1. La perdida noción del tiempo

 

No hay una sola modernidad (cada época tiene la suya), como tampoco hay un solo género o registro de lengua. Quizá la diferencia más palpable entre ellos se dé entre el lenguaje hablado y el escrito. Uno, precipitado y víctima de la improvisación, lleva consigo numerosas faltas (lapsus mentis, lapsus linguae), que el propio hablante puede y suele corregir sobre la marcha; el otro, reposado y reflexivo, es víctima de errores, que no pueden corregirse por deberse a la ignorancia o escaso conocimiento de la lengua.

En las últimas décadas del siglo pasado y lo que sigue del presente el estructuralismo lingüístico ha marcado el rumbo de la enseñanza en favor de la estructura y en perjuicio de los elementos que la componen. Está bien saber lo que la Gestalt (Wertheimer y otros) sugiere, a saber, que nuestra mente funciona por formas completas (plantillas, las llama J. A. Marina), gracias a las cuales el ser humano es capaz de recrear en los tres primeros años de vida gran parte del funcionamiento de su lenguaje verbal. Está bien saber que, para que un mono enjaulado con una caña a mano logre coger un plátano fuera de su alcance, es preciso que descubra la relación de los tres elementos entre sí, de la estructura –percepción de los elementos, longitud de la caña y distancia del plátano–, y que dicha estructura no es la suma de los elementos sino una forma global distinta y unitaria. De acuerdo. La intuición es una forma rápida y comprensiva de conocimiento; pero una cosa es “saber” una lengua (intuición y práctica) y otra bien distinta es “conocerla” (saber el porqué, el dónde y el cómo de su fuerza comunicativa). Si bastara con saberla, podría ahorrarse el presupuesto dedicado a su enseñanza. Y así piensan muchos universitarios de hoy, para quienes “estar hartos de oír algo” es criterio suficiente para darlo por bueno. Y si eso basta, ¿para qué matricularse en la universidad?

Sí, ver un tema atractivo desubicado en el tiempo desanima a seguir leyendo. Es un fenómeno que, si aún no está incurso en el delito de invasión general, no deja de aparecer en gran parte de la lengua hablada y –lo que es peor– escrita, sin distinción de medios (académicos, audiovisuales y editoriales). Algo tendrán que ver en ello los planes de estudio del último medio siglo y sobre todo –¡quién habría de decirlo!– la paulatina desaparición en ellos de la lengua latina, de la que son herederas forzosas las principales lenguas europeas. ¿Pero no es el latín una lengua muerta? Sí, el latín de Cicerón, como lo es el español del Cid o el francés de Adam de la Halle… ¿En qué se habla hoy en España, Francia, Italia, Portugal o Rumanía, por ejemplo, sino en el latín del siglo XXI? En fin, para no extendernos, sólo quienes conocen el latín clásico pueden certificar la parte de verdad que aquella aseveración encierra. Rindo con ello homenaje no sólo a eminentes lingüistas –Francisco Rodríguez Adrados, Fernando Lázaro Carreter, Valentín García Yebra, Gregorio Salvador, Carlos García Gual y tantos otros–, sino a cuantos desde diversas trincheras defienden el mantenimiento de la enseñanza de las lenguas griega y latina en los niveles elementales, sin perjuicio de las diversas carreras que posteriormente puedan elegirse en los estudios superiores. O, mejor dicho, variando el método de enseñanza según las diversas carreras, pues, si no es de recibo que un médico, jurista o biólogo desconozcan el nutrido vocabulario grecolatino que sus respectivas carreras universitarias van a proponerle, tampoco lo es que se les enseñe del mismo modo que a un futuro filólogo o a un traductor. Y así piensa también Alex Grijelmo –director actual de la Escuela de Periodismo de El País, expresidente de la Agencia Efe y creador de la Fundación del Español Urgente, entre otros altos méritos–, que en reciente entrevista (El Mundo 2020-03-07: 4) afirma: “Los políticos actuales me parecen todos muy mediocres, en lo que al uso del lenguaje se refiere. Para empezar, se nota que no han estudiado latín…”.

Hay quien se sorprende de verme perder el tiempo en estas cosas. Será que a veces me invade la nostalgia y me puede aún la ilusión por ganar una batalla que probablemente –según los autores antes citados– está irremediablemente perdida. La de las humanidades. Sin embargo, partiendo del principio arrojadamente defendido en la Sociedad Erasmiana de Málaga (SEMA) de que las humanidades no se oponen a las ciencias, sino a las divinidades (y aun así, con reparos); de que todo lo que el hombre ha sido capaz de lograr con sus manos, mente y espíritu forma parte de las humanidades, creemos posible contar con un ejército mejor pertrechado en la lucha contra su depreciación, cuando no su desdén (privación de dignidad). No, ciertamente, las humanidades no son sólo de los de letras, porque los demás tampoco son iletrados.

Pero vengamos a lo que nos trae hoy aquí: el valor y uso de los tiempos verbales y su correspondencia en las oraciones compuestas. Si en la escritura occidental el texto se dispone de izquierda a derecha, podemos representar el tiempo como una flecha lanzada en esa dirección. Nada impediría tampoco dirigir dicha flecha en sentido contrario, y la haría fácilmente aplicable a las lenguas semíticas y otras que pudieran leerse de derecha a izquierda. El astil de la flecha representaría el presente, el ahora –único tiempo real; en francés, maintenant <main-tenant, se tiene en la mano–. Desde esa atalaya se puede considerar el pasado –que ya ha sido presente– e imaginar el futuro –que lo será después–. Así las cosas, es fácil comprender que, dependiendo del punto de partida (verbo principal), el secundario (el que sigue, o subordinado) será anterior (pasado), simultáneo (presente) o posterior (futuro). Ejemplo: si el futuro expresa una acción posterior respecto del presente (te digo que vendré), el condicional representa el futuro respecto del pasado (te dije que vendría). En ambos casos la acción de venir es posterior a la acción de decir; pero correlativamente, pues en el primer ejemplo la acción va de presente a futuro, y en el segundo de pasado a presente.

En realidad, la noción de tiempo es inmóvil, porque es una categoría –como la del espacio– que nos permite encuadrar los acontecimientos previa, simultánea o posteriormente de forma absoluta (en sí mismos) o relativa (respecto de otros acontecimientos). Incluso las horas, días, años, siglos y otras medidas contables posibles son comprensibles gracias a la categoría “tiempo”. Independientemente, cada tiempo verbal representa una medida en sí mismo: el imperfecto (y su compuesto, el pluscuamperfecto) representa una acción durativa (~); el indefinido (y su compuesto, el anterior), una acción puntual (•); y el pretérito perfecto (compuesto del presente), una acción pasada que pervive en el presente (→). Cada tiempo compuesto representa, pues, un tiempo anterior al simple del que se compone. El futuro perfecto (compuesto) ocurrirá antes que el futuro imperfecto (simple); el pretérito perfecto (compuesto), antes que el presente; el pluscuamperfecto, antes que el imperfecto; el anterior, antes que el indefinido (perfecto simple, derivado directamente del perfecto latino); el potencial compuesto, antes que el potencial simple. De modo que, para situar las cosas en su momento relativo –antes, ahora o después–, debemos conocer el valor que cada tiempo representa y sobre todo el significado del verbo principal, que nos lleva necesariamente a la intención del hablante. Las lenguas neolatinas tienen un modo semejante de hacerlo y, además, muy preciso y matizado, frente a otras, como el inglés, en las que el valor subjetivo (subjuntivo) desaparece (when I come, puede significar “cuando vengo” y “cuando venga”). Una lengua que, tras la batalla de Hastings en 1066, estuvo a punto de desaparecer y, rehecha de retazos, se nos impone hoy como lengua vehicular por razones extralingüísticas. ¡Paradojas de la vida!

Importa, por último, tener en cuenta el doble plano de expresión: el comunicativo (hablar a…) y el narrativo (hablar de…). La relación temporal difiere de uno a otro. Por ejemplo: “digo que vengas” (mensaje directo); pero “digo que vienes hecho un adefesio” (relato). Este segundo plano es más generoso y flexible que el primero. Aun así, hay determinadas correspondencias ineludibles.

Veamos ya algunos ejemplos, tomados de la prensa diaria y otras publicaciones de editoriales señeras. En cursiva, los verbos, principal y secundario (subordinado); debajo, la explicación y tiempo adecuados. No se citarán ni autores –sería como corregirlos en público– ni los medios impresos de los que se han tomado. Únicamente se aporta la fecha –en el caso de la prensa–, y el año de publicación –si es libro–, para mostrar su actualidad. Los demás datos quedan en exclusiva reserva.

 

Relación presente/futuro

 “En Liverpool, el historiador y activista L.W., de origen nigeriano, confía en que la conciencia creada por “Black lives matter” servirá para dar un nuevo impulso al monumento “en memoria de los esclavos que murieron y fueron enterrados en Liverpool” planeado en 2012.” (2020-06-10)

El verbo “confiar” es de carácter subjetivo; el futuro de indicativo “servirá” lo devuelve, en cambio, al de los hechos objetivos (indicativo). Lo suyo es mantener esa acción futura en el plano de la subjetividad: confía en que sirva para… Porque, contrariamente a lo que su nombre indica, el presente de subjuntivo expresa siempre una acción futura; y su compuesto, el pretérito perfecto, una acción futura que tendrá lugar antes de la expresada por el futuro simple. Por ejemplo: Me entregarás el examen cuando lo hayas terminado. Ambas acciones (entregar y terminar) ocurrirán después de decirlas, pero primero hay que “terminar” (pretérito perfecto, compuesto) y luego entregar (futuro imperfecto, simple).

 

“Creo que deberíamos exigir al Gobierno y a todos los políticos, que abandonen discusiones de lo superfluo y se centren en lo esencial y sin lugar a duda, uno de los puntos esenciales en estos momentos es potenciar al máximo nuestro sistema de Salud.” (2020-06-15)

El verbo “creer” –como el “confiar” anterior– es de carácter subjetivo, pero con mayor grado de certeza, subrayada en este caso por el deber (de cumplir) la acción del verbo secundario (deberíamos), en modo potencial. En consecuencia, el tercer verbo (abandonen), subordinado al secundario, debe mantener el mismo plano de futuro potencial que marca el imperfecto de subjuntivo (no así el presente de subjuntivo –abandonen–, futuro subjetivo pero no potencial): Creo que deberíamos exigir al Gobierno y a todos los políticos, que abandonaran… y se centraran… La certeza que implica el verbo “creer” se manifiesta en sus construcciones posibles: p. e., “creo que esto servirá” –se da por hecho–. Si negamos el verbo “creer”, el modo obligado subsiguiente es el subjuntivo: “no creo que sirva”; pero si la negación afecta al verbo secundario, se mantiene el modo objetivo: “creo que no servirá”.

 

“Hoy sigue habiendo muchos intelectuales que piensan que lo mejor que le pudo ocurrir al país es haber sido derrotado en la Guerra de la Independencia.” (2019).

El contexto de la frase sitúa un hecho histórico (pasado) en un plano hipotético, potencial. El error consiste en dar como objetivo (pudo ocurrir) un hecho que en boca del redactor no pasa de ser un futurible (podría haber ocurrido), una hipótesis irrealizable por tener lugar en un tiempo que ya no existe. Su modo propio es el potencial + infinitivo compuesto (pasado), y no en presente de indicativo (es): …piensan que lo mejor que le podría haber ocurrido al país era haber sido derrotado...

 

“Las Naciones Unidas pueden y deberían cumplir un rol esencial en ayudar a que el mundo encuentre una manera satisfactoria…” (2019)

Puede que sea una traducción deficiente de un texto inglés, pero, en cualquier caso, el respeto a la lengua de destino (fidelidad al lector español) debería haber dado otro resultado. Los dos verbos principales, unidos por una conjunción coordinante (y), muestran una realidad acusatoria, a saber, que las NU pueden hacer algo que no hacen y que deberían hacer… Y esto segundo nos sitúa en el plano de la potencialidad, como en el ejemplo anterior. Por tanto, no vale el presente de subjuntivo (encuentre), sino el potencial imperfecto de subjuntivo (encontrara). Veamos la diferencia: Las Naciones Unidas pueden… ayudar a que el mundo encuentre… y Las Naciones Unidas deberían ayudar a que el mundo encontrara

 

“Entonces el guion cambiará de manos, pero al fin tendremos un Gobierno que se ocupa de los hechos.” (2020.04.07)

Las dos oraciones coordinadas adversativas van en futuro (cambiarátendremos); la subordinada no puede de pronto cambiar al presente, sino mantenerse en el futuro mediante el presente de subjuntivo (→ futuro): Entonces el guion cambiará de manos, pero al fin tendremos un Gobierno que se ocupe de los hechos.

 

Basten por hoy estos ejemplos, que todo tiene su dosis. Como diría Pascal, todo guarda proporción y número. Respetémoslo.

 

 

 

  Quintín Calle Carabias

Doctor en Filología Moderna, profesor titular de la UMA y Presidente de la SEMA


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