‘Bucentaure’. El navío que unió los destinos de Napoleón y Villeneuve

 

El ‘Bucentaure’ en plena batalla

Hay historias no escritas o que lo son en letra pequeña. La que hoy les voy a contar es una de ellas. Y creo que será desconocida, o casi, para la mayoría. Al menos para mí lo era.

En la mitología griega, el centauro es una criatura con cabeza, torso y brazos humanos con el cuerpo y las patas de un caballo; escenas de la batalla entre los lápitas y los centauros, que el héroe Teseo inclinó a favor de los primeros, están en los bajorrelieves del friso del Partenón dedicado a Atenea. Si hablamos de centauro todo el mundo sabe, más o menos, a qué nos referimos; y los hubo con nombre propio, como Quirón, preceptor de Aquiles y Asclepio; se considera también a Quirón como protomédico y el primer veterinario, ya que usaba sus conocimientos para curar a criaturas de cualquier especie.

El bucentauro no posee tan nobles orígenes; es una criatura mitológica surgida en la Edad Media a partir del viejo mito griego del centauro. El origen de la palabra se encuentra en el latín bucentaurus, tipo de criatura quimérica equivalente al centauro, pero cuyo cuerpo no es de caballo, sino de toro o búfalo.

Bucentauros con nombre propio no conozco ninguno, si exceptuamos al navío francés Bucentaure, que si bien no se encuentra entre los compañeros de aventuras de Flor merece una reseña por reposar muy cerca de nosotros y, pese a su poderío, su muy corta historia naval y la incompetencia de quienes lo gobernaron, que resultó en su pérdida con menos de cinco años de vida.

El Bucentaure fue un navío de línea perteneciente a la Armada Imperial Francesa; famoso por haber sido el buque insignia francés durante la batalla de Trafalgar. Demasiado dañado por el Victory de Nelson – que lo dejó fuera de combate a las primeras de cambio con dos andanadas brutales consecutivas que atravesaron el Bucentaure de popa a proa, arrasándole a través de su espejo- cuando rompió la línea entre él y el Redoutable, arrió pronto su bandera.

Como consecuencia de la mala mar, el trozo de presa se encontró con excesivas dificultades para maniobrarlo y abandonó el buque, quedando este de nuevo en manos de su tripulación mermada y herida, que no pudo manejarlo correctamente. El Bucentaure se hundió durante el temporal que barrió la bahía de Cádiz poco después de la batalla. Reposa a tan solo veinte metros de profundidad en los bajíos del gaditano Castillo de San Sebastián.

Construido en Tolón por Jacques-Noël Sané a partir de 1802, botado a mediados de 1803 y armado y asignado en 1804; el Bucentaure desplazaba 1630 toneladas. Como todos los barcos de la clase 80 «Sané», estaba artillado con 80 cañones, 30 de 36 libras, 32 de 24 libras y 18 de 12 libras; además de otros 6 montados en carronadas (desplazables por la cubierta). Medía 59 metros de eslora, 14 de manga y 6 de puntal y su tripulación completa (en tiempo de guerra) era de 840 hombres.

Castillo de San Sebastián en Cádiz desde la Torre Tavira (a)

Destinado a ser el buque insignia del vicealmirante La Touche Tréville, el recorrido bajo su bandera fue extremadamente corto ya que este murió a bordo el 18 de agosto de 1804.

Louis-René Madelaine Le Vassor, conde de La Touche-Tréville (3 junio 1745 a 19 agosto 1804) fue Vicealmirante francés. Aristócrata y marino de larga tradición familiar, luchó en la Guerra de la Independencia americana – transportó a bordo de su fragata Hermione al general Gilbert La Fayette hasta Boston, en abril de 1780-, tuvo serios problemas durante la revolución, incluso prisión y apartamiento del servicio; posteriormente se convirtió en figura prominente de las guerras revolucionarias francesas y de las napoleónicas. Luchó contra Nelson, y lo derrotó en Brest en 1801 cuando el inglés intentaba destrozar a la incipiente armada francesa. Enfermedades contraídas en los trópicos y su estancia en prisiones inglesas mermaron su salud de tal manera que falleció de un derrame cerebral poco antes de cumplir los sesenta años. Destinado a mandar la flota imperial que se estaba construyendo a marchas forzadas, su lugar fue ocupado por quién nadie esperaba: Villeneuve.

Por regla general, como dijo Julien de la Gravière, Napoleón “sólo escogió hombres mediocres, totalmente por debajo de los deberes que se les imponían”. Temía formar rivales.

Al ser un hombre de guerra, quería y necesitaba que sus almirantes también lo fuesen. Aparentemente, en este período, no le quedaban a Francia sino oficiales de pluma. Y de entre los que le quedaban, su ministro de Marina – Denis Decrès (1761-1820) – propone a su amigo Pierre Charles Jean-Baptiste Sylvestre de Villeneuve (1763-1806). No acertó.

Pierre Charles Jean-Baptiste Sylvestre de Villeneuve (b)

Nacido en Valensole (Alpes de Alta Provenza) el 31 de diciembre de 1763, Pierre de Villeneuve es guardiamarina en 1778. Sirve como alférez de navío sobre el Marseillais en la escuadra de Grasse y toma parte en todas las operaciones de Tobago en las Saintes. Teniente de navío en 1786 y capitán en 1793, se le destituye por noble y es reintegrado en 1795, tras quitar el “de” de su apellido.

Mayor General en Tolón, es nombrado contralmirante en 1796, con tan sólo 33 años -ha alcanzado su máximo nivel… de incompetencia–. Desde entonces derrota tras derrota hasta ser nombrado almirante. Incomprensible.

Lleva -1796- a Brest una división naval que llega demasiado tarde para participar a la expedición de Irlanda. Manda la división de retaguardia de la escuadra, desde el Guillaume Tell, en 1798 en Abukir; demostrando una total inercia –cuando menos-  al no apoyar a Brueys cercado, pero logrando escapar indemne tras adquirir un terror casi reverencial hacia Nelson y sus barcos. En su informe oficial, Villeneuve no trata de justificar su inacción, sencillamente porque le parece natural: esperaba las órdenes de Brueys que afirma nunca recibió. Por lo tanto, se contentó con intercambiar algunas balas inofensivas con unos navíos ingleses fuera de alcance de sus cañones mientras escapaba al amparo de la noche.

La Historia lo juzgó diferentemente. Todos los que, franceses o ingleses, analizaron esta batalla están de acuerdo en decir que la victoria de Nelson se debió, no sólo al valor de su maniobra, a la cohesión de su escuadra y al valor de sus tripulaciones, a la explosión del navío-almirante francés –L’ Órient– que abrió una gran brecha en la línea francesa; pero también y en gran parte, a la inoperancia del jefe de la retaguardia francesa.

Dos aclaraciones sobre el almirante en jefe Brueys y el comportamiento de Villeneuve y Decrés. Conociendo la mala calidad de sus barcos y tripulaciones, Brueys decidió proteger una posición defensiva a tomar la iniciativa y prefirió no levar anclas cuando Horatio Nelson atacó a su flota en la noche del 1 de agosto de 1798. En la subsiguiente batalla del Nilo o de Abukir, L’Orient luchó contra el HMS Bellerophon, causándole gran daño pero recibiendo poco apoyo, especialmente de la retaguardia bajo Denis Decrés y Villeneuve, que prefirieron inhibirse del combate y huir.

Ya herido dos veces durante el día, y casi cortado por la mitad por un disparo de cañón, Brueys murió en su puesto de mando alrededor de las 9 de la noche. Según nota británica, después de que un disparo le hubiese arrancado las piernas, se había atado a un sillón en cubierta para continuar dirigiendo la pelea. Su nave explotó una hora más tarde después del incendio de su santabárbara. La deflagración fue vista desde kilómetros de distancia y pudo haber matado hasta 800 hombres de la tripulación.

El almirante Horatio Nelson (c)

Villeneuve es hecho prisionero en Malta en 1800, y prontamente liberado. Manda la marina en Tarento en 1801 y la división de las Antillas en 1803. Vicealmirante en 1804, manda la escuadra de la isla de Aix, y finalmente la escuadra de Tolón sobre el Bucentaure tras la inesperada muerte de Latouche-Tréville. Un hombre con suerte, en palabras de Napoleón.

Para atraer a los ingleses a las Antillas y así facilitar el desembarque de tropas en Inglaterra, llega a la Martinica en mayo de 1805 con 18 navíos y 7 fragatas franco-españolas. De vuelta, y siguiendo el plan previsto de camino a Brest, libró combate en Finisterre como jefe de la escuadra combinada contra Calder y, contraviniendo ordenes directas de Napoleón, se refugia primero en La Coruña y finalmente en Cádiz con 33 navíos franco-españoles. Allí le llega la noticia de su cese y de que quien sería su relevo –Rosily- se dirige por tierra hacia Cádiz para desposeerle del mando y enviarlo a rendir cuentas ante el Emperador.

Incapaz, como había sido su norma, de pensar en algo más que su interés personal y aterrorizado al conocer que Nelson se ha unido a la escuadra de bloqueo, decide poner proa al Mediterráneo y no al Atlántico, como eran sus ordenes iniciales –si bien es verdad que hubo escritos confusos en sentido contrario desde París-. Pierde 17 navíos y tiene 4.000 muertos en Trafalgar contra Nelson en octubre de 1805. Rosily llega a Cádiz cuatro días después de la batalla.

Preso al rendir su barco, es liberado en 1806; todavía intenta ir a explicarse ante el Emperador, pero la suerte y las excusas ya no dan para más.

Los informes policiales –Fouché al mando- dicen que:

El 15 de abril de 1806, el almirante Pierre-Charles Villeneuve volvía de Inglaterra, donde acababa de pasar casi seis meses prisionero de los ingleses. Liberado bajo palabra, desembarcó en Morlaix, y se dirigió a Rennes, donde se alojó, el día 17, en el Hotel de la Patrie, número 21 de la rue des Foulons. Se alojó en la primera planta, habitación número 5, junto a un gabinete, cuyo acceso estaba cerrado por una puerta con un simple pestillo.

El almirante iba acompañado por el doctor Perron y un criado, Jean-Baptiste Bacqué. El médico abandonó Rennes, el 21 o el 22 de abril, tomando la diligencia de París y el almirante se quedó sólo con su criado.

Apenas se le vio por las calles de Rennes, pues no tenía humor para frecuentar los paseos o los lugares públicos, ni para participar en conversaciones. “Parecía hundido en una oscura melancolía”, dijo un testigo.

El Emperador había contado con él para cortar el paso a los ingleses, impidiéndoles el acceso a la Mancha y permitirle así efectuar un desembarco en Inglaterra, que preparaba hacía meses desde las costas del norte de Francia. Como sabemos, había concebido un plan, cuando menos, aventurado, mediante el cual, algunas escuadras francesas debían alejar a los ingleses de sus bases, hacia las Indias Occidentales, y una vez hecho esto, volver a Francia a toda vela. Pero los ingleses, aunque salieron tras ellos, no se dejaron engañar del todo y se mantuvieron a popa de las naves francesas, cuando estas emprendieron el retorno. A finales de julio, Villeneuve tuvo un enfrentamiento con ellos cuando se dirigía a Ferrol. Resultado último de todo eso es esta carta de Napoleón a su ministro Decrés:

La Malmaison, 4 septembre 1805

Au vice-amiral Decrès

Mr. Decrès, le devuelvo sus cartas. El Almirante Villenuve acaba de colmar la medida; al salir de Vigo, da al capitán Allemand la orden de ir a Brest, y le escribe que su intención es ir a Cádiz. Esto es una verdadera traición (…) Ya no tiene nombre. Hágame un informe de toda la expedición. Villeneuve es un miserable al que hay que expulsar ignominiosamente. Sin planes, sin valentía, sin interés general, lo sacrificaría todo por salvar su piel (…) Nada es comparable con su ineptitud. Deseo un informe de todas sus operaciones.

 

‘Le Redoutable à la bataille de Trafalgar’ de Louis-Philippe Crépin (d)

Villeneuve, tras Trafalgar, quedó prisionero a bordo de un buque inglés, y es llevado a Reading, a una de las residencias forzosas asignadas a los oficiales prisioneros, donde podían vivir en una libertad relativa, aunque no libres de recibir ciertas humillaciones, ni de las manifestaciones de odio de la población. Alojado en la misma casa que sus oficiales, compartía mesa con ellos, siempre sombrío y pensativo, y solo manifestaba breves accesos de alegría cuando los periódicos anunciaban una victoria francesa.

Desde octubre de 1805 hasta abril de 1806, los días resultaron muy largos y tristes para el almirante, hasta que, finalmente, sonó la hora de la liberación; pero su vuelta a Francia no llevó la paz a su espíritu. El drama de la derrota y sus inquietudes, le habían hecho envejecer y enfermar; necesitó atención de un médico. Sabía que le esperaba una prueba más temible que las balas inglesas; tenía que rendir cuentas, comparecer ante el emperador y, sin duda, ante un Consejo de Guerra

Mientras esperaba ir a París, Villeneuve escribió al ministro de Marina:

Estoy profundamente afectado por la enormidad de mi desgracia y por todas las responsabilidades que este terrible desastre implica. Mi mayor deseo es poder, lo antes posible, llevar a los pies de Su Majestad, o bien la justificación de mi conducta, o a mí mismo, como víctima que debe ser sacrificada, no en nombre de la bandera que, me atrevo a decirlo, permanece sin tacha, sino por los que han muerto por mi imprudencia, mi falta de clarividencia, o incluso las infracciones en algunas de mis órdenes.

 

El 22 de abril, Villeneuve cenó, como de costumbre, en su habitación. Bacqué, su doméstico, le pidió permiso para ir a dar un paseo. Hacia las cinco, al volver al hotel, el doméstico llamó a la puerta de la habitación, pero nadie contestó. ¿Quizás el almirante había salido? Bacqué volvió un poco más tarde; llamó de nuevo, pero tampoco hubo respuesta.

Cuando cayó la noche, el doméstico empezó a preocuparse por tan prolongado silencio, tanto más angustioso, cuanto que se había informado, y nadie había visto salir al almirante. Entonces decidió avisar al hotelero y ambos subieron a la planta, a la luz de una vela. Llamaron una vez más, en vano. Examinaron de cerca la cerradura, y vieron que la llave estaba puesta por dentro. El almirante pues, se habría encerrado y después se había puesto enfermo, lo que explicaría su silencio. No obstante, no se atrevieron a derribar la puerta y decidieron alertar a la policía, que envió dos comisarios; Alexandre Bacon y Noël Bart, que llegaron inmediatamente, acompañados por un cerrajero.

Llamaron a la puerta una vez más, sin obtener respuesta, después de lo cual, los policías decidieron forzar la cerradura. La habitación estaba vacía y la cama hecha. En la mesa algunos papeles y dos portafolios de cuero rojo. Todo de forma muy visible.

Uno de los comisarios empujó la puerta del cuarto de baño…

Villeneuve yacía sobre la espalda, con los brazos extendidos sobre los azulejos. Llevaba pantalón de paño azul y botas, las mismas con las cuales tantas veces había recorrido el puente de su nave-almirante, el Bucentaure. Tenía el torso prácticamente desnudo hasta la cintura, con un chaleco de franela, empapado de sangre en la parte delantera. Su pecho estaba cubierto de sangre y un cuchillo de mango negro –un cuchillo de mesa- aparecía clavado en el lado izquierdo, hasta el puño.

Mudos de estupor, los dos comisarios se dieron cuenta de que la muerte de aquel ilustre personaje, no era de las que podían pasar desapercibidas. Llamado a toda prisa, un cirujano examinó el cadáver; las piernas y los muslos estaban ya rígidos y el cuerpo estaba frío. La muerte, pues, se había producido varias horas antes. Como ya pasaba de la medianoche, se postergó la autopsia para el día siguiente.

Muy pronto, dado que la habitación había aparecido cerrada, igual que las ventanas, se dio preferencia a la versión del suicidio. Por otra parte, había otra “prueba”; la carta última que Villeneuve había escrito a su esposa:

Mi tierna amiga,

¿Cómo recibirás este golpe? Desgraciadamente lloro más por ti que por mí. Se acabó; he llegado a un punto en el que la vida es un oprobio y la muerte un deber…

 

Oficialmente se suicida, camino de Paris, en Rennes, en abril de 1806. Pero sus últimas horas de vida y los datos de autopsia que deja traslucir la policía Imperial, podrían sugerir otra cosa.

El ministro de Policía envió una carta al de Marina, explicándole:

…Creo que sería aconsejable obtener de la Sra. Villeneuve, o bien esta carta, o bien una copia autentificada, a fin de poder, si es necesario, acallar los rumores que podrían intentar expandir sobre la clase de muerte de este antiguo general.

 

Porque, efectivamente, circularon rumores: ¿crimen o suicidio? Esto escribe el Emperador a su ministro:

… Monsieur Decrès, creo que debería pedir un informe al médico del almirante Villeneuve para enviar a los periódicos el lunes, y, si es posible, incluso, mañana, a fin de impedir que instrucciones falsas se apoderen del asunto. Haga imprimir las dos cartas que le envió y las que él le escribió en respuesta; el informe del médico y el del mariscal Moncey, donde dice cómo le encontraron muerto. Es inútil hablar de la carta a su mujer.

 

¿Por qué consideraría Napoleón «inútil» dar a conocer una carta que, aparentemente, constituiría la mejor evidencia del suicidio?

La investigación oficial, concluyó: suicidio. Asesinato; proclamó de inmediato el rumor público.

 

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