Rogelio, el abuelo de la familia Solé, recolecta con delicadeza los higos de la higuera que crece en la tierra que lleva toda su vida trabajando. Se monta en su coche y, acompañado de su nieta, pone rumbo a la ciudad para ver a Joaquim Pinyol, el propietario de la tierra donde crece la higuera. A la puerta del chalé le atiende una mujer que le dice que Joaquim no se encuentra en casa. Acepta los higos con una sonrisa de condescendencia y despide a Rogelio. Ya en casa, su hijo Quimet, enfurecido, le recrimina el gesto. La familia Solé está dedicada a la que será su última cosecha del melocotón tras ochenta años. La explotación agrícola del terreno había sido cedida de palabra hace décadas por la familia Pinyol, pero ahora Joaquim planea talar los frutales para instalar placas solares, lo que pone en jaque la vida que siempre han conocido los Solé.
Hay algo en la esperanza que deposita el anciano en esa cesta de higos que me resulta desgarrador, en el esfuerzo infructuoso que pone en seleccionar las mejores piezas y en dedicar el día a moverse hasta la ciudad para apelar a la humanidad de quien solo mira por sus intereses. Y su dignidad herida me recuerda a la de Paco, Régula y Azarías, los protagonistas de Los santos inocentes (1984), la obra maestra de Mario Camus basada en la novela homónima de Miguel Delibes. “A mandar, que para eso estamos”, respondían a las órdenes del abusivo señorito Iván en un contexto distinto, la Extremadura rural de la posguerra, que sin embargo reverbera en la coyuntura a la que se enfrenta la familia Solé en la Lleida de siglo XXI.
Carla Simón está haciendo historia con Alcarràs. La presentó en febrero de 2022 en la septuagésima segunda edición del Festival de Berlín, donde se hizo con el Oso de oro a la mejor película, el primero para una película española en treinta y nueve años. En septiembre fue seleccionada por la Academia de Cine como la representante española para competir por el Oscar a la mejor película internacional y parte como favorita para los próximos premios Goya.
En su segundo largometraje, Simón vuelve a entregar un sutil ejercicio de cine social tras la autobiográfica Estiu 1993 (2017), que la hizo valedora del premio Goya a la mejor dirección novel. En aquella, Simón centraba su mirada en la inocencia de una niña en el primer verano de su vida junto a su familia adoptiva, después de que sus padres murieran por sida. En Alcarràs, nombrada así por el municipio ilerdense donde se desarrolla la acción, en cambio, parte de un reparto coral, conformado por actores no profesionales, para seguir las diferentes maneras que tienen los diferentes miembros de una familia de afrontar aquello que amenaza con la destrucción de su medio de vida. La directora demuestra una capacidad sobresaliente para retratar a cada uno de los personajes con unas pocas pinceladas y un buen entendimiento de las dinámicas y conflictos intergeneracionales que se desarrollan entre ellos.
En manos de otro cineasta el retrato de estos personajes podría caer en el estereotipo, pero Simón y su coguionista Arnau Vilaró comprenden muy bien cada uno de sus caracteres y los presentan con verismo y humanidad. Se siente cercano el conflicto del adolescente que se siente realizado trabajando en el campo, pero cuyo padre insiste en que se esfuerce en el instituto para que en el futuro tenga más oportunidades de las que tuvo él. O el de su tío, que antes que quedarse sin trabajo, acepta uno de los puestos de mantenimiento en la nueva planta fotovoltaica, lo que desestabiliza aún más el equilibro familiar.
Para alguien que, como en mi caso, se ha criado en un pueblo, en el seno de un familia humilde y descendiente de campesinos, todos los personajes son reconocibles. En cierta manera, cada uno de los miembros de la familia Solé podrían llevar el nombre de alguien a quien conozco, de un vecino del pueblo, de un miembro de mi familia o hasta el mío propio. Me reconozco en esos niños que exploran el campo y tienen en un coche abandonado a la orilla de un pantano su particular arcadia, arrebatada en una primera escena premonitoria. También en Glòria y en su exilio del pueblo, que visita menos de lo que querría, pero más de lo que realmente se atreve. Veo a mi padre en la testarudez y en la dignidad robada de Quimet, y a mi madre en la resignación y en el sacrificio de Dolors. Y veo a mi abuelo en la bonhomía de Rogelio. Quizá sea por eso me duele tanto la humillación que recibía aquel hombre con su cesta de higos.
Isidro Molina Zorrilla
Doctor en Filología Griega
epistemai.es – Revista digital de la Sociedad Erasmiana de Málaga – ISSN: 2697-2468
Molina Zorrilla, I. ‘Alcarràs’, de Carla Simón. epistemai.es [revista en Internet] 2022 octubre (18). Disponible en: http://epistemai.es/archivos/5290