Por lo común, nos resulta conocido el nombre de Éfeso a través de la lectura de las numerosas cartas de San Pablo a los efesios. A nadie escapa la importancia alcanzada por esta ciudad en tiempos históricos; sin embargo, más recientemente se le ha atribuido también relevancia en la advocación mariana, situando en sus inmediaciones el lugar donde, según algunas informaciones, pasó sus últimos años de vida terrenal Nuestra Excelsa Madre, y allí falleció y fue sepultada, aunque no se haya podido encontrar su sepulcro.
Los primeros indicios de asentamientos humanos en el distrito de Selçuk, región de Izmir, se remontan a seis mil años antes de nuestra era; fundada con el nombre de Apasa, hacia el dos mil antes de Cristo, fueron los jonios, entre los siglos X y IX a.C. quienes fundaron Éfeso como ciudad, alcanzando su apogeo hacia el III y el II, cuando llegó a tener una población cercana a los 250.000 habitantes.
Situada en la desembocadura del río Caistro, Éfeso fue uno de los más importantes puertos mercantes del mar Egeo; destacaron sus monumentos, sobre todo, la biblioteca, erigida por el cónsul Julius Aquila Polomeano en honor de su padre, Celso, con cuyo nombre ha pasado a la historia, que era, en su momento, la tercera en importancia, por detrás de la de Alejandría y la de la vecina Pérgamo, sede de una de las más trascendentales escuelas de medicina; y el centro de religiosidad constituido por el templo de Artemisa, futura Diana para los romanos, una de las Siete Maravillas de la Antigüedad, que había sido destruido en el 356 a.C., reconstruido en poco más de 25 años, saqueado por Nerón y destruido por los godos hacia el 263 de nuestra era.
El mismo río que facilitó su desarrollo comercial, fue su ruina. Arrastrando gran cantidad de aluviones, que obligaban a dragar periódicamente el puerto, y la zona terminó por convertirse en una laguna que impidió la navegación y provocó frecuentes epidemias de paludismo, empujando la ciudad tierra adentro, hasta donde se encuentran actualmente sus restos, a más de cinco kilómetros de la costa (1).
Según la información turca, fue tras la persecución de los apóstoles, el martirio de San Esteban y la dispersión de los discípulos por las regiones de Samaria y Judea (2), cuando San Juan, estimando que la ciudad de Jerusalén podía ser peligrosa, sobre todo para la Madre del Salvador, de cuyo cuidado había sido encargado por el propio Jesús desde la cruz, decidió trasladarse a Éfeso.
A principios del siglo XIX, una monja alemana, sor Anna Katharina Emmerick (3), que había tenido multitud de visiones sobre la vida de Jesús, de su santa Madre y de numerosos apóstoles, comunicó en su lecho de muerte haber tenido unas alucinaciones que le permitieron describir la casa donde había vivido la Virgen María en Éfeso, sin haber estado nunca en la zona. Estas visiones fueron plasmadas en varios libros por el escritor Clemens Brentano (4), en el cual se apoyó la superiora de las Hijas de la Caridad del hospital francés de Esmirna, sor Marie de Mandat-Grancey para convencer en 1891 a dos sacerdotes lazaristas de la Congregación de la Misión, Herny Jung y Eugène Poulin, para que organizasen una expedición hacia la región de Degirmerdere. Sedientos, preguntaron a unos lugareños donde podían encontrar agua, y fueron conducidos al lugar donde apareció una casa que coincidía exactamente con las descripciones de sor Katharina, incluido el ábside con una estatua de la Virgen María.
Así se cierra el círculo que une la fe con el mundo real y retorna al milagroso: las visiones de la monja sobre la vida de Jesús y de María, del reino de la fe, pasan al mundo tangible al ser escritas e investigadas, y conectan con el milagro de aplacar la sed, vital, histórica y mística, por medio de la aparición inesperada de la imagen descrita.
La confrontación entre el cristianismo y el paganismo en Éfeso tenía varias facetas (5); el culto a Artemisa era uno de los más importantes de toda Asia Menor, y posiblemente por ello, se hacía necesario encontrar un medio para convencer a la gente de convertirse a la nueva religión, sustituyendo una “Diosa Madre” por otra Madre, la Corredentora (6). Esto tenía un punto a su favor, basado en las figuras de San Juan y de la Virgen María, que vivirían y morirían allí; en opinión de Ramsay, “la Virgen en Éfeso ha sido venerada desde tiempo inmemorial, y la gente no podía renunciar a ella permanentemente, necesitaba una sustitución, y la Madre del Dios cristiano ocupó el lugar de Artemisa y habitó en los corazones de la gente” (7). Pero esta confrontación tenía también un marcado carácter comercial, añadido al puramente religioso: la devoción a Artemisa atraía gran cantidad de fieles, lo que era aprovechado por Demetrio, el orfebre (8,9), y sus artesanos para hacer un pingüe negocio vendiendo réplicas en plata del templo de la diosa, y este mercado peligraba con el nuevo mensaje evangélico, por lo que se originó un considerable tumulto en la ciudad. Según la información turca, como consecuencia, San Juan fue expulsado de ella, y fijó su residencia, junto con la Madre del Redentor, en un montículo cercano, distante apenas nueve kilómetros, y que se conoce como Bülbül-Dag, o colina del ruiseñor; la existencia de una vivienda datada en el siglo I de nuestra era, sobre la que se superpuso una pequeña iglesia en el IV, ha sido comprobada mediante el uso de carbono14.
Sin embargo, ni los documentos históricos ni las Sagradas Escrituras otorgan verdadera carta de naturaleza a este hecho; quien predicó la doctrina cristiana en Éfeso, fue fundamentalmente San Pablo, permaneciendo allí durante casi tres años. Afirma el apóstol de los gentiles (10) que, en el momento del martirio de San Esteban, él era un furibundo perseguidor de los cristianos, y que tras su conversión, tardó tres años en subir a Jerusalén para conocer a Pedro (11). Allí solo encontró a Santiago, pero volvió catorce años después, y fue cuando “Pedro, Santiago y Juan, tenidos por columnas de la Iglesia, nos dieron la mano a mí y a Bernabé”; por tanto, en ese momento, San Juan se encontraba en Jerusalén. Sin embargo, es posible que, tras la Gran Asamblea de los Apóstoles, con la diseminación de estos por todo el mundo (12), San Juan recalase en Éfeso, lugar que ya nunca abandonaría hasta su destierro a la cercana isla de Patmos, donde escribiría su Apocalipsis.
Es decir, que San Juan no fue a Éfeso hasta mucho después de la muerte de San Pablo, hacia el año 67. Aplicando una serie cronológica, podemos partir de la base de que María concibió por obra del Espíritu Santo y dio a luz con 15 años de edad; por tanto, en el momento de la muerte del Redentor, año 33, ella tenía 48; si hubiera acompañado a San Juan en su marcha a Éfeso, lo habría hecho con 82; y si vivió casi nueve años más en la casita de la colina, su fallecimiento habría tenido lugar con más de 90 años. La tradición de los Padres de la Iglesia sitúa su muerte aproximadamente quince o veinte años después de la de su Hijo, es decir, cuando tenía entre 63 y 69 años; por tanto, la teoría efesia pierde credibilidad.
La Iglesia no ha aceptado la versión tradicional, aunque en 1914 el Papa Pío X ofreciera indulgencia plenaria a los peregrinos que visitasen dicho lugar, que fue declarado objeto de peregrinaje en 1951 por Pío XII, poco después de proclamar el dogma de la Asunción; allí acudieron Pablo VI en 1967, Juan Pablo II en 1979 y Benedicto XVI en 2006. Los textos vigentes señalan de forma convincente a Jerusalén como lugar de fallecimiento y Asunción a los cielos de la Virgen María. No obstante, llama la atención que, en un país predominantemente islámico, este lugar sea respetado y cuidado con tanto esmero, disponiendo de un muro de considerables dimensiones, donde los devotos dejan constancia escrita de sus peticiones y agradecimientos; y, precisamente, el día 15 de agosto, cuando nosotros celebramos la Asunción de María, los turcos musulmanes van en peregrinación a la Casa de la Virgen (13). Cualquier lugar es adecuado para rendir culto a nuestra Excelsa Madre, si es la fe verdadera la que establece la comunicación con la Reina de los Cielos.
Jesús A. Rueda Cuenca. Doctor en Medicina, U. Miguel Hernández de Elche. Colaborador Honorifico de la Cátedra Pedro Ibarra de U. Miguel Hernández. Miembro de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas.
Bibliografía
1. Rodríguez Cabezas, Javier: La Biblioteca de Éfeso. Espacio, Tiempo y Forma, serie II, Historia Antigua, t. 13, 141-157, 2000
2.Hechos, 8.
3.Nacida en Coesfeld, Westfalia, el 8 de septiembre de 1774, falleció el 9 de febrero de 1824; fue beatificada por San Juan Pablo II el 3 de octubre de 2004.
4.El primero fue titulado La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, publicado en 1833; posteriormente, la Vida de la Bienaventurada Virgen María apareció en Munich en 1852, tras su fallecimiento en 1842.
5.Oster, R. The Ephesian Artemis as an opponent of early Christianity. JbAChr, 19, 1976.
6.Kanitz, Ernst. Una Iglesia Cristiana sobre el solar del templo pagano de Artemis en Éfeso; preámbulos y problemática. La tradición en la antigüedad tardía, Antig.crist. (Murcia), XIV, 1997.
7.Ramsay, W.M. The workship of the Virgin Mary at Ephesus. III. Early Workship of the Mother of God in Ephessus. The Expositor, 12 de agosto de 1905.
8.Foakes-Jackson, F.J, y cols. The beginnings of Christianity, Part I: The Acts of Apostles. McMillan, Co. 1920.
9.Hechos, 19.
10.Gálatas, I; Hechos, 8.
11.Gálatas, I
12.Hechos, 15.
epistemai.es – Revista digital de la Sociedad Erasmiana de Málaga – ISSN: 2697-2468
Rueda Cuenca, J.A. La Casa de la Virgen en Éfeso. Epistemai.es 2023 febrero (19). Disponible en: http://epistemai.es/archivos/5455