El dicho descolocado

 

Paremia: 1. f. cult. Refrán, proverbio, adagio, sentencia –dice la RAE en su edición digital actualizada en 2020.
Refrán: 1. m. Dicho agudo y sentencioso de uso común.
Proverbio: 1. m. Sentencia, adagio o refrán.
Adagio: 1. m. Sentencia breve y, la mayoría de las veces, moral.
Sentencia: 1. f. Dictamen o parecer que alguien tiene o sigue. 2. f. Dicho grave y sucinto que encierra doctrina o moralidad.
Dicho: 2. m. Palabra o conjunto de palabras con que se expresa oralmente un concepto cabal. Dicho agudo, oportuno, intempestivo, malicioso. 3. m. Ocurrencia chistosa y oportuna.

Visto lo anterior, es obvio que hoy no vamos a hablar de paremias, refranes, proverbios, adagios, sentencias o dichos, sino de modismos: 1. m. Expresión fija, privativa de una lengua, cuyo significado no se deduce de las palabras que la forman; p. ej., a troche y moche. 2. m. idiotismo (‖ giro o expresión propios de una lengua que no se ajustan a las reglas gramaticales); p. ej., a ojos vistas –dice la RAE en la susodicha edición digital.

Hoy veremos sólo dos ejemplos, “a ojos vistas” y “a pie juntillas”, tomados de la prensa diaria y otras publicaciones, de las que no vamos a citar ni autores ni editores. Únicamente la fecha –en el caso de la prensa–, o el año de publicación –si es libro–, con objeto de mostrar su actualidad.

 

A ojos vistas / A ojos vista

“Hemos normalizado como sociedad un deterioro institucional y de nuestro Estado de derecho que, si bien lleva años produciéndose con gobiernos de uno y otro signo, se está acelerando a ojos vistas.” (2020-11-06)

No podemos aducir aquí la gramática, pues por definición se trata de verdaderos clichés lingüísticos, formas propias (idiotismos) de cada lengua, intraducibles en su forma, toda vez que su significado original sólo se comprende de manera intuitiva. Pero eso no quiere decir que la estructura sintáctica de dicha locución nominal con valor adverbial carezca de lógica. Aparte la ya citada RAE en el segundo párrafo, arriba, hemos consultado el Diccionario de uso del español (M. Moliner, 1991), el Diccionario ideológico de la lengua española (J. Casares, 1990); el Diccionario del español actual (M. Seco – O. Andrés – G. Ramos, 1999), el Diccionario panhispánico de dudas (RAE, 2005), el Diccionario de dichos y frases hechas (A. Buitrago, 2009), y otros más, que no la recogen (El porqué de los dichos, J. M. Iribarren, 1994; Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española, M. Seco, 1991; Diccionario de usos y dudas del español actual, J. Martínez de Sousa,1996, por citar sólo tres). Todos los citados anteriormente recogen sólo “a ojos vistas” con el significado de “visible, manifiesta, palpablemente” (Casares) u otras palabras equivalentes. Y el Panhispánico de dudas precisa: “No son correctas las variantes “a ojos vista” y “a ojos vistos”. ¿Y por qué no lo son? Eso no lo dice. Sorprende que este diccionario, habiendo demostrado tener unas tragaderas lingüísticas más grandes que las de una boa, se ponga estrecho con “a ojos vista”, la equipare con “a ojos vistos” –¡que ya es equiparar!– y la repruebe sin más explicación. Menos mal que Word Reference (WR) –sin duda el diccionario digital más relevante hoy por abarcar los idiomas más hablados del planeta– recoge en su sección española “a ojos vistas” y “a ojos vista”. ¡El único! Tampoco lo explica; pero, ya que también nosotros abogamos por ambas, nos tocará cuando menos proponer una explicación razonable.

 

Cuando me doy cuenta de que solo, pequeño y sin honda me enfrento en desigual desafío a tamaños gigantes lexicográficos, me pregunto si no sería mejor desistir, romper el folio escrito y quedarme “quieto parao”. En realidad, me pasa lo que al Piyayo, que aun teniendo un respeto imponente a las citadas autoridades, veo que mi escepticismo supera con creces al del apóstol Tomás, apodado el dídimo (mellizo), y me incita a seguir el fiable consejo de Manuel Seco: “La actitud de reverencia ciega a la Academia, unida a la adhesión literal a uno de sus principios de la fundación de esta, da lugar a la posición purista [sic] … Pero no debe confundirse el purismo, tradicionalista y cerrado, desdeñable por absurdo, con una conciencia lingüística en los hablantes –realista y crítica a la vez– que con sentido práctico sepa preferir, entre las varias formas nuevas que en cada momento se insinúan, las más adecuadas a los moldes del idioma […] El desarrollo de tal conciencia lingüística sería uno de los mejores logros de una buena enseñanza de la lengua” (Gramática esencial del español, 1991: 258).

Una vez, pues, resuelto a seguir mi conciencia –menos realista que crítica–, cedí al instinto de salir corriendo a pedir socorro a la armería de F. Lázaro Carreter, por si alguno de sus certeros Dardos en la palabra (1997) hubiera ensartado ojos a la vista de todos; pero no. Miró su larga lista de dardos y, retrayendo su denso bigote, me dijo: lo siento. No hay de qué. Otra vez será. Y seguí, ojo avizor, por si en El buen uso de las palabras (2003: 9) del sabio y prudente V. García Yebra encontraba colirio sedante para mis ojos; pero no. Tan sólo me recordó “unos versos anónimos, con reminiscencias helénicas: El don de la palabra es lo más grande. / Lo que define al hombre / no es la bipedad ni el ser implume. / Lo que define al hombre es la palabra”.

Vino entonces a mi mente el recuerdo del buen amigo y colega Jesús Cantera, culto donde los haya, que junto con Julia Sevilla Muñoz había recogido 1001 refranes españoles con su correspondencia en alemán, árabe, francés, inglés, italiano, polaco, provenzal y ruso (2001); pero no. Lo suyo eran las paremias. Y mucho nos tememos –me dijo– que los locos paralímpicos no acaben por convertirlas en paramias y, haciendo de parodias ‘paradias’, nos revienten las parótidas con sus ‘parátidas’, pues el paroxismo está a punto de llegar al ‘paraxismo’, jugando a cambiar la paronomasia en ‘paranomasia’. ¡Dios mío –pensé-, ya puedo ir con los ojos bien abiertos en vista de tanto pirata! Pues, aun así, me estrello. Y no soy el único. Lázaro Carreter, en su citado libro, confesaba: “Supuse, claro es, que quienes estaban empleando aquel adjetivo [paralímpicos], una vez advertidos, rectificarían enseguida, y que el legítimo se impondría a partir de entonces. Infundada esperanza, sólo propia de quien aún cree con ingenuidad en la fuerza de la evidencia…” (1997: 605). Ya había dicho Pascal que si la justicia tuviera fuerza, se impondría por sí misma; pero, no siendo así, es la fuerza la que impone su justicia (Pensées, Lafuma, 81). De ahí que la razón del más fuerte sea siempre la mejor (La Fontaine, Fables, “Le loup et l’agneau”). Pero, ¿quién es aquí el más fuerte? Lázaro Carreter se malicia algo peor. Y es que han querido dejar lisiada la palabra para contemporizar: “… tal vez les guiaba el propósito ofensivo de crear un icono, es decir, un término que, por su forma misma, sugiriera el significado” (1997: 606). Con todo, lo que menos podían esperar García Yebra, Lázaro Carreter o Rodríguez Adrados era que el Cayo Bruto que los iba a apuñalar por la espalda se escondía en la propia institución académica: “paralímpico […] No paraolímpico ni parolímpico” –dice la RAE (Libro de estilo de la lengua española según la norma panhispánica, 2018: 435). Y yo, ingenuo, preguntándome aún por qué me chirría la brújula cada vez que se mueve la aguja…

En Madrid hacía calor y, mientras descansaba a la sombra de un árbol madroñero, saqué el pañuelo pensando en el pobre oso, me limpié el sudor y recordé que en 1916 Rufino Peinado y Peinado, auxiliar numerario del Instituto General y Técnico, había publicado en París un Estudio de modismos, suplemento a su Gramática Francesa; pero sólo me mostró, a ojos cegarritas, que modismos o idiotismos “son las construcciones privativas de cada idioma que se apartan de las reglas gramaticales”; y que “los modismos de palabra se dividen en ‘simples’ y ‘compuestos’, según que afecten a una sola o más palabras” (1916: 23-24), porque normalmente vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga del lagar del nuestro. Y aprovechando que estaba en Francia, visité a mi viejo amigo Pierre Guiraud (Les locutions françaises, 1973), quien me llamó la atención sobre un hecho curioso: hay palabras –dijo– que cambian de chaqueta, que de participios –con lo que eso significa– se convierten en nombres, suplantando a los propios. Y eso a ‘la vista’ está, que ha dejado ‘la visión’ en la clínica del oculista. El participio implica acción, en este caso la de ver; mientras que el sustantivo –visión– traduce el concepto de lo estático, la facultad de ver. Los ojos son dos, pero la vista –la acción de ver– es una. Su apreciación me iluminó de repente el camino que andaba buscando para dar con la solución a nuestro problema ocular de hoy.

Por si acaso, aproveché también la ocasión de pedir consejo a Fasola & Lyant (Grammaire turbulente du français contemporain, 1990), pero me desengañaron enseguida. Bastante lío tenían tratando de imbuir conceptos gramaticales en la mente de los niños con sentencias proverbiales de la sabiduría egipcia y haciendo jeroglíficos que sonaran a francés. Así, “à bon shah, bon Râ” (à bon chat, bon rat, donde las dan las toman); o “Ventre affamé n’a pas Assédsoup” (ventre affamé n’a pas assez de soupe, a buen hambre no hay pan duro). Me habría encantado seguir con ellos, porque este método incita a dormir con los ojos abiertos como las liebres y viene a la pedagogía como pedrada en ojo de boticario; pero andaba excavando en otro valle.

Sentado junto al estanque circular del jardín de las Tullerías, viendo distraídamente jugar a los niños con sus preciosos barquitos a escala, recordé con placer al maestro Coseriu disertando sobre norma y habla en sus cursos estivales de la universidad de Málaga. Lo mismo –pensé– sus Principios de semántica estructural (1977) encuentran explicación a esta distorsión óptica que nos trae a mal traer; pero no. Su vista panorámica enfoca al lejano horizonte lingüístico mientras que nosotros andábamos buscando abrojos. Era preciso enfocar a ras de tierra y, para eso, nadie mejor que Nicolas Ruwet, que había escrito una Grammaire des insultes et autres études (1982). Partiendo de una estructura muy cercana a la de los idiotismos, noté sin embargo que, lejos de abrirme los ojos, me enturbiaba la vista con palabrotas que prefiero no trasladar al lector. Ya encontrará las suyas propias para calificarme. Pensé entonces en coger el Eurostar y acercarme a ver a Martin Manser, por si su Get to the roots. A dictionnary of Word & Frase origins (1992) me limpiaba los ojos de la porquería que me había metido el amigo Ruwet; pero no. Desde que tomaron las de Villadiego, los ingleses sólo andan buscando an eye for an eye (ojo por ojo), que son muy suyos. Así que, cansado de dar vueltas, decidí volver a casa. En la estación María Zambrano me crucé con Mariano S. Anaya, colega de nuestros buenos tiempos de cátedra de instituto nacional de enseñanza media. Con Christine Guyomard y Helen Anderson se había divertido un buen rato escribiendo Mil modismos y origen de muchos de ellos con la equivalencia en francés y en inglés (1988). Le conté el asunto que me traía y me dijo que lo tenía recogido en su libro. Y es verdad. Del fondo académico han recogido el modismo, tal cual, “a ojos vistas”, lo traducen “à vue d’oeil” –ambos nombres en singular– e “in plain sight” respectivamente, pero sin añadir el más mínimo comentario en las apostillas finales. Como luego veremos, la versiones francesa e inglesa no traducen exactamente “a ojos vistas”, sino “a ojos vista”.

Cuando Alberto Buitrago adelanta que “como parece, la expresión tiene que ver con los juegos de naipes en que las cartas pueden ser vistas por todos durante la partida”, me dije: ¿qué tendrá que ver la semántica –el significado– con la explicación de la estructura sintáctica? ¿Es que la referencia al juego de cartas (“las veo”) –válida, aunque nada probable– puede justificar “vistas”, en plural y sin preposición? Es obvio que no se pueden relacionar gramaticalmente los dos términos ‘apuestos’, pues de eso se trata, de dos locuciones en una: “a ojos” + “a vistas”. La fuerza expresiva de la suma de ambas consiste, ante todo, en la segunda de las leyes que rigen la comunicación: la economía del lenguaje; y luego, en la disonancia (discordancia) gramatical que dicha aposición genera. Una vez puesta la preposición “a” en la primera parte, se omite en la segunda por redundante, lo que produce la extraña asociación gramatical (a ojos vistas) que instintivamente el hablante pretende emparejar (a ojos vistos), empeorando las cosas. Siendo gramaticalmente correcta, al concordar en género y número, la locución pierde el carácter de modismo para quedar reducida a simple ablativo absoluto. Ojos expuestos a la vista de todo el mundo. Por eso “A ojos vistos” es rechazable como modismo, porque no lo es. Más bien es una frase inconclusa, del tipo “a ojos vistos no has de temer”. Y eso ya es adagio, proverbio o sentencia, pero no idiotismo.

Llegado a este punto, volví a consultar las fuentes iniciales. M. Seco y sus colaboradores recogen la locución prepositiva “a vistas” y la sitúan en el ámbito social, cuando los padres concertaban los matrimonios de los hijos y, una vez hecho, los llamaban “a vistas”, a verse los novios por primera vez. No parece ser el caso hoy, y además, encontramos otra explicación más plausible: su carácter repetitivo. Es decir, cada vez que vemos algo, ya ha cambiado: “el enfermo mejora a ojos vistas” (María Moliner); “La industria crece a ojos vistas en Segovia” (M. Seco y col.). O, podríamos añadir, estos chicos crecen a ojos vistas. Es decir, cada vez que los vemos, han pegado un estirón. He ahí el verdadero valor de “a ojos vistas”: su carácter repetitivo/distributivo, equivalente a “cada vez que”, “cuantas más veces” “siempre que” y otras semejantes. De resultas, nada impide su convivencia con la locución hermana “a ojos vista”, puesto que existe igualmente la posibilidad de que algo ocurra “a ojos vista”, “a primera vista”, “a simple vista”, “a vista” de todos, al alcance de todos. No hace falta coger prismáticos, porque está a ojos vista. No hay que ser un lince para entenderlo, porque está a ojos vista. A ojos vista parece sensato. Una fachada de ladrillos vista es humilde pero aseada. A ojos vista parece una buena solución arquitectónica. Valgan estos ejemplos para concluir, no sin antes llamar la atención sobre el carácter pleonástico, redundante de los dos elementos en contacto, ojos y vista, que delata su carácter orientalizante y exótico, ya presente en el llamado acusativo interno latino: “vivir la vida” (vivere vitam), ver con mis ojos.

 

A pies juntillas / A pie juntillas

“¿Durante cuánto tiempo se ha creído en España a pies juntillas que la Invencible cambió la historia del mundo marcando el declive del Imperio Español y el auge del Imperio Inglés?” (2019).

“Nuestras élites creen a pies juntillas lo que leen en los libros.” (2019).

“…mostrando ser el primer servidor público del país y conservando una exquisita neutralidad institucional en el abigarrado juego de la política partidaria, cumpliendo a pies juntillas con el mandato constitucional…” (2020-08-14)

“A pie juntillas”, al contrario de lo que ocurría en el modismo anterior, sufre la atracción del segundo elemento “a juntillas” (con los pies juntos) con el que el hablante pretende concordar en número: “a pie” > “a pies”, olvidando que la concordancia debería hacerla igualmente en género, lo que convertiría “a pie juntillas” en “a pies juntillos”. Esto hubiera arreglado la gramática, pero habría anulado la expresividad de la locución. Luis Ignacio Parada ya había tratado este asunto en uno de sus interesantísimos recuadros que “Tirando a dar” publicó en ABC durante una veintena de años. Las dos locuciones en contacto aquí son “a pie”, en singular (de pie, en pie, a caballo, a campo través…), y “a juntillas”, al modo de “a ciegas”, “a hurtadillas”, “a tientas”, “a tontas y a locas” y otras. “A pie” y “a juntillas” se unen en pareja de hecho y, tras eliminar la segunda “a”, resulta “a pie juntillas”. Es decir, saltar con los dos pies unidos, como si fuera uno. De ahí, la imagen “en bloque”, “de arriba abajo”, sin fisuras, sin dudar con la que alguien puede creer algo “a pie juntillas”.

 

Quintín Calle Carabias
Doctor en Filología Moderna, profesor titular de la UMA y Presidente de la SEMA


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