y su color cobrizo, hicieron pensar a Guillemard que no eran franceses. Hicieron mil y una preguntas sobre el almirante, sus costumbres y su viaje. Guillemard, considerando que la curiosidad respecto a un hombre tan célebre era completamente natural, les informó de todo, sin mala intención y con franqueza.

Pero, he aquí, que aparece un quinto personaje.

…Era un francés; al menos, una pronunciación muy acentuada, indicaba que procedía de nuestras provincias meridionales; incluso creí reconocer a Rouergue. Podría tener entonces cuarenta y cinco años; bajito, brusco, con el pelo blanco muy empolvado, y unos pelillos reunidos en una pequeña y puntiaguda coleta; rasgos viles; una mirada penetrante y aguda, y un color que denunciaba al hábito de bebedor y piernas flacas; tal era aquel hombre.

‘Trafalgar’ de Auguste Étienne François Mayer (f)

En un momento dado, también interrogó a Guillemard. El tono de su voz y el respeto que le tenían los otros cuatro individuos, revelaban que era el jefe. A las diez, el almirante fue a acostarse. Guillemard le ayudó a desvestirse y después subió a su habitación, que estaba en la planta superior, se metió en la cama y se durmió.

Me desperté sobresaltado por un gran ruido que me pareció que procedía de la habitación del almirante. Redobló; voces confusas se mezclaban, y de repente, gritos de dolor, que ya no me dejaron dudas.

Salté de la cama y, parándome solamente a coger una luz y un sable que el almirante me había comprado al llegar a Morlaix, bajé en un instante los escalones que me separaban de la planta en la que estaba su habitación, y oí muy claramente los pasos precipitados de varias personas.

Corrí más, y todavía vi al último individuo con el que había hablado la víspera, deslizarse hacia la planta baja. Luego recordé que no había ningún cambio en su ropa, y que, sin duda, no se había desnudado desde entonces. Algo me decía que le persiguiera, pero la primera intención me llevó a la habitación del almirante, de la que encontré la puerta abierta.

Di unos pasos más y vi al infortunado, al que las balas de Trafalgar habían respetado, tumbado, pálido y sangrante sobre la cama, cuya ropa aparecía tirada por el suelo. Palpitante y lívido, aun se debatía contra los dolores de sus últimos momentos. Me reconoció; en vano quiso incorporarse y se esforzó por decir algunas palabras, sin ilación e interrumpidas, de las que solo pude entender algo como, “comisario”, o “secretario”, y rindió el último suspiro, antes de que yo pudiera pensar en prestarle el menor socorro.

Cinco heridas profundas perforaban su pecho, pero no había ningún hierro ni armas cerca de él. Llamé, grité con todas mis fuerzas. En un instante, los dueños del hotel y los viajeros que lo ocupaban, llenaban la habitación, con una agitación extrema y una sola idea, la de que el almirante había sido víctima de un asesinato.

 

Más adelante, Guillemard fue convocado por el Emperador, ante el que hizo, en presencia de Decrés, el relato del acontecimiento. Se abrió una encuesta que nunca se llevó a cabo.

Añade Guillemard:

Tres o cuatro días después de este interrogatorio, encontré en el paseo al individuo de Rennes. Llevaba un uniforme azul celeste con cuello rojo y bordados de plata. Pasó a mi lado sin aparentar reconocerme.

 

Era, pues, de un oficial de Marina, quien había asesinado al almirante Villeneuve, en el que, de acuerdo con la descripción de Guillemard, podría reconocerse al capitán de navío Magendie.

Y se cierra así el círculo trágico. Originario de Burdeos, Jean-Jacques Magendie, Oficial de la Legión de Honor, Caballero de San Luis, condecorado con la Flor de Lis; Magendie había mandado en Trafalgar el Bucentaure, enarbolando el pabellón del almirante Villeneuve. Estuvo, pues, bajo sus órdenes directas, antes, durante y después de la batalla y fue su compañero de cautiverio en Reading.

Cabo Trafalgar y faro (g)

El mismo Magendie describió esta trágica jornada que vivió la agonía del Bucentaure:

…sin aparejos, sin mástiles, habiendo perdido a todos los hombres más fuertes, la batería completamente desmontada, el lado de estribor cubierto por el mástil caído, sin posibilidades de defendernos, teniendo a bordo 450 hombres heridos o muertos, y sin recibir ayuda de ninguna nave, estábamos aislados en medio de cinco navíos enemigos haciendo fuego muy vivo sobre nosotros.

Subí al puente en aquel momento, cuando el almirante Villeneuve se vio obligado a ordenar la rendición, con el fin de evitar que murieran más hombres valerosos sin poder responder al ataque, lo que fue ejecutado después de tres horas y cuarto de combate con el más grande encarnizamiento y casi siempre a tiro de pistola. Los restos del águila fueron arrojados al mar, así como todas las demás insignias.

Fuimos remolcados por el navío inglés, ‘Conqueror’ y llevados a bordo del ‘Marte’; el almirante Villeneuve, Contamine y yo, más dos ayudantes del almirante, llegados a bordo del ‘Marte’, nos hicieron bajar al falso puente mientras el combate continuaba.

La jornada se había cobrado de una parte y la otra 8.200 muertos. De los 33 navíos de Villeneuve y Gravina, 18 estaban hundidos, fuera de combate o tomados. Nelson había muerto de sus heridas y Gravina moriría de las suyas. De los “tres grandes”, un superviviente indemne; Villeneuve, a quien el dios de la guerra había dado una tregua.

Tales eran los recuerdos comunes que podían evocar Villeneuve y Magendie, y era, precisamente, al capitán de bandera del Bucentaure, a quien se acusaba de haber asesinado a su almirante, por orden del ministro de Marina.

Pero ¿por qué? Pues, porque Decrés tenía interés en hacer desaparecer a Villeneuve y porque, por ambición, a Magendie no le habría repugnado el asesinato.

Estupefacto y furioso ante semejante infamia, Magendie empleó hasta sus últimas energías en responder a las calumnias que le aplastaban, especialmente, en un libro que publicó en 1814: Notice historique sur la vie du amiral Villeneuve. Reunió testimonios demostrando que, ni material, ni moralmente, pudo cometer el crimen que se le imputaba.

A despecho de los esfuerzos de Magendie y de otros, por demostrar que aquellas acusaciones no tenían fundamento, la calumnia seguía su curso.

De pronto, el 8 de octubre de 1830, un efecto teatral: los Annales maritimes et coloniales, publicaban dos confesiones que causaron enorme estupefacción, firmadas por un tal Lardier, antiguo contable de la Marina.

Castillo de San Sebastián al fondo y fortificaciones atlánticas de Cádiz (h)

Había leído una noticia sobre Villeneuve, escrita por Magendie. Y escribió:

Los detalles ofrecidos sobre los últimos momentos del almirante y la carta que escribió a su mujer, la víspera de su muerte, fueron el resultado de un suicidio y desmienten los rumores que corrieron en la época, sobre su asesinato. Yo mismo, quizás, contribuí a propagar semejante error mediante la publicación de las memorias del Sargento Guillemard, según las cuales, la muerte del almirante fue recreada con detalles muy circunstanciados y que algunos periódicos reprodujeron.

La realidad es que Guillemard no es sino un personaje creado por la imaginación y sus supuestas ‘Mémoires’, no son más que una novela histórica en la que yo añadí a mis recuerdos personales algunos acontecimientos poco conocidos, y que, por su oscuridad, podían conformar un material con interés dramático.

Así pues, todo lo que en esa obra se refiere al asunto en cuestión, es puramente ficticio. Cuando lo escribí, pensaba que el almirante había sido asesinado y sobre este simple dato, reuní los incidentes y los personajes que me sirvieron para desarrollarlo.

Embrollo sobre embrollo. El misterio subsistía. El asunto Villeneuve, ¿quedaba así aclarado? Evidentemente, no, y después de siglo y medio, las dudas subsisten. Porque, tal como subrayaba el informe de la policía, Villeneuve murió de seis cuchilladas. ¿Se ha visto alguna vez que un desesperado se acuchille seis veces seguidas? Se puede admitir que, al primer golpe, se causara una herida mortal con una hoja perfectamente afilada (aunque en este caso se trataba de un vulgar cuchillo de mesa), pero se puede dudar de que un individuo logre, seis veces, superar el dolor de una hoja cortando la propia carne.

Fue este hecho, por otra parte, lo que hizo ser prudente a uno de los investigadores, François Martin, magistrado de seguridad para el distrito de Rennes, quien prescribió la apertura de una encuesta:

… Habiendo sido informado de que esta muerte es el resultado de varias cuchilladas, y dado que en semejantes circunstancias, es necesario agotar todas las pruebas para conocer con exactitud las causas o los autores de semejante suceso, hemos elevado una queja, de oficio, contra todos los autores, instigadores o cómplices de este crimen…

Joseph Fouché (i)

Para colmo de dudas, del ministro de la Policía de entonces -Fouché- se sabía que era capaz de todo. Absolutamente de todo. Hasta el punto que fue ministro con Luis XVI, el Directorio, Napoleón y la restauración Monárquica. Un genio. Del mal, si se quiere, pero un genio.

Los rumores habrían podido extinguirse tras la muerte de Napoleón en 1821, pero la publicación del libro de O’Meara –Napoleon en exil-, los devolvió a la actualidad. En efecto, el cirujano irlandés, daba una versión algo diferente de la muerte de Villeneuve, transcribiendo, dijo, las declaraciones del mismo Napoleón, en su destierro de la isla de Santa Elena:

Villeneuve tomó su derrota tan a pecho que se puso a estudiar anatomía, con la idea de suicidarse, y compró algunos grabados que mostraban la anatomía del corazón. Cuando volvió a Francia, le ordené permanecer en Rennes y que no viniera a París. Villeneuve temía ser juzgado en corte marcial por haber desobedecido mis órdenes, provocando la pérdida de la flota. Mis órdenes eran que no se diese a la vela y que no combatiera con los ingleses (…)

Estaba, pues, decidido al suicidio, y comparó los grabados con su propio pecho. Marcó el centro del grabado con un largo estilete, que, acto seguido hundió en su pecho, hasta el extremo. El estilete atravesó el corazón y murió instantáneamente. Cuando su habitación fue abierta, se le encontró con el estilete en el pecho y la marca del grabado correspondía con el emplazamiento de su herida. No debió hacerlo, era un hombre valeroso, aunque carecía de talento.

 

Que cada cual saque sus propias conclusiones. Yo soy incapaz.

 

 

Javier Pérez Frías
Catedrático de Pediatría, Universidad de Málaga
Sociedad Erasmiana de Málaga

 

Bibliografía consultada:

http://atenas-diariodeabordo.blogspot.com/search/label/Gald%C3%B3s%20%E2%97%8FTrafalgar%20%E2%97%8F%20La%20misteriosa%20muerte%20del%20Almirante%20Villeneuve

 

Referencias de las imágenes:

  1. Castillo de San Sebastián en Cádiz desde la Torre Tavira. Fotografía: MAJ
  2. Attribution: Unknown author / Public domain. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Amiraldevilleneuve.jpg.
  3. Almirante Horatio Nelson. National Maritime Museum. Attribution: Lemuel Francis Abbott / Public domain. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:HoratioNelson1.jpg. Almirante
  4. Le Redoutable à la bataille de Trafalgar. Louis-Philippe Crépin. Musée Nacional de la Marine. Attribution: Louis-Philippe Crépin / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0). https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Trafalgar_mg_9431.jpg
  5. The Emperor Napoleon in His Study at the Tuileries. Attribution: Jacques-Louis David / Public domain. https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/50/Jacques-Louis_David_-_The_Emperor_Napoleon_in_His_Study_at_the_Tuileries_-_Google_Art_Project.jpg
  6. Attribution: Auguste Étienne François Mayer / Public domain. https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/20/Trafalgar-Auguste_Mayer.jpg
  7. Cabo Trafalgar y faro. Attribution: Karton82 / CC BY-SA (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0). https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/c/c1/CanosMecaTrafalgar.JPG
  8. Castillo de San Sebastián y fortificaciones de Cádiz. Fotografía: MAJ
  9. Joseph Fouché. Palace of Versailles / Public domain. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Joseph_Fouch%C3%A9.png

 

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