Carta al último bandolero, Pasos Largos

 

Río de Guadalevín, deja pasar a mi bandolero serrano

 que viene de lejanas tierras y va para Montellano.

Canción Andaluza Popular (rondeña)

Juan:

Muchas reflexiones, repartidas en este tiempo de convalecencia, he necesitado para decidirme, por fin, a escribirle esta carta, que no sé cuántas vueltas dará por la eternidad hasta dar con su paradero. No sé si en el Más Allá será usted muy conocido, ya que su fama, acá en la Tierra, quedó circunscrita a las Españas de los siglos XIX y XX, y pronto su figura y malos hechos fueron solamente objetivo de los estudiosos en estas cuestiones, como era mi amigo Antonio Canca.

Pues decía mi amigo Antonio, que usted, Juan Mingolla Gallardo, que ese era su verdadero nombre y apellidos, tenía pavor a morir en la horca. Y es que su corta formación y menguada información no le permitió saber que el suplicio de palmar ahorcado había sido ya abolido por una Real Cédula de Fernando VII en 1832, donde se mandaba que “en adelante se ejecute en el de garrote la pena de muerte que se imponga”, queriendo señalar con este beneficio la grata memoria del feliz cumpleaños de la Reina. Caramba, hoy lo celebramos de otra forma, una tartita de chocolate, una bandejita de pasteles, pero no un real decreto. Sin embargo, le diré, Juan, que la horca inspiró unos versillos al singular Quevedo, que luego le explicaré. Decía Quevedo:

Mandáronle encordelar

los señores la garganta,

y oliendo las entrepiernas

al verdugo, perdió el habla.

Y es que el verdugo solía agarrarse a la cuerda sosteniéndose sobre los hombros del reo y lanzábase, junto a éste, al espacio para de esta manera apresurar la muerte.

Pasos Largos. Ilustración de Ángel Idígoras del libro ‘Mi correspondencia imposible’

Usted, que nació en el bonito pueblo de El Burgo, muy cercano a Ronda, en 1874, aprendió un poco a leer y a escribir gracias a la enseñanza de un maestro ambulante, figura poco conocida, aunque muchos de estos personajes existían en Andalucía. El suyo era un hombre bohemio que recorría cortijadas y ventorros y que por un plato de comida y posada en el pajar lo iniciaba en la lectura y en la aritmética. Y así es como usted aprendió lo poco que supo a lo largo de su vida. Quizá le interese saber que estos maestros fueron eliminados de la enseñanza oficial entre los años 1940 y 1950.

Usted, Juan, Pasos Largos, se hizo bandolero, por las mismas causas que los que le precedieron, que no eran otras que el fenómeno del gran aislamiento de la gente del campo en Andalucía, dado, principalmente por la escasez y mal estado de las comunicaciones, constituidas sobre todo por los infernales caminos en el campo y en la serranía. De ahí la conocida frase de Joaquín Camargo, El Vivillo: “A nosotros nos ha matado el alambre”, refiriéndose a la llegada del teléfono y del telégrafo, que efectivamente supuso el principio del fin del bandolerismo en Andalucía. El Vivillo pronunció esta frase desde la cárcel de Córdoba el 5 de abril de 1911, comentando la noticia del Diario de Córdoba que relataba el caso de un sujeto de Castro del Río que se había lanzado al monte, solo para darse la satisfacción de hacerse llamar Pernales II: “a esos les ha matado el alambre”.

Decía mi amigo Canca que, en realidad, usted no fue el último bandolero, que este título debe recaer en El Almirez, aunque sospecho que éste no pasaba de ser un común delincuente huido a la serranía, pero sin las florituras seudo románticas que adornaban a los bandoleros de coraje y vocación.

Me gusta su apodo, Pasos Largos, que probablemente lo heredó de su padre, Juan Mingolla, así como la especial forma de andar, que le proporcionaba su gran estatura y la gran envergadura de sus piernas. Cuando vestía el uniforme rayado del soldado español en la absurda guerra de Cuba no sabía usted lo que le esperaba. A su regreso a España y encontrándose en la más absoluta soledad familiar, decide usted dedicarse a las labores agrícolas, bajo la que subyace otra labor, la de cazador furtivo que le conduce insidiosamente a su posición social fuera de la ley. Pero en abril de 1911 un padre y su hijo le denuncian por su afición a la caza furtiva, y usted en un momento de pasmoso arrojo acaba con sus vidas de un par de trabucazos. Ese asesinato es el que marca el momento crítico de la separación del medio y su fuga a la serranía, donde se desarrollará toda su actividad delictiva: escaramuzas, tiroteos con la Guardia Civil, andanzas, hechos todos que mitifican su figura en toda la comarca rondeña con tintes de temor y admiración, resurgiendo la actividad de bandolero que parecía ya erradicada con la muerte de El Pernales, la extradición voluntaria de El Vivillo en Argentina y la prisión de El Vizcaya.

Pero cuando usted, Juan Mingolla, alcanza notoriedad es cuando secuestra al influyente don Diego Villarejo que le proporcionó además de diez mil reales, precio del rescate, mucho lustre y popularidad. Pero, lo que son las cosas, ese mismo año de 1916 usted es detenido y conducido al Penal de Figueras, de donde es trasladado, con intento de fuga de por medio, a la Penitenciaría del Puerto de Santa María, donde iban a parar los reclusos tullidos, inválidos, tísicos, lisiados y viejos. Recordará una copla carcelera de la época, donde se nos muestra las condiciones residenciales del centro:

Mejor quisiera estar muerto

que estar pasando la vía

en este Penal del Puerto,

Puerto de Santa María.

Y eso es todo, porque obtenida la libertad en 1934, y llevado por el odio a la Guardia Civil, se lanza de nuevo al monte, donde acaba su vida tiroteada por miembros de la benemérita, como no podía ser de otra forma. Y así es como con usted, Juan Mingolla, Pasos Largos, se cierra definitivamente la historia del bandolerismo andaluz.

Le adjunto una posdata, pues sospecho que Allá tendrá usted todo el tiempo del mundo y si aquel maestro rural le enseñó como debió, podrá usted leerla sin dificultad. En caso contrario pida ayuda que en el Paraíso hay buena gente instruida.

Con mi reconocimiento por poner usted punto final al bandolerismo le saludo atentamente,

Ángel

 

Posdata

Juan: Me parece que lo que voy a narrarle ahora sobrepasa el contenido de una carta, tal como se concebía en los tiempos en que usted trajinaba por Andalucía; a la carta postal me refiero. Porque lo que me ha interesado del bandolerismo han sido sus causas por las que asienta durante siglos, primero en toda España y luego, haciéndose fuerte, en Andalucía. Hay condicionantes sociales, históricos y geográficos en la presencia de este fenómeno, como complicada de comprender es su erradicación en España en lenta progresión norte-sur. Juan, quizás usted comprenda poco de lo que aquí yo diga, pero confío en que esta carta va a tener amplia difusión tanto Allá Arriba como Aquí Abajo y algún interesado habrá que tenga curiosidad por lo que yo escribo en la posdata.

Verá Juan, usted fue a todas luces el último bandolero como por aquí entendemos este oficio. Interesante es pues saber quién fue el primero y cómo se fue desarrollando en el tiempo la nómina de los de su oficio.

El inicio del bandolerismo tiene lugar con el suceso de La Sauceda de Ronda en el siglo XVI y el bandido Pedro Machuca, que motivan una expedición ordenada por Felipe II en 1590, a la que se alude en el Coloquio de los perros de Cervantes y en Las relaciones de la vida del escudero Marcos de Obregón de Vicente Espinel. Ya le informo que este último autor, casi paisano suyo, pues nació en Ronda, fue sacerdote, músico y escritor, fue el que inventó la quinta cuerda para las guitarras, y formalizó la décima en la poesía, desde entonces llamada espinela. Vicente Espinel, un personaje andaluz del que no se habla demasiado. Pero bueno, le cuento estas cosas, que imagino que a usted nada le importan, por si se lo topa usted por donde ahora los dos deben residir, que a Dios no le importa mezclar un clérigo mañoso con la guitarra y la poesía, con un bandido criminal de los montes de Andalucía. Pero volvamos a lo nuestro. Aquella es la época de los salteadores de caminos que acechan en lugares inverosímiles de Andalucía, aislada del resto de España por la barrera de Sierra Morena. Además, en el interior, y gracias a otros accidentes orográficos, se divide la región en compartimentos con pasos dificultosos entre ellos: Despeñaperros, entre Castilla y el Valle del Guadalquivir; la Cuesta del Espino, entre Córdoba y Sevilla; la Puerta de Arenas, entre Jaén y Granada; la Sauceda de Ronda, entre Sevilla y Málaga; y los Dientes de la Vieja, entre Granada y Guadix, accidentes que encuadran a Andalucía como la tierra bravía donde no penetra el poder de las leyes proporcionando al hombre escritura de propiedad:

–El Rey mandará en España, en la Sierra mando yo–, que diría El Tempranillo.

Más tarde, con Diego Corrientes se inicia la época del bandido generoso que “solo robaba a los ricos para dárselo a los pobres”. Luego, tras la Guerra de la Independencia se instala el tiempo de los Niños de Écija y José María el Tempranillo, galante, romántico, exquisito, indultado por Fernando VII y ‘ascendido’ a jefe del Escuadrón de Protección de Andalucía. ¡Qué tropa!

Fue el siglo XIX el que proporcionó las más numerosas promociones de bandoleros andaluces: Juan Caballero, La Banda de los Botijas, Pacheco, hasta que en 1869 se inicia una forma de bandolerismo –los secuestros–, que son contrarrestados con la famosa ley de fugas, muy criticada en el Congreso, donde se acusó al ministro de la Gobernación de utilizar el principio médico vigente: quod me-dicamentum non sanat, ferrum et igneo sana.

Este mayor censo de bandoleros en Andalucía en el siglo XIX estuvo en consonancia con el profundo deterioro económico, social y político, aunque resulta difícil de precisar en cada sujeto los verdaderos motivos que llevan a ejercer la actividad delictiva. Un fortuito asesinato, una disputa con derramamiento de sangre y evadir acto seguido la acción de la justicia, amparándose en la naturaleza, allí donde resulta más agreste, peligrosa e inhóspita, donde ocurre el continuo diálogo hombre-naturaleza, como escribió Juan Ramón Jiménez.

Serranía de Ronda, Ronda,

alta y honda, rotunda,

profunda, redonda y alta,

tajo de Ronda.

Para cerrar el ciclo, no deberíamos omitir otros nombres como El Vizcaya, El Vivillo y El Pernales, entre otros de menor calado.

Al estudiar las causas invocadas que expliquen el fenómeno del bandolerismo en Andalucía, resalta a principios del actual siglo el modelo de gran propiedad, el latifundio, que tuvo como origen el premiar en forma de tierras las acciones bélicas realizadas durante la Reconquista. El latifundio junto con las características climatológicas propias de la región colaboró a la persistencia del bandolerismo andaluz en todas sus manifestaciones: abigeato, salteamiento, secuestro.

El fenómeno demográfico, efecto del latifundio, venía dado por la aglutinación de la población en los núcleos urbanos y la despoblación rural. A esta situación se añade la escasez viaria, limitada a los más imprescindibles caminos, donde, de vez en cuando, se alza la venta, refugio del caminante, pero también manifestación de la inseguridad del caminar. Esto, Juan, lo conoce usted bien.

Todo esto impulsaba a un gran desarraigo de las gentes del campo, que ponía claramente la ocasión, a la vista de las injusticias sociales, para la rebelión de hombres dotados de sentimientos hipertróficos de la personalidad. Unas veces era el crimen cometido y el deseo de evadir la acción establecida de la justicia el móvil de inicio para la vida delictiva; la bravura del personaje junto con la inexpugnabilidad del territorio hacia el resto.

Otras veces el propósito firme de librarse de unas estructuras injustas manejadas a su antojo por el cacique, o tal vez la promoción que sobre el bandolero podía recaer para asegurar la pacificación de la zona en época electoral.

No obstante, si toda Andalucía ha sido escenario de las acciones de los bandoleros en los desfiladeros, pasos y puertos –porque allí se daban las mejores condiciones para las acciones del salteamiento: acecho, asalto y huida– el territorio donde radicaron y de donde partieron para cometer sus acciones delictivas queda localizado en un área mucho más pequeña. Se pueden señalar en este sentido tres importantes focos: uno en la Serranía de Ronda, donde ha persistido como actividad delictiva el salteamiento. Otro, el llamado de los Santos Lugares, en los municipios de Estepa en Sevilla (El Rubio, Marinaleda y Matarredonda) donde ha prevalecido como forma de bandolerismo el cuatrerismo o abigeato. Y por fin otro, el que se ha llamado singiliense, de Singilis, Genil, con ubicación geográfica en el valle de ese río.

Sí, en cambio, podemos indicar cuales fueron las causas de su desaparición. Muy bien lo expresó El Vivillo: “a nosotros nos ha matado el alambre”. Pero junto al teléfono y al telégrafo que rompen el aislamiento en los grandes macizos geográficos andaluces, es la llegada del ferrocarril, que deja las ventas y posadas vacías y disminuye el tránsito por los peligrosos caminos, lo que marca definitivamente la decadencia del bandolerismo, sin olvidar el papel, también decisivo, que supuso la fundación del cuerpo de la Guardia Civil, que empezó a recorrer todos los caminos de España desde 1844.

Sin embargo, me parece que, a pesar de este conjunto de causas, la explicación de la desaparición del bandolerismo, progresivamente de norte a sur, es harto compleja, en razón a un cúmulo de factores, en concatenación con fenómenos físicos y sociales.

 

Ángel Rodríguez Cabezas
Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas,
Sociedad Española de Historia de la Medicina,
Sociedad Erasmiana de Málaga

 

Artículo publicado en el libro del mismo autor: Mi correspondencia imposible, Grupo Editorial 33, 2018.


epistemai.es – Revista digital de la Sociedad Erasmiana de Málaga – ISSN: 2697-2468
Rodríguez Cabezas A. Carta al último bandolero, Pasos Largos. epistemai.es [revista en Internet] 2025 febrero (25). Disponible en: http://epistemai.es/archivos/8258

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