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Abdicación y retiro
La escenificación del acto oficial de la abdicación del Emperador fue grandiosa. Tuvo lugar, el 25 de octubre de 1555, en el mismo marco en el que cuarenta años atrás se había producido su nombramiento como soberano de los Países Bajos. Carlos, de negro absoluto, lucía sobre su pecho, como única joya, el dorado collar del Toisón de Oro.
Un año después abandona, para ya no volver jamás, sus Países Bajos natales. Parte de Gante y embarca a bordo de la nao capitana –la Bertendona– de una flota de 56 navíos. Le acompañan sus hermanas viudas María y Leonor, formando parte principal de una comitiva de ciento cincuenta personalidades. Una vez en ruta salió a su encuentro una escuadra inglesa enviada por su nuera María Tudor, esposa de Felipe II y prima de Carlos, para rendirle honores. El 28 de septiembre la flota imperial llegó a Laredo.
La comitiva recorre Castilla y, tras franquear la Sierra de Gredos por la Garganta de la Olla, entre Tornavacas y Jarandilla, llega a Jarandilla de la Vera; allí recibió, entre otras muchas personas, a su amigo y antiguo compañero de armas el jesuita Francisco de Borja, en el siglo duque de Gandía y Virrey de Cataluña, que con el devenir de los tiempos sería el III Superior General de la orden –tras Ignacio de Loyola y Diego Laínez– canonizado como San Francisco de Borja.
Para acortar en lo posible el trayecto, el maltrecho, agotado y gotoso Carlos, fue transportado en una improvisada silla de mano, fabricada con un arcón de viaje, que llevaron a hombros un grupo de fornidos lugareños, a lo largo de tres leguas de intrincados senderos de montaña que quedan a la derecha del pico Almanzor. El imperial arcón está, en la actualidad, en sus habitaciones del Monasterio de Yuste.
En Jarandilla estuvo alojado en el castillo de los Condes de Oropesa. El 22 de febrero se efectuó su traslado a Yuste, último viaje del inquieto itinerante que fue Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico.
Carlos V en Yuste
No están claros los motivos que llevaron al Emperador a retirarse de la vida social y regia. Sí es cierto que consumió casi toda su vida en la tarea de evitar la división de la Cristiandad, tratando de frenar el avance desaforado del protestantismo. No lo logró, y su deseo ferviente de mantener una Europa unida en el catolicismo quedó frustrado, aunque su gran legado fue, naturalmente, la unidad espiritual de Europa.
Estos, seguramente, fueron algunos de los motivos que le llevaron a tomar la decisión de abdicar y retirarse del mundo en 1555, para vivir los últimos años de su vida en el monasterio de Yuste (24). Realmente la determinación de retirarse al monasterio supuso el final de un proceso concluyente interior cuyo objetivo principal era ganar la batalla final de su salvación.
Tampoco conocemos a ciencia cierta qué motivos llevaron al Emperador a elegir este sitio para su retiro, necesario para cuidar con atención y reposo las variadas patologías que le habían martirizado durante toda su vida. Eligió para descansar, como es sabido, el monasterio de Yuste, a pesar de los consejos en contra de sus galenos. Yuste, lugar apartado junto a una pequeña garganta de agua en la sierra de Tormantos, como sus alrededores, es un lugar muy lluvioso y de ambiente enormemente húmedo. Desde el punto de vida ambiental lo más inapropiado, si no mediaban otras medidas, en aquella época inexistentes, que le hiciera más llevadera su abigarrada sintomatología (25).
Juan Sorapán de Rieros, en su famosa obra Medicina escrita en proverbios vulgares de nuestra lengua, hace una defensa de los lares de Extremadura, sobre todo de la Vera, como sitio idóneo para la retirada laboral de una vida atribulada por sinsabores y actividades, resaltando sus virtudes para promover la salud y la prolongación de la vida en los ancianos: “el viejo múdale el aire y darte ha el pellejo”.
En Yuste se dedicaba al descanso, a la contemplación de los jardines del monasterio, a seguir con devoción el rezo de los frailes y a sus dos pasiones favoritas, comer con desmesura y trasegar cerveza, a pesar de que su médico a distancia, desde Milán, se lo había desaconsejado (26).
Su salud cursa con brotes alternativos de mejoría y empeoramiento. En ocasiones, la gota le martiriza muchas articulaciones, de tal forma que el dolor es intenso, y trabajoso resulta el vestirle, pues el mínimo roce de la ropa sobre la piel de la articulación afectada le origina un vivísimo dolor (27).
El último episodio de su abigarrada patología sucede el día 30 de agosto de 1558, iniciándose por una importante cefalea cuando el Emperador está comiendo al aire libre. Luis Quijada, su secretario, en su diario particular escribe:
Su Magestad el Emperador estaba asentado quando le dio el mal, a los treinta y uno de Agosto, a las quatro de la tarde (28).
Durante los siguientes días se añade a las cefaleas, fiebre acompañada de intensa sed, sudores profusos y vómitos, síntomas que no ceden a pesar de las nuevas sangrías que practica el doctor Mathys. Tras el fracaso de esta medida se llama en consulta a doctor Cornelio Baersdorp, antiguo médico del Emperador, que se trasladó desde Valladolid, y que el día 8 de septiembre prescribe nuevas sangrías acompañadas de purgantes a base de ruibarbo (29,30).
El Emperador permanece consciente hasta los días 17 y 18 de septiembre. Es entonces cuando Luis Quijada escribe:
Estuvo sin que le pudiéramos hablar, más de 22 horas y con la mayor calentura que yo he visto en mi vida.
Pronto aparece la confusión mental, los delirios, alternando con periodos de completa lucidez. En uno de estos períodos pide que le lean el testamento, afrontando la cuestión de su enterramiento.
El día 18 de agosto aparece una discreta mejoría. El día 19 recibe la extremaunción que da paso el día 20 a la agonía. Pide a los monjes que le lean los salmos y abraza el crucifijo con el que había muerto la Emperatriz.
El 21 de septiembre de 1558, festividad de san Mateo, a las dos y media fallece el Emperador Carlos V pronunciando sus últimas palabras: “¡Ay, Jesús!”. Así transcurrió su vida, entre dos apóstoles, san Matías tutelando su nacimiento y san Mateo coronando su muerte.
Seguramente, por un fracaso multiorgánico, se despidió de este mundo el último Emperador de Occidente, el soldado, el estadista, como un súbdito más de Dios.
En un juicio sobre la vida de Carlos V se podría destacar su sentido ético de la vida, desde el inicio de su mandato público hasta el final, con su conmovedor adiós al poder, cuando ya reconoce que le faltan fuerzas para gobernar (31).
Recluido en Yuste, en las modestas dependencias que se habían habilitado para el ilustre huésped y al cuidado de la comunidad jerónima, se dedicó a oír misas, a la lectura, a su afición por los relojes y a sus copiosas comidas. Durante muchos meses a Yuste acudieron numerosos personajes de la corte en busca de consejos e influencias. Desde aquel remoto lugar el aura del Emperador seguía planeando por las cortes de toda Europa, como la sombra del águila imperial que todavía era.
A su muerte –acaecida en la madrugada del 21 de septiembre de 1558, San Mateo (32)– el Emperador, según su expreso deseo fue enterrado bajo el altar mayor de la iglesia del Monasterio, con medio cuerpo bajo las losas donde oficiaban misa los monjes, para
… que el sacerdote que dijera misa ponga los pies encima de sus pechos y cabeza.
Los restos de Carlos V y de Isabel de Portugal –enterrada inicialmente en Granada, tras fallecer en Toledo– fueron trasladados, años más tarde por Felipe II, al Monasterio del Escorial, cumpliendo así el deseo de ambos de reposar juntos en la eternidad.
epistemai.es – Revista digital de la Sociedad Erasmiana de Málaga – ISSN: 2697-2468
Rodríguez Cabezas A, Javier Pérez Frías J. Patografía del emperador Carlos. De la acromegalia de la princesa al prognatismo imperial. epistemai.es [revista en Internet] 2023 octubre (21). Disponible en: http://epistemai.es/archivos/6643