John le Carré amplió al escritor en ‘Volar en círculos’

 

‘Volar en círculos’, de John le Carré. Ed. Planeta. Col. Booket, 2018. 457 pág.

Si lo pienso en profundidad sólo Smiley podría haber inventado a John le Carré. Sólo él podría haber ideado al hombre discreto, firme, irónico, imaginativo y ético tras el escritor. Pero algo extraordinario tuvo de ocurrir para que fuera al contrario: Smiley un personaje de Le Carré, y Le Carré el alter ego de David Cornwell.

Es difícil explicar la literatura de John le Carré a quien nada sabe de espías, y por tanto de la tensión que supone para el lector seguir sus actividades. Si me sumerjo en el género de las novelas de espionaje, son muchas las características que pueden tener en común con otros. Tal vez con el policiaco la importancia de la investigación; tal vez, a veces, lo trágico con la novela negra; o tal vez la importancia de lo inaudito con el relato de aventuras. En realidad no importa mucho si acierto al encontrar similitudes: lo que John le Carré consiguió crear es singular y empaparse de su literatura es la única forma de empezar a conocerlo. Por algo es, muy posiblemente y sin olvidarse de autores como Conrad o Greene, el maestro de las novelas de espionaje.

David Cornwell fue un espectador privilegiado de una época, la que comenzó al término de la II Guerra Mundial. Hacía relativamente poco que espías como Cicerón, Garbo u Richard Sorge habían pasado a ser leyenda cuando él comenzó su andadura como espía, maestro de espías en el MI5 y en breve escritor. En esos primeros años, en pleno auge de la Guerra Fría, fue testigo de múltiples avatares y diferentes cambios en el equilibrio político mundial. Y muchos más a lo largo de sus 60 años como escritor. Por eso es fácil de entender -pero no de hacer- la evolución que experimentan las situaciones y los protagonistas que John le Carré elige y ha ido plasmando en sus novelas.

Con el trasfondo de los servicios secretos británicos –generalmente-, los personajes y los escenarios cambian, se amplían y tecnifican. Descubrimos pronto a Smiley, el inolvidable agente inglés en pugna con los espías soviéticos (La gente de Smiley, la casa Rusia, El topo, El honorable colegial, El espía que surgió del frio,…); algo más tarde a Charlie, la actriz que termina por ser marioneta voluntaria en el conflicto israelí-palestino (La chica del tambor); el veterano soldado Pine, infiltrado en las letales redes de tráfico de armas (El infiltrado); el incomprendido Isa, navegando sin saberlo en la lucha antiterrorista internacional con el conflicto ruso-checheno de fondo (El hombre más buscado); los inocentes Perry y Gail, dos juguetes de los servicios secretos en el entramado de la corrupción financiera internacional (Un traidor como los nuestros); y, cómo no, imposible olvidar a Tessa y que su marido, Justin, El Jardinero Fiel, despierta por fin a la realidad de las trágicas consecuencias en África de un capitalismo impío. Todos y cada uno de estos personajes están llenos de humanidad y muestran al final el deseo de permanecer en el lado de la moralidad, en fuerte contraste con la voracidad del entorno y el peligro que destilan las situaciones donde los sitúa Le Carré a lo largo de 24 grandes novelas.

“La ficción es el único modo de contar la verdad”, justificaba Le Carré la posición del escritor frente a la realidad, en este caso al comienzo de la guerra de Iraq. Más tarde, se reafirmaba en la idea en una especie de autoentrevista acerca de la publicación de Volar en círculos (EL País Semanal, 23-10-16): “Mis ficciones son la única realidad que conozco,(…) el mundo exterior siempre supera mis peores fantasías”. Él se refiere a esta obra como “mi libro de memorias”, pero no es un libro de memorias al uso, el suyo es tan singular como su propia singladura.

Evita el autor incluir en el que ha sido su último libro toda aquella información que nada tiene que ver con su perfil de escritor. Y el resultado es magnífico. Para cualquier lector sumergirse en sus páginas es un privilegio. Le Carré revisa a lo largo de 38 suculentos capítulos, con la memoria selectiva que da el tiempo, aquellos acontecimientos, situaciones y personas clave que tuvo la fortuna de encontrar en el largo camino de su viaje como escritor, y del que extrajo, sin duda alguna, su mejor esencia. Este es el libro donde por fin acepta mostrarse a los demás como él mismo, y seguramente por ello destila una ironía, agudeza, inteligencia y sensibilidad muy especiales. Sin dejar de aludir al trasfondo que mueve el mundo de los servicios de inteligencia, repasa con la maestría que le caracteriza la importancia de los matices frente a la, a veces, simple realidad de los hechos; confiesa haber vivido situaciones muy difíciles confiando la transcripción del punto de vista al personaje que estaba ya en su cabeza; repasa el auténtico sentido del éxito, que para él era simplemente una motivación para seguir haciéndolo lo mejor posible; reflexiona sobre el placer que escribir es para él, sin importar el lugar y el momento.

Incluso pasados ya unos meses de su desaparición, resulta difícil usar los tiempos verbales en pasado para hablar de John le Carré. Pero probablemente, como a mí, a ustedes les resultará más complejo después de haber vuelto a su escritura y repasado su forma de ver el mundo a lo largo de las páginas de este último libro.

En el fondo, el idealista supo cómo llegar al secreto y ganar la partida.

 

 

Mª Ángeles Jiménez
Farmacéutica y miembro de la SEMA

 

Nota:

Dos recomendaciones para interesados en la literatura no ficción de espionaje, aunque si son aficionados a este género muy probablemente las conozcan ya: Un espía entre amigos, de Ben Macintyre, con epílogo del propio John le Carré (Crítica, 2015); y La Guerra secreta. Espías, códigos y guerrillas. 1939-1945, de Max Hastings (Crítica, 2016).


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