El calor, al que tan acostumbrados estamos los españoles, acompañó nuestra ruta sin darnos apenas respiro. Y a consecuencia de él también nos vinieron a dar la bienvenida las tormentas. El primero de los chubascos tuvo la virtud de engalanar, redoblando la viveza del color de laderas y prados, el paisaje agreste que enmarca el castillo de Bran. Habiendo tantas imágenes suyas circulando, resultaba difícil imaginarlo de otra manera, pero la única forma de recrearse en lo anticipado es, indudablemente, acercarse a él. Si no hubiera sido porque el galimatías de idiomas que se escuchaban alrededor lastraba la mente y la anclaba al siglo XXI, el tiempo de espera a su acceso y la paulatina aproximación, guardando fila en una más que pronunciada inclinación, dejaba tiempo suficiente para que la imaginación corriera desbocada a medida que la fortaleza parecía irse apoderando del cielo sobre nuestras cabezas.
Situada geográficamente en el límite de Transilvania con Valaquia, la fortaleza actual fue reconstruida en el XIV y, para desilusión de algunos, nunca fue residencia de El Empalador (aunque parece que sí pasó por sus mazmorras). La leyenda creada por la novela de Bram Stoker sobre el conde Drácula es tan poderosa que, a pesar de saber su nula relación con la fortaleza pétrea, un ligero estremecimiento se abrió paso en mí apenas traspasé la primera de sus puertas. Sin embargo, y quizá porque el excesivo número de personas en los distintos habitáculos distorsionaba mi percepción, no pude dejar de anotar mentalmente un par de contrastes que me sorprendieron. Por una parte, la generosidad de su volumen visto desde el exterior frente a la ajustada disponibilidad de espacio de las habitaciones, las zonas de estar y, sobre todo, las escaleras, de anchura prácticamente individual. Por otro, la frialdad hermética de la piedra gris, que sostiene y modela toda la edificación configurando ese perfil tan sobrecogedor, parece jugar a ocultar la acogedora sensación que la madera de su decoración crea en sus estancias. La reina María de Rumanía, a quien se debe la modificación de su interior para ser su residencia de verano hacia los años 20 del siglo pasado, debió sentirse muy unida a esas paredes para conseguir una transformación sensitiva tan notoria.
En nuestro recorrido, la antesala vespertina de Sibiu fue Alba Iulia, donde el primitivo castro romano, ubicación fija de la XIII Legión Gémina cuando Trajano conquistó la Dacia, se fue transformando en ciudadela con el paso de las generaciones y todas las guerras posibles. Cuando a una le hablan de legiones romanas, inevitablemente la memoria se va a las escenas que con tanta precisión y viveza desarrollan Mary Beard y Santiago Posteguillo para trasladar a sus lectores a aquella época. Imaginaba ya algún decurión perfectamente uniformado esperando recibirnos al traspasar el foso, pero, desafortunadamente, no fue así. Tuvimos que recorrer una buena parte de la Via Principalis, llegar al pequeño museo que protege lo que queda del antiguo castro y descubrir allí los restos de la organización militar para encontrarnos con el decurión, sólo que… era de bronce.
He de reconocer que mi parcialidad de hispana había tergiversado una realidad geográfica que quizá aporte justificación a la presencia romana en aquellas tierras. Al menos sobre el plano, hay una cierta equidistancia entre Roma y Cádiz y aquélla con las tierras de Transilvania, y supongo que la hospitalidad de sus moradores igual de incierta.
La ciudadela de Alba Iulia tiene forma de estrella. Ocupa una superficie enorme y está protegida por dos enormes muros y un foso entre ellos. Además de las ruinas romanas, las grandes vías en forma de cruz que cruzan la explanada central comunican las dos monumentales puertas de acceso, algunos edificios convertidos en museos, el Palacio Episcopal y el ya habitual dúo de catedrales en corta proximidad: la católica de San Miguel (siglo XIII) y la ortodoxa de la Unificación (siglo XX). En esta última tuvimos la oportunidad de escuchar la peculiar llamada al rezo y ser testigos momentáneos de una de sus ceremonias.