‘Almas en pena de Inisherin’, de Martin McDonagh

 

Cartel de ‘Almas en pena de Inisherin’, de Martin McDonagh

Irlanda, 1923. En Inisherin, una isla ficticia frente a la costa irlandesa, no hay mucho que hacer. Poco interrumpe la calma del lugar; la guerra civil no ha llegado hasta sus prados, aunque en ocasiones se deje oír sobre el oleaje el ruido de los bombardeos. Pasada la jornada laboral, la isla de Inisherin ofrece poco a sus habitantes con lo que evadirse más allá del pub de Jonjo, corazón de la comunidad, donde los isleños pueden disfrutar de una pinta de Guinness mientras mantienen una charla trivial con algún vecino. Pero Colm (Brendan Gleeson) tiene, además, otras inquietudes. Toca el fiddle, o violín tradicional, y dedica sus tardes, entre pinta y pinta, a la composición de una balada que titula sugerentemente The Banshees of Inisherin. El perfeccionismo de Colm y su afán por crear algo que perdure lo pondrán en la posición de tener que prescindir de algunas de esas conversaciones insustanciales y de sus insustanciales interlocutores: sin mediar explicación, Colm le retira la palabra a su amigo de toda la vida, el simple y bonachón Pádraic (Colin Farrell).

En el folclore irlandés, una banshee es un espíritu femenino que se aparece para anunciar con sus llantos y alaridos la muerte de alguien cercano. La inclusión de la banshee en el imaginario de The Banshees of Inisherin, película de Martin McDonagh, otorga color folclórico y poso trágico a esta historia sobre el fin de una amistad. Uno de sus personajes secundarios, la anciana señora McCormick (Sheila Flitton), es presentada como una banshee encarnada, una suerte de bruja shakespeariana que, al profetizar una muerte próxima, acrecienta el suspense al tiempo que las tensiones entre Pádraic y Colm van en aumento; a la vez, sus repentinas apariciones, entre muros y túmulos, además de concederle un aura mística, funcionan como alivio cómico, ya que todo el mundo en la isla trata de evitar su funesta compañía. Almas en pena de Inisherin, título de la película para su distribución en el mercado español, a partir de una de las traducciones habituales al castellano del término banshee, termina englobando bien a la galería de personajes que pueblan Inisherin y que, de una manera u otra, lloran la monotonía de su existencia.

Martin McDonagh, director de la película

Martin McDonagh, cineasta y dramaturgo angloirlandés, consigue en Almas en pena de Inisherin su filme más discreto y a la vez, más humanista. El argumento es sencillo: Pádraic tiene que lidiar con el hecho de que su amigo, a quien todas las tardes recogía en su casa a las dos para ir al pub, no quiera ni verlo. Con una aparente ingenuidad y ramalazos de humor negro, McDonagh lanza directamente al espectador, como el que tira dedos cercenados contra las puertas, los dilemas que se plantean sus personajes. La audacia del director, artífice detrás de clásicos recientes como Escondidos en Brujas (2008) y Tres anuncios en las afueras (2017), se está viendo recompensada: Almas en pena de Inisherin es una de las películas de la temporada. Tras formar parte de la sección oficial de la septuagésima novena edición del Festival Internacional de Cine de Venecia, donde se premió su guion y a su protagonista, Colin Farrell, ha recibido el Globo de Oro a la mejor película comedia/musical, el premio BAFTA a la mejor película británica y opta a nueve premios Óscar.

Los actores Colin Farrell (izquierda) y Brendan Gleeson (derecha) en un fotograma de la película

Un asunto que vertebra la película, y que recoge algunas de las principales motivaciones de sus personajes, es el conflicto que surge de elegir entre disfrutar de una vida sencilla o tratar de construir un legado. La decisión de Colm puede adscribirse dentro de una tradición que remonta a los poemas homéricos y las dobles parcas que aguardaban a Aquiles: abandonar la guerra de Troya y vivir una vida larga y anónima en su patria, o caer en combate y disfrutar de la gloria inmortal. Colm, sin más familia que su perrita, quiere que quede algo de él tras su muerte, aunque ello conlleve sacrificar la relación con su amigo, mientras que Pádraic no cree que haya nada más importante que la bondad y busca, dolido y desesperado, que otros ratifiquen que, en efecto, es una buena persona. Pero no solo Pádraic y Colm se plantean su lugar en el mundo. Siobhán (Kerry Condon), hermana de Pádraic, comprenderá, a pesar de sus acciones, la dedicación de Colm a la música, pues ella se siente atrapada en una isla de la que solo encuentra escape en sus libros. O Dominic (Barry Keoghan) que, aunque no lo parezca, trata de ser algo más que el tonto del pueblo y huir de su abusivo padre. Es interesante cómo McDonagh hace que sus personajes busquen la manera de sentirse realizados no a través del trabajo, sino de aquello que les provoca un mínimo de desahogo en su anodina existencia: las salidas al pub, la música, la lectura, los cotilleos, los ligues frustrados, la compañía de las mascotas o las charlas con un viejo amigo. Y Pádraic ve de repente cómo su amistad con Colm, uno de los pilares de su vida junto a su hermana y su burra, Jenny, se desmorona.

El fin de una amistad no es un tema que haya sido llevado en demasiadas ocasiones a la pantalla, a pesar de lo mundano que pueda parecer. Sí es común retratar sus inicios: una trama habitual en el cine es la que presenta a dos personajes muy opuestos que terminan siendo grandes amigos, de la que un ejemplo paradigmático es Toy Story (John Lasseter, 1995). Es cierto que los conflictos en las relaciones de amistad suelen ser abordados en las buddy films, un subgénero cinematográfico centrado en retratar la amistad de dos personajes, generalmente varones, que puede incluir una discusión entre sus protagonistas al final del segundo acto para derivar en una presumible y esperada reconciliación. Como espectadores quizá sí estamos más acostumbrados a ver en el cine rupturas sentimentales en parejas, algo también empleado como punto de partida del argumento, ya en clave de comedia romántica, como en Separados (Peyton Reed, 2006) o de drama, como en Historia de un matrimonio (Noah Baumbach, 2019).

Fotograma de la película

Pero el planteamiento de McDonagh resulta fresco, ya no solo por subvertir el esquema de la buddy film, sino porque juega a sugerir un inicio de la acción in media re que realmente no es tal: la negativa de Colm a dirigirle la palabra a Pádraic permite al cineasta, en un primer momento, jugar con el suspense para que el espectador, junto con Pádraic, trate de reconstruir qué ha podido ocurrir para que Colm actúe de esa manera. Pero McDonagh entierra cualquier expectativa de reconciliación y resuelve pronto el misterio: Colm se ha dado cuenta, simplemente, de que Pádraic le resulta aburrido y prefiere dedicar su tiempo a otros asuntos antes que a escuchar durante horas el relato de los problemas intestinales de su burra. El conflicto, pues, nace de la incomprensión de quien, de la noche a la mañana, se ve rechazado.

La actitud de Colm puede resultarnos, de primeras, antipática. Nos apiadamos automáticamente de Pádraic: es buena gente, no se merece que lo traten así. Lo cierto es que la rotundidad de Colm sorprende, pero su honestidad para consigo mismo es admirable y su trato, aunque rudo al principio, es todo lo educado y amable que sabe dispensar. Colm, a su manera, y siempre que no tenga unas tijeras de poda a disposición, es un personaje emocionalmente más inteligente de lo que cabría esperar para un ermitaño de la Irlanda rural de los años 20. E, incluso, más que nosotros mismos en relación con aquellas personas a las que antes solíamos llamar amigos.

Las amistades vienen y van a lo largo de la vida. Mientras que algunas se mantienen durante décadas, otras terminan súbitamente a partir de algún tipo de desencuentro. Pero la mayoría de las amistades que perdemos simplemente se desgastan. En las relaciones de pareja, las rupturas suelen derivar de una conversación; hay, de hecho, todo un campo semántico de la ruptura constituido a base de tópicos: “tenemos que hablar”, “no eres tú, soy yo”. En las de amistad, en cambio, no se concibe que uno u ambos miembros de la dupla acuerden el final de la relación. En muchas ocasiones son simplemente las circunstancias las que terminan alejándote de tu amigo, al que, quizá, algún día te encuentres, te alegres de verlo, toméis un café y retoméis el contacto. O no. Y en otras muchas ocasiones, sin embargo, lo que en origen unía una complicidad genuina termina derivando en dinámicas de dependencia emocional y actitudes tóxicas que alargan artificialmente una relación y erosionan el bienestar de los dos involucrados que, quizá, deberían atreverse a iniciar aquella conversación con un “tenemos que hablar”. Aunque empatizo con Pádraic, pues el rechazo siempre es doloroso, me emociona la lucidez con la que Colm es consciente de que, a pesar del cariño que ha sentido por Pádraic, no sabe estar más para él. Y darse cuenta de eso también duele.

 

 

Isidro Molina Zorrilla
Doctor en Filología Griega


epistemai.es – Revista digital de la Sociedad Erasmiana de Málaga – ISSN: 2697-2468
Molina Zorrilla, I. ‘Almas en pena de Inisherin’, de Martin McDonagh. epistemai.es [revista en Internet] 2023 febrero (19). Disponible en: http://epistemai.es/archivos/5706

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