Juan Fernández Ruiz
Doctor en Historia, Especialidad en Prehistoria,
Titular de Universidad y Secretario Gral. de la SEMA
Reflexiones en torno a un artículo de prensa de Arash Arjomandi publicado en el periódico El País con ese mismo título.
“La búsqueda del sentido es la necesidad intelectual y emocional más decisiva para cualquier humano”. Con esta frase empieza y con ella es con la que quiero quedarme, porque merodear con curiosidad en torno a esa búsqueda es ejercer de lo que somos, criaturas que se preocupan por las consecuencias de sus acciones. Es lo que nos caracteriza, justamente, lo que nos hace singulares entre todos los demás vivientes.
En el proceso evolutivo, a lo largo de miles de años, en la emergencia del ser que somos, hay etapas que van marcadas por singulares apariciones paulatinas, o repentinas, en el registro que dan cuenta de la presencia de especies novedosas y emergentes: entre ellas se encuentra la nuestra.
Viene esta marcada por una serie de hitos de carácter y procedencias diversas (todos ellos significativos y orientativos). Estos hitos son los que han permitido desembarcar al ser humano en su existencia. Entre los escalones que nos han aupado a lo que somos, que han preparado el acceso a la terraza en la que nos encontramos en este espacio y en este tiempo de ahora, están (y sólo citaré a los más próximos) la bipedia, en primer lugar, acaecida entre algunos homininos de hace cuatro o cinco millones de años (sin que creamos que sea necesario precisar más sobre el tiempo de su aparición) y en segundo lugar, el siguiente (que es consecuencia, o condición sine qua non del anterior), la complejidad de nuestro cerebro. Éste se reorganiza de tal forma que toma conciencia de sí mismo y comienza a construir relatos justificativos de su identidad. De esto hace, más o menos, 200.000 años y ocurre en Suráfrica (que se sepa por ahora). Y en esta idea o imagen de espécimen se incluyen tanto el manejo de símbolos, como su acumulación en la videoteca (1) cultural, que desde ese momento comienza a utilizarse a modo de recurso tecnológico (entre ellos se encuentran los relatos ideológicos). Estos últimos tienen como misión definirnos como entes y situarnos en la vía que nos lleva al lugar deseado y seleccionado, o sea, la de ‘dirigirnos’ hacia el futuro. Y en esa etapa estamos. Es el tiempo del sapiens sapiens, aquel que es consciente de ser y que siente la necesidad de seguir siendo y de saber hacia dónde se ha de dirigir.
El neanderthal, aunque sé que esto no es compartido por muchos antropólogos y prehistoriadores, apunta maneras, pero no puede considerarse de la misma especie, porque, a nuestro juicio, no tiene en plenitud las características de aquel (no maneja símbolos plenamente y su capacidad de acumulación de imágenes, y, por tanto, de crear relatos, es muy tosca).
Dentro de los sapiens sapiens, ya desde su arranque genético, se observa (lo sabemos por distintas fuentes entre las que destacan los restos arqueológicos y las mitologías sucesivas creadas ad hoc) la convivencia de dos tendencias a modo de clados (al principio de forma esporádica y poco relevante, para eclosionar firmemente en la segunda mitad del milenio anterior al nacimiento de Cristo). La presencia de estos clados se reconoce por marcadores que condicionan sus actitudes y sus comportamientos. Estos son fruto de concepciones diferenciadas y en permanente confrontación desde la aparición de la especie: la de aquellos especímenes que discurren hacia un arquetipo de humanidad que tiene la esperanza de perpetuarse en el tiempo, a base de garantizar los medios y recursos para su felicidad y trascendencia, en la técnica, en su acopio, progreso y disfrute personal (los cainitas bíblicos). Es el tipo que venimos denominando como Homo sapiens bonobiensis por las similitudes en su comportamiento con el Pan panicus africano actual. Y la de aquellos otros especímenes, que, conviviendo con los anteriores en plano de igualdad, y de los que fisiológicamente no se pueden distinguir, orientan sus pasos hacia un arquetipo humano que pone todo su propósito en alcanzar la felicidad y la trascendencia, o sea, lo mismo que el bonobiensis, mediante la orientación de su vida (2) hacia la priorización de sus congéneres, equiparando el valor de los demás, de los otros, en la escala de valores que todos manejamos, y en la que se les sitúa a la misma altura que el tasador, él mismo, esto es, un sapiens altruista en el sentido más radical que pueda darse, pues podría llegar hasta el sacrificio de sí mismo. A éste (Abel, el buen samaritano, Teresa de Calcuta) lo denominamos Homo sapiens accipiens por su actitud de acogida ante el desamparo del semejante.

Ilustración del autor
Son dos orientaciones, dos inicios de trayecto, coetáneos y distintos, que tratan de hacer un camino por un mismo sendero, solo que en direcciones contrarias, uno busca (3) la ‘salvación’ (entiéndase como felicidad, homeostasis o trascendencia) en él mismo (es el caso del materialista reduccionista, ateo o agnóstico). Y el otro, que busca lo mismo, o sea, su ‘salvación’, en el prójimo, el congénere cercano. Se constituye, pues, esta segunda opción como la de un peregrino de la esperanza en terminología del creyente (es el caso de aquellos que aceptan el relato elaborado a través de siglos de proféticas aportaciones conceptuales, que, en el caso de la civilización occidental, son las narraciones testamentarias).
Esto último da pie a abrir un espacio mental para una segunda cuestión que resulta fundamental en el sostenimiento de la primera: los relatos cimentadores que constituyen las ideologías, las religiones y todo aquello que configura el ‘sentido’ de nuestra especie, su orientación y sus repercusiones en la praxis personal (objeto de estudio de la Ética) ¿son veraces? En este punto los relatos, su narrativa, desempeñan un papel básico, porque se sitúan en los soportes de nuestras actitudes y comportamientos. Nosotros, individualmente, intentamos acoplarnos a la dirección que nos indica el ‘sentido’ mediante prácticas y actitudes que nos muestra esta flecha axial heredada, transmitida, que es, en el caso de la cultura occidental, el señalamiento bíblico.
La firmeza tiene que ver con la certeza de nuestras convicciones. Lo que a bote pronto nos pide el cuerpo es que de ello es capaz de responder adecuadamente la ciencia (4). Aquello que se puede experimentar como verdad comprobable, ‘testable’, es base segura para la edificación del relato. Lo que a continuación no es tan seguro es que cuando esas ‘realidades’ no son experimentables, cuando no son fenomenológicas, la entidad de la materia inextensa, o sea, aquella que trasciende los sentidos (pero que tienen que ver con la toma de posturas y actitudes vitales) se torna dudosa y poco fiable y, por ello, deben rechazarse de entrada sin ningún remilgo.
Y justo en este momento es cuando sale a escena otra vez el problema de los cimientos: ¿Podemos ser realmente conscientes en plenitud? ¿Somos capaces de captar fidedignamente la realidad que somos y que nos rodea? ¿Podemos estar seguros de ello?
Desde que somos, cuando todavía no había una ciencia en sentido estricto, la necesidad de estos cimientos era palpable. Mitos, creencias y religiones sirvieron para la construcción de esos relatos-pilares. Ellos, su credibilidad, se basaban en una actitud confiada en lo que se nos ’contaba’ (eso que en la Prehistoria transmitían los mayores al calor del fuego en las vigilias de las tardes de luz mortecina) fuesen narraciones orales o escritas frutos de las vivencias de generaciones precedentes. Estas eran garantías de veracidad. Y, nunca, hasta la Ilustración, esa veracidad fue cuestionada. Y como tales pilares funcionaron y sirvieron eficazmente para el proceso del desarrollo de la especie.
Lo dramático del tema es que hay a todas luces, desde la Ilustración, un empeño para devaluar y menospreciar estos cimientos ideológicos aduciendo que las creencias son meras construcciones falseadas con intenciones espurias. Lo que no se puede ‘sentir’ no existe. Pero lo que no es tan evidente (de hecho es otro acto de fe) es que lo que sea indemostrable no es plausible. De ello no se deduce falsedad y que, desde luego, tampoco no pueda servir de sillares de cimentación ideológica. La incredulidad se convierte así en ingenuidad interesada y el relativismo, en un campo de caos existencial que nos desorienta y nos inmoviliza.
Por ello el papel que las tradiciones, los relatos alegóricos, los testamentos y todo el aparato documental acumulado por los humanos, siguen desempeñando un papel crucial, si son tomados de forma correcta, sobre todo, en la vertiente moral que llevan aparejadas. Mal nos irá si nos empecinamos en tratar de ver la ‘veracidad’ en el sentido de verdad científica de los relatos testamentarios. Ellos ni tratan de hacer historia ni tampoco ciencia.
A su facilitación y ayuda contribuyen distintas técnicas, que son las que enumera y analiza el articulista: oración, meditación, etc., que psicológicamente son útiles, es innegable, pero que no se pueden erigir en pilares existenciales de por sí. Ese papel lo desempeña el conjunto de ‘verdades’ aceptadas como ciertas, que conocemos como verdades en las que creer.
Aceptar con fe (5) lo que la Humanidad nos ha transmitido, destilado en el relato histórico en el que hemos sido injertados (en nuestro caso el cristianismo) es ajustado y correcto y puede (es no solo legítimo sino necesario) ser defendido como si se hubiera elegido una marcha segura, con la certeza que nos proporciona el pasado recorrido, hacia un objetivo hacia el que hemos sido encaminados. Y en relación con esto último, la forma de aferrarse a nuestras convicciones, se abre una nueva ventana sujeta igualmente a discrepancias y polémicas, en las que uno se siente incómodo y de las que quisiera huir, pero que resultan inevitables.
Vaya por delante, desde nuestro punto de vista, que ello no implica intolerancia fanática hacia lo contrario y se suponga que se quiera eliminar a toda costa, ni mucho menos, que haya que hacerlo con violencia gratuita. Pero sí con la firmeza que exige el rechazo a la idea ñoña y perversa de la ‘coexistencia armoniosa’ (porque se edulcora de ‘buenismo’ y de ‘amor’ al ecosistema) de montajes que se mueven como pollos sin cabeza, que giran y giran sin sentido de la marcha, creyendo en un ‘paraíso’ de tolerantes ciegos y que dan el mismo valor a todo lo que les rodea, sin jerarquización alguna. Hay trigo y cizaña, no nos equivoquemos. Sí, es importante elegir y hacer el camino en una única dirección. El relativismo, la homogeneización, la máxima entropía de lo plano y enrasado, y ese inmovilismo que se ‘recochinea’ en la ‘beatífica quietud’, no hacen nada por ayudar a que aflore esa especie nueva, la que habitará un nuevo universo que se constituirá como el piso nuevo de un proceso evolutivo en el que la especie emergente se consolidará partiendo de los accipiens y marginará abocándolos a la extinción como impasse de los sapiens sapiens actuales. La evolución continua, pues.
Y, finalmente, llegados a este punto, cabe perfectamente la consideración plausible (creencia a fin de cuentas) de una concebida existencia, la nuestra, como dádiva, como don, como regalo, ya que, hasta ahora, no somos responsables del lugar que ocupamos en el proceso evolutivo, no tenemos ningún mérito. Pero para lo que nos queda de trecho, la situación resulta distinta. Al haber llegado a la plataforma actual de seres libres, responsables por tanto, nos permite poder elegir entre el ascensor que funciona o el funicular averiado. Para la toma de decisión contamos con la Hoja de Ruta que aparece al lado del ascensor firmada por Alguien, al que no somos capaces de ponerle rostro, pero que es el dueño del Parque Temático en el que se nos ha permitido el acceso por su bonhomía.
Notas del texto:
- Con la videoteca nos referimos al almacén cultural colectivo que la Humanidad ha acumulado a lo largo de su recorrido en forma de ‘imágenes’ elementales y básicas para la elaboración de estructuras ideológicas, los relatos.
- A partir de un determinado relato, el cristiano en nuestro caso, y su consecuente praxis.
- O no, pues podría resultarle anecdótico o, simplemente, indiferente la dirección que se tome.
- El relato científico no es tampoco panacea: la física cuántica viene a extender sombras de dudas sobre su veracidad.
- En el sentido de dar por cierto, como se ha dicho antes.
epistemai.es – Revista digital de la Sociedad Erasmiana de Málaga – ISSN: 2697-2468
Fernández Ruiz J. En busca del sentido de la vida. epistemai.es [revista en Internet] 2025 junio (26). Disponible en: http://epistemai.es/archivos/8862