A MODO DE PROPÓSITO
Siendo el amor un afecto que apetece el bien y su goce, se comprende que sea extremadamente difícil cualquier intento descriptivo. No lo es, sin embargo, en lo referente a las manifestaciones de expresión del amor, que son, en arte y en literatura harto frecuentes.
Intento hoy acercar una muestra de estas manifestaciones vista por un personaje curioso que se quedó entre nosotros para siempre, en Málaga concretamente, Gerald Brenan (Sliema, Malta, 1894 – Málaga, 1987).
El pueblo español, quebrado y a la vez enriquecido por el paso de varias civilizaciones sobre su suelo, a caballo durante siglos entre dos grandes continentes y muchas culturas, ha adquirido, en su forma de manifestarse, matices especiales típicos pero inconfundibles, lo que ha supuesto la atracción de muchos estudiosos o simplemente curiosos.
Es así como historiadores, antropólogos, guerreros o simplemente aventureros o trotamundos se han dado cita en España a través de los tiempos, predominando en estos menesteres el pueblo inglés sobre otros, sin disimular la curiosidad que siempre ha sentido hacia lo hispano.
Por deformación metodológica podríamos, me temo que erróneamente, encasillar a Gerald Brenan entre aquellos. Sin embargo, y aun perteneciendo histórica y geográficamente a aquel grupo, se distancia mucho de él por razones de los propios objetivos de sus viajes, que le personalizan biográficamente. En el transcurso de su residencia en España su evolución anímico afectiva y su integración social hace que sucesivamente vaya pasando por los estadios de hispanófilo, hispanista e hispano.
Es así como, concluida la ración de leguas por tierras de la India, Sri Lanka, Francia, Suiza y Alemania, a la par que lo hacían sus menguados caudales, y habiendo agotado con la mayor honra castrense la proporción de bombas que le correspondían en la I Guerra Mundial, Brenan se instala casi por azar en tierras andaluzas, “con pocos cuartos y muchos libros” para iniciar en solitario la mayor aventura de su vida: leer. No era otro su objetivo. La aduana del puerto de Almería, que despachó dos mil libros bien empaquetados, es fiel fedataria de este hecho. Brenan vino a España buscando la paz y la calma necesarias para leer y formarse, aquella que no podía obtener frecuentando los salones de té de la alta sociedad inglesa ejerciendo con artificialidad de gentleman, y Gerald Brenan puso sus reales en la “universidad” de las Alpujarras, y desde la torre vigía de Yegen leía, observaba, tomaba notas, escribía sus recuerdos, se me antoja intentado atisbar e incluso poniendo rumbo en su memoria a aquella porción de tierra que no hacía demasiados años le vio nacer en medio del Mediterráneo: la isla de Malta. Y quizás por eso Gerald se quedó con nosotros para siempre mirando al mar desde Yegen primero y muy cerca de él después. No había asistido a ninguna universidad británica, pero había obtenido un gran cum laude que le otorgó el pueblo español, rescatándole, en su ancianidad, del ‘exilio’ forzado en Inglaterra, porque su tesis, que jamás se escribió, defendía nada más y nada menos que la metodología para amarnos o de “de cómo amar con sólo convivir”.
Esta es, con todos los inconvenientes de lo esquemático, la pequeña y gran historia de cómo Gerald Brenan se convirtió en D. Gerardo sin dejar de ser Mr. Brenan.
El amor, en sus escritos, aparece en la doble vertiente de antropólogo y poeta o, lo que es lo mismo, del que mira a todo lo que él no es y del que mira a todo lo que es él, pero enviando a elaborar ambos contenidos a fuentes comunes: la intuición, la sencillez de la idea y de la palabra, la acogida de lo natural.
Como antropólogo, su obra, en lo que a temática del amor se refiere, mira hacia dos campos: por un lado, hacia los alpujarreños y sus relaciones sentimentales; por otro lado, hacia la descripción de los escenarios donde estas relaciones tenían lugar y que tantas emociones despertaban en el inglés. Las dos vertientes son vividas, que no estudiadas, con toda la cabida existencial de su persona, en el medio urbano o paisajístico, olvidando cualquier formalismo científico o estructural que no añadiría al conocimiento de la zona más que una serie de datos fríos y confusos. Hay que advertir que su obra tomada como referencia en este trabajo, Al Sur de Granada, está dirigida al pueblo británico, ignorante de lo que es tan opuesto a él, como son las Alpujarras.
Por el contrario, Brenan deja que sean los acontecimientos los que le hagan descubrir por sí solos la realidad de estas tierras, teniendo ya predispuesto, por la sangre y los libros, su filtro de captar sensaciones y aceptando como integrante el nuevo entorno, al que le lleva su inconformidad con lo impuesto y su curiosidad de conocimiento.
Al hablar del paisaje de Yegen y sus alrededores, Brenan se deja sorprender por la peculiar forma que allí adopta la vida visible y la invisible, como las montañas y el aire: “El lugar daba la impresión de descansar sobre una gran elevación, sobre el resto del mundo. Se sentía… vastas masas de aire que me bañaban de una manera singular como jamás había experimentado en otra parte”. Un lugar propicio para quien llega del extraño planeta británico con la sorpresa reflejada en los cristales de sus gafas y con el deseo de elaborar lo vivido en su interior, que si no es así, el aire y las montañas no sirven al hombre en gran cosa; ni tampoco las estrellas ni las nubes, ni los arroyos ni regatos, ni ninguno de los elementos que posibilitaron al curioso D. Gerardo desarrollar en su vida y en su obra el amor que ahora comentamos.
El marco físico era, pues, el adecuado a quien quiere estimular su imaginación y sus recursos intuitivos, buenos elementos para amar el entorno. Así lo trasmitió Brenen en su segunda llegada a Yegen:
A las veinticuatro horas volvió la vieja impresión de altura y quietud, de campos de aire que se extendían ante mí y de torrentes de agua que caían a mi espalda, y me di cuenta de que Yegen tenía algo que le diferenciaba de todo lo demás. Los momentos en que mejor lo captaba eran las noches de luna llena: la tierra se revelaba en fiesta por todas partes y me parecía que navegaba en la proa de un barco en travesía por un océano petrificado,
Siendo un excelente observador, dedicó gran parte de su obra Al sur de Granada a exponer los modos que adoptaba en las Alpujarras la expresión del amor, logrando, quizás, las más atinadas páginas de esta obra y seguramente las que más perplejidad pueden causar en quien no conozca el carácter de las gentes de los pueblos andaluces. Hay que recordar que este libro fue escrito entre 1920 y 1934, tiempos en los que los amoríos se conformaban con respecto a unos ritos prefijados que nadie podía pasar por alto si quería mantener la sagrada reputación.
Esta serie de manifestaciones rituales, que nadie podía evadir, resultan de una concepción tradicional del amor, según la cual ha de ser evitado todo ramalazo de espontaneidad y de naturalidad, ya que el actuar sin ningún asidero convencional conlleva unos riesgos que los actuantes no están dispuestos a correr. De esta forma, los noviazgos, casi la única posibilidad de relación juvenil, eran buscados mediante los más intrincados de los caminos, rodeando el deseo principal hasta encontrar el vericueto que posibilita su expresión y satisfacción.
Brenan accede al conocimiento de las formas amorosas no como investigador, ni solamente como observador, sino, más que de ninguna otra forma, como vividor de lo que viven sus vecinos, confesándonos sus experiencias con las mozas del pueblo. Así, descubre en Almería con perplejidad el ritual de las rejas, cuando viendo que sus iniciativas fracasaban con una pared de por medio, invita a su ‘cortejada moza’, conocida recientemente, a la plaza, donde descubre en ella un cuerpo menguado, antes escondido, que le hace huir presto de la cita. O va a los bailes, con las mismas intenciones que los demás, donde detecta las tensiones provocadas por los celos extremos, los cotilleos, lo que es conveniente o no expresar, etc. En un baile conoce a otra de sus ‘novias’; con ella aprenderá que lo que ha de hacer una joven en los pueblos pequeños es mostrarse fría en privado y responder normalmente en público. A este hecho lo denomina “publicidad amorosa”, una forma de atraer a los hombres que, al parecer, tenía gran efectividad.
Más de lo que con Brenan podríamos llamar ‘juegos del amor’ consistía en la creencia en las pócimas amorosas elaboradas con hierbabuena, balsamina, rosa o alelí. Por otra parte, la albahaca tenía gran utilidad como soporte de la manifestación amorosa, al servir como instrumento transformador de lo espontáneo en ritual. Ser claro era entrar en el peligro del rechazo, y ser confuso en el peligro de no hacer ver las intenciones. Así narra Brenan estos quehaceres:
La albahaca dulce es cultivada por las jóvenes en macetas y cuando llega San Juan… los jóvenes que quisieran cortejarla subían por la noche, cortaban una ramita y se la colocaban detrás de la oreja. Al día siguiente pasearían por los alrededores de su casa llevando así la ramita para que pudiera verlos. Si nadie robaba la maceta de una chica, ésta se sentía desdeñada. Otra cosa que podía hacer el joven es pedir a la chica el clavel blanco que lucía en el cabello, si ella se lo daba, él le entregaba un clavel rojo y se hacían novios.
Brenan ha escrito párrafos muy atinados sobre estos modos indirectos de expresión de sentimientos y se ha quejado, como parte implicada al verse en más dificultades que los lugareños, de esta utilización complicada de símbolos, que él era poeta y guardarse la expresión no era tarea fácil.
Observaba Brenan una peculiaridad de lo amoroso, común además a toda Andalucía: mientras los casados acababan, con el tiempo, fundamentando su relación en el cariño, que no en el amor, los que fracasaban en sus intenciones sentían en sus carnes toda la tragedia de los deseos sin saciar. Fragmentos del cante popular recogidos en Al Sur de Granada ilustran el hecho de la derrota amarga que se convierte en arte:
En la orillita de la mar
suspiraba una ballena
y en sus suspiros decía
quien tiene amor tiene pena.
O en esta otra copla:
A las dos de la mañana
yo me quisiera morir
por ver si se me acaba
este delirio por ti.
Brenan, que narra las costumbres con gran destreza, con una palabra sencilla y sin ánimo científico, se revela íntimo y particular en sus poesías escritas al amor de la lumbre. No acudiré ahora a Al sur de Granada, sino a esas cuartillas sueltas que de vez en cuando rellenaba para expresión y sosiego de sus torbellinos interiores, recopiladas en su libro Los momentos magnéticos. Él lo explicó en uno de sus aforismos: “la imaginación es dejar salir de la jaula de la cabeza a todos los pájaros que tenemos dentro y observarlos mientras vuelan en el aire”.
En estos, el amor se manifiesta con toda su capacidad y hacia todas las direcciones posibles: lo que se ha ganado y lo que se ha perdido. Sobre lo primero encontramos un canto de amor que valora la plenitud y la concepción que de la vida puede emanar:
La naturaleza toda fue suya. Los mares y las costas
ofrecían sus robustos brazos. Un sol brillaba.
Aprendió a contemplar a la raza humana como a las plantas.
Y nada podía interrumpir el tiempo del amor.
Es una obra poética en la que la imagen y la voz se asocian para lograr la animación de las sensaciones. Una poesía vitalista que estima lo obvio:
¡Ah, cómo se desenredaban los caminos bajo tus pies,
cómo cantaban las polvorientas briznas de hierba sus himnos caprichosos!
¡Ay, cómo las estrellas hendían pasadizos en el interior de su cabeza,
cómo el rocío matutino humedecía en gema sus cabellos!
Junto a este surtidor de energía que muestra en algunos de sus poemas, aparece, con más frecuencia, la expresión de lo perdido, de lo añorado, configurando las que quizás sean las más bellas páginas de su obra poética, que lo que no puede ser vivido porque no está, puede ser revivido donde se encuentra el recuerdo; así lo encontramos en el Lamento por la muerte de la palabra ‘De nuevo’.
Un golfo. Ningún pasaje de aquí a allí.
Un golfo. Donde solía haber camino firme
ahora sólo hay aire.
No subir esa escalera rota.
Una ausencia. Hay una habitación vacía en la casa.
Una ausencia. Desde ayer esta habitación es el todo de la casa.
Donde no hay norte la aguja se desvía al sur.
Un silencio. Cuando solía haber una voz hay solo viento.
Un silencio. Todos los relojes se han detenido por una orden.
Este silencio es como la oscuridad de los ciegos.
Una emigración. La partida de una familia de palabras.
Una emigración. Amor y cariño han volado como los pájaros de otoño.
Eran las mejores y más queridas de todas nuestras palabras.
Una abolición. El castillo de sonrisas se ha ido.
Una abolición. Las hadas vinieron y se la llevaron a su casa.
Donde una vez estuvo queda un enojo.
Una destrucción. La fe por la cual alguien vivió está muerta.
Una destrucción. Una ráfaga ha proyectado todos sus futuros en la cama.
El espíritu que dio cuerpo a su vida ha volado.
Una monotonía. ¿Tiene este mundo algún significado para ti o para mí?
Una monotonía. Donde solía haber campo todo lo que veo es un desierto.
Esta arena es la verdad, por eso la mayoría de los sabios están de acuerdo.
Una nostalgia. Pero ¡qué inútil, qué vano!
Una nostalgia. No hay dolor tan invencible como éste.
Una palabra ha muerto. Es la palabra “de nuevo”.
Gerald Brenan legó su cuerpo a la Facultad de Medicina de Málaga, permaneciendo su cadáver intacto en su Departamento de Anatomía durante catorce años, hasta que fue incinerado y sepultado en el Cementerio Inglés de Málaga junto a su esposa el día 20 de enero de 2001.
Dr. Ángel Rodríguez Cabezas
Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas
Sociedad Española de Historia de la Medicina
Sociedad Erasmiana de Málaga.
Nota del autor: Artículo basado en la “Comunicación al XXXII Congreso Internacional de la Unión Mundial de Escritores Médicos”.
epistemai.es – Revista digital de la Sociedad Erasmiana de Málaga – ISSN: 2697-2468
Rodríguez Cabezas, A. El amor en la obra de Gerald Brenan. epistemai.es [revista en Internet] 2022 octubre (18). Disponible en: http://epistemai.es/archivos/5077