El propósito de este artículo es poner de relieve que Francisco de Quevedo es no solo un escritor barroco, la mayoría de cuyas obras literarias están influidas por el estoicismo, una de las principales escuelas filosóficas helenísticas, sino que, además, fue un miembro notable de la corriente de pensamiento denominada Neoestoicismo, un movimiento humanista europeo que tuvo su auge en el primer tercio del siglo XVII (Figura 1).
Ahora bien, ¿qué es en realidad el Neoestoicismo? Es un renacimiento del pensamiento estoico, centrado sobre todo en la figura del filósofo estoico hispano-romano Séneca. Pero aún se podría precisar más. Se trataría, en última instancia, de una reelaboración por parte del cristianismo, tanto católico como protestante, de elementos diversos de la ética estoica, o, para decirlo con palabras de Levi:
“Un compuesto ecléctico de elementos clásicos y cristianos, implicando un recurso más frecuente y más general a máximas morales y principios de los estoicos, un intento más sistemático de adaptarlos al sentimiento ortodoxo cristiano.”(1)
Para situar a Don Francisco de Quevedo en el movimiento neoestoico ha sido fundamental la espléndida monografía de Ettinghausen, quien, al referirse a Quevedo, nos dice lo siguiente:
“Su Estoicismo cristiano, considerado durante mucho tiempo una parte del llamado senequismo, supuestamente más o menos innato en el carácter español, ha comenzado recientemente a recibir atención crítica y a ser reconocido como perteneciente a un movimiento que se propagó por gran parte de Europa a comienzos del siglo XVII.”(2)
Este texto que acabamos de citar nos indica los rasgos del Neoestoicismo de Quevedo, que comparte con el movimiento neoestoico europeo, a saber:
1º.- Que el movimiento es esencialmente un intento de cristianización de la ética estoica, o, si queremos hilar más fino, un recurso a postulados y máximas de la ética estoica que armonizarían con la doctrina cristiana o no disentirían de la misma.
2º.- Que el filósofo estoico fundamental, aunque no único, sobre el que se asienta el movimiento que nos ocupa, es el filósofo cordobés Séneca.
3º.- Que el movimiento germinó de una manera especial en el ámbito humanista europeo, protestante y cristiano, a finales del siglo XVI y comienzos del XVII.
Entre los múltiples humanistas que se adhirieron al movimiento neoestoico hay uno que destaca sobremanera y puede ser considerado su figura señera. Nos estamos refiriendo al humanista flamenco Justo Lipsio, del que nos ocuparemos de inmediato. El modo mejor de ponerlo de relieve, que además es el que tenemos más a mano, es recurrir a Raimundo Lida, quien señala al respecto lo siguiente:
“Por mucho tiempo, y no solo en España, se tendrá al filólogo belga por maestro de quienes se empeñen en extraer de las letras paganas una sabiduría cristiana. Al frente de su trabajo ‘De Constantia’ se nos muestra, en la edición de Múnich de 1705, el retrato del autor y, en los cuatro ángulos, los medallones de Zenón, Cleanto, Séneca y Epicteto, en lo alto de la efigie de la Philosophia Christiana.”(3)
Hagamos un pequeño comentario de este texto. Raimundo Lida nos indica, en consonancia perfecta con el rasgo primero que acabamos de señalar, que el filólogo flamenco, a fuer de neoestoico de ley, se sirve de las letras paganas, en este caso de la filosofía estoica, para extraer de ellas una sabiduría cristiana, lo cual quiere decir que un cristiano, si, como es el caso, es humanista y filólogo, suponiendo que ambos sustantivos no signifiquen lo mismo, puede enriquecer su doctrina, elevándola al rango de sabiduría, con las aportaciones de muchas ideas de las letras paganas, y más si se trata de las estoicas, por la razón fundamental de que muchas de ellas no solo no difieren del pensamiento cristiano, sino que dan la sensación en muchos casos de que son una especie de anticipación providencial del cristianismo.
¿Y qué decir de los cuatro filósofos estoicos citados? Habría mucha tela que cortar, pero me limitaré a apuntar lo siguiente. De los cuatro filósofos que aparecen en los medallones, Zenón, el fundador del estoicismo, y Cleanto, o Cleantes, como se lo suele denominar, pertenecen al estoicismo antiguo, fundacional, y llama un tanto la atención la omisión del filósofo estoico más importante de la Estoa Antigua. Nos estamos refiriendo a Crisipo de Solis. Séneca y el esclavo Epicteto, junto con el emperador Marco Aurelio, son los representantes más ilustres del Estoicismo de la época romana. No hay ni rastro de las dos grandes figuras del Estoicismo Medio, Panecio y Posidonio. Bien sabía el eximio humanista flamenco que eran filósofos estoicos de menor relieve.
Parece oportuno, a continuación, indicar en forma esquemática, algunos datos sobre la figura de Justo Lipsio:
1º.- A pesar de su origen flamenco y de pertenecer por ello al cristianismo protestante, estuvo fluctuando, en su devenir vital, entre su adhesión al cisma protestante y la ortodoxia cristiana.
2º.- Lo que acabamos de indicar explicaría su relación constante con la corona española, donde ejercería el cargo de cronista real de Felipe II.
3º.- Su relación frecuente con España explicaría el hecho de que Justo Lipsio fuera admirado y leído por los humanistas españoles. Sus obras, escritas lógicamente en latín, se editaban en las prensas de Plantino, en Amberes, desde donde llegaban a España, donde eran leídas con avidez por sus admiradores.
Los humanistas hispanos no se limitaron a leer las obras del humanista flamenco, sino que comenzaron muy pronto a traducirlas al castellano. A principio del siglo XVII se vertieron a nuestra lengua dos obras, La Política y De Constantia, o Sobre la Constancia, aunque quizá sería preferible la traducción de Sobre la Firmeza. La firmeza ante los avatares del destino es uno de los muchos rasgos que unen al sabio estoico y al santo cristiano.
Justo Lipsio dedicó buena parte de su labor filológica al estudio de la escuela estoica y de Séneca. Este esfuerzo dio como fruto en lo que nos ocupa lo siguiente:
1º.- Una edición nueva de las obras del filósofo cordobés Séneca, aparecida en las prensas de Plantin Moretus, en 1605 en Amberes.
2º.- La redacción de dos estudios fundamentales sobre el Estoicismo, Manuductio ad Stoicam philosophiam y Physiologia Stoicorum, que vieron su publicación en el año 1604.
La primera de ellas es una síntesis lúcida de las principales doctrinas de la filosofía estoica, desde Zenón a Epicteto, apoyándose en el estudio de las figuras principales de la escuela por orden cronológico, de Zenón, su fundador, hasta ese extraño caso de esclavo filósofo, Epicteto. Esta obra tiene, además, una característica fundamental en lo que al movimiento neoestoico se refiere, a saber, una delimitación clara de las doctrinas estoica y la doctrina cristiana, piedra angular del movimiento que nos ocupa.
La segunda de la obras, la Physiologia Stoicorum, es, como su nombre indica, una exposición del pensamiento estoico sobre la naturaleza. No debemos olvidar que las dos escuelas filosóficas principales del helenismo, el Epicureísmo y el Estoicismo, fundamentan ambas sus doctrinas éticas sobre la base de un estudio muy completo y pormenorizado de su visión de la naturaleza.
Don Francisco de Quevedo fue un gran admirador de Justo Lipsio y mantuvo una correspondencia en latín, claro está, con el humanista flamenco, quien sintió siempre por el gran escritor barroco español un afecto sincero.
La primera de las epístolas que le dirigió Quevedo comienza así:
Di tibi dent annos: ad te nam cetera sumes, que Raimundo Lida traduce del modo siguiente: “Que los dioses te den años: lo demás correrá por tu cuenta”. La traducción de la segunda parte de este hexámetro es una prueba concluyente de que no hay traducciones literales y libres, sino buenas o malas. Y esta es muy buena.
Justo Lipsio, cuando le responde a Quevedo, le devuelve el cumplido en forma de pentámetro: Di mihi dent animos continentque tuos, que el profesor Lida traduce así: “Que los dioses me den ánimos y sigan sosteniendo los tuyos”.
El claro influjo estoico de muchas de las obras de Quevedo es conocido por la mayoría de los españoles cultivados que no cursaron la ESO, pero el número de quienes tienen una conciencia clara de que Quevedo tenía un conocimiento más que notable de las escuelas filosóficas helenísticas, en especial del Estoicismo, es mucho más exiguo. La mejor prueba de lo que acabamos de indicar la tenemos en el Apéndice III de la monografía de Ettinghausen, que recoge un centenar de citas procedentes de Séneca y Epicteto (4).
El interés de Quevedo por la filosofía estoica queda patente en su opúsculo dedicado al Estoicismo, que lleva por título: Nombre, origen, intento, recomendación y descendencia de la doctrina estoica, publicado en el año 1635. En él trata del estoicismo, del epicureísmo y del cinismo. A pesar de que el cinismo no es una escuela helenística sensu stricto, sino que es un retoño radical del rigorismo ético de Sócrates, se desarrolló, no obstante, en el período helenístico y comparte con las otras dos escuelas muchas concepciones éticas: la felicidad consiste en la interioridad y no en la exterioridad, el desprecio de la riqueza y los honores, el ideal del sabio autosuficiente, por citar algunos rasgos coincidentes que podrían multiplicarse. La obra de Quevedo sobre la doctrina estoica iba seguida un apéndice intitulado Defensa de Epicuro, el ejemplo más claro y contundente de la influencia que ejerció Séneca en el Neoestoicismo de Quevedo.
Parece oportuno a continuación explicar y aclarar lo que acabamos de decir. Las Cartas a Lucilio de Séneca son sin duda la obra en prosa de contenido filosófico más bella escrita por el filósofo hispano-romano. Las primeras cartas que Séneca le dirige a su discípulo Lucilio tienen una peculiaridad notable. Me estoy refiriendo a las citas que aparecen de Epicuro al final de la Epístola, a modo de colofón del contenido de la misma. Este rasgo es una prueba palpable de los muchos puntos de contacto que Séneca veía que existían entre ambas escuelas rivales desde tiempo inmemorial y del gran respeto que el filósofo estoico cordobés sentía por el ateniense Epicuro, utilizado como una especie de argumento de autoridad del contenido de la Epístola en cuestión. Este hecho le valió a Séneca muchas críticas, porque se lo acusaba de refrendar su doctrina acudiendo a “huertos ajenos”, en clara alusión al huerto en el que tenía su sede la escuela de Epicuro.
Don Francisco de Quevedo conocía perfectamente lo que acabamos de indicar y alude a esta circunstancia con la maestría literaria que lo caracteriza, cuando nos dice:
“Séneca, cuyas palabras todos los hombres grandes reparten por joyas en sus escritos, repartió en las suyas las de Epicuro, donde se leen con blasón de estrellas.”
Mas nuestro escritor no se contentó con su familiaridad con el senequismo, sino que llevó a cabo, además, una hazaña muy notable: traducir en consonantes, es decir, en verso, el Manual del filósofo estoico Epicteto.
Antes de abordar el estudio de esta hazaña, conviene indicar que el auge del Neoestoicismo no habría sido posible sin la labor llevada a cabo por los filólogos de la escuela de Salamanca.
La figura más importante a este respecto sería la del humanista Hernán Núñez de Guzmán, conocido también por otros dos nombres, a saber, el ‘Comendador Griego’ o el ‘Pinciano’, que fue catedrático de griego en Alcalá de Henares y en Salamanca y que, además, fue el mejor especialista en Séneca de la escuela de Salamanca. A él debemos también un hecho de una importancia extraordinaria y es que dejó al rector de la Universidad de Salamanca, en 1555, la única copia del texto griego de los escritos del filósofo estoico Epicteto, en la que se hallaban las dos obras del filósofo, es decir, el Enquiridion, o Manual, que es lo que significa el término griego, y la obra De dictis Epicteti, que contenía la obra de Epicteto Diatribas, que suele conocerse como las Disertaciones. Esta afortunada circunstancia hizo posible que aparecieran posteriormente dos traducciones al español del Manual.
La primera de ellas fue llevada a cabo por el eximio humanista Francisco Sánchez el Brocense, que fue catedrático de griego y retórica, que se publicó con la denominación: Doctrina del estoico Epicteto, que se llama comúnmente Enchiridion y que vio la luz en Salamanca, en el año 1600.
La segunda fue la de Gonzalo Correas, que recibió este título: El Enkiridion de Epikteto i la tabla de Kebes, filósofos estoicos, publicada en Salamanca, en el año 1630. Cebes fue un filósofo pitagórico, muy influido por el Estoicismo, que vivió en la época helenística. Ambas traducciones son las que manejó Quevedo para realizar la suya en consonantes, es decir, en verso, del Manual de Epicteto. Don Francisco nos da la razón de haber realizado su versión del Manual en consonantes:
“Hícela en versos consonantes, porque el ritmo y la armonía sean golosina a la voluntad y facilidad a la memoria.”
Para el gran escritor barroco una versión rítmica y armoniosa del Manual, en contraposición con el carácter escueto y un tanto árido de la obra de Epicteto no solo movería a la voluntad a su lectura, sino que también facilitaría la memorización del texto. Téngase en cuenta que la finalidad fundamental del Manual de Epicteto, al igual que sucede con la Epístola a Meneceo de Epicuro, era la memorización de los preceptos básicos de ambas escuelas, el Estoicismo y el Epicureísmo.
Cabría plantearse a continuación cuál de las dos traducciones prefirió Quevedo como apoyo de su versión. Según Ettinghausen, Quevedo habría preferido la traducción del Brocense a la más literal de Correas, porque según él mismo nos dice:
“La traducción del Brocense es docta y suave, y rigorosa en lo importante, no en lo impertinente.”
La opinión de Quevedo es muy importante en lo que a la teoría de la traducción se refiere. Aunque aquí no podemos ni debemos entrar en profundidades, me voy a permitir hacer una breve reflexión al respecto. Una traducción, en opinión de Don Francisco, debe ser docta y rigurosa, es decir, reflejar con la mayor precisión lo que el original expresa, pero al mismo tiempo debe ser fácil de comprender y agradable de leer en la lengua a la que se vierte.
Antes de llevar a cabo la comparación entre los primeros capítulos del Manual de Epicteto y la versión en consonantes de Don Francisco, nos parece oportuno dar algunos datos esquemáticos sobre la vida y la obra de Epicteto.
Epicteto nación en Hierápolis, en Frigia, y vivió a caballo entre los siglos I y II d. C. Fue llevado como esclavo a Roma, donde vivió, se aficionó a la filosofía y recibió clases del filósofo estoico romano Musonio Rufo, del que se han conservado fragmentos de algunas Diatribas, recogidas por Lucio, un discípulo suyo del que no se sabe nada.
La obra principal de Epicteto son las Diatribas que suelen conocerse con el nombre de Disertaciones. La diatriba es un género literario creados por los filósofos cínicos, que en última instancia es la evolución final del diálogo socrático, del que desaparecen los interlocutores. Quien escribe una diatriba expresa linealmente sus opiniones y sus doctrinas, pero sometiéndolas a un diálogo continuo con un dialogante ausente, es decir, el lector, como si de un debate se tratara. Epicteto, del mismo modo que Sócrates, no escribió nada. El texto griego de la obra que poseemos son las conversaciones filosóficas recogidas por un discípulo suyo, Arriano de Nicomedia, político y eminente general romano, que asistió a las clases de Epicteto en la ciudad griega de Nicópolis.
La segunda obra, el Manual, es un resumen y recordatorio de los preceptos estoicos que expuso Epicteto por extenso en sus Diatribas.
A continuación vamos a comparar los cinco primeros capítulos del Manual de Epicteto con los cuatro primeros capítulos de la versión en consonantes de Quevedo. El Manual de Epicteto consta de 53 capítulos y la versión de Quevedo de 60.
Traducción de los cinco primeros capítulos del Manual de Epicteto
La traducción es mía. Cada una o de los capítulos irá precedido de un texto que expone su contenido.
Capítulo 1º. Distinción entre lo que depende de nosotros y lo que no depende de nosotros.
De las cosas que existen, unas dependen de nosotros, otras no dependen de nosotros. Dependen de nosotros el juicio de valor (hypólepsis), el impulso para obrar, el deseo, la aversión, en una palabra, cuantas son nuestras propias acciones. No dependen de nosotros el cuerpo, nuestros bienes, la reputación, las magistraturas y, en una palabra, cuantas cosas no son nuestras propias acciones.
Capítulo 2º. Las cosas que dependen de nosotros nos hacen libres, las que no dependen de nosotros, esclavos.
Las cosas que dependen de nosotros son por naturaleza libres, sin impedimento, sin trabas. Las cosas que no dependen de nosotros son débiles, serviles, sujetas a impedimento, ajenas.
Capítulo 3º. Seguir esta norma es el fundamento de una vida libre, tranquila y feliz.
Recuerda, por tanto, que si tú crees que las cosas que por naturaleza te esclavizan son las que te hacen libre, y que las cosas ajenas son propias, tropezarás con obstáculos, te afligirás y turbarás y lanzarás reproches a los dioses y a los hombres. Si, por el contrario, piensas que solo lo que es tuyo es tuyo y lo ajeno, como realmente es, ajeno, nadie te coaccionará nunca, nadie te obstaculizará, no harás reproches a nadie, no acusarás a nadie, no harás nada contra tu voluntad, nadie te perjudicará, no tendrás enemigos, porque no sufrirás nada que te perjudique.
Capítulo 4º. Hay que esforzarse para elegir bien.
Puesto que aspiras a conseguir cosas de tanto valor, recuerda que no es posible alcanzarlas mediante un esfuerzo moderado, sino que hay cosas a las que debes renunciar por completo y otras dejarlas para más tarde de momento. Pero si quieres esas cosas (de tanto valor) y tener poder y riqueza, puede que ni siquiera obtengas esas cosas (de tanto valor), por apetecer también las primeras (que habría que abandonar); en todo caso, es seguro que no obtendrás aquellos bienes primeros, que son los únicos mediante los cuales se obtienen la libertad y la felicidad.
Capítulo 5º. El juicio de valor debe distinguir bien.
Ejercítate, por lo tanto, en añadir de inmediato a toda representación turbadora: “Tú no eres de ninguna manera lo que representas”. Examínala luego y ponla a prueba con las reglas de que dispones y sobre todo ateniéndote a esta: “¿Hay que situarla entre las cosas que dependen de nosotros o entre las cosas que no dependen de nosotros?” Y si ella está entre las cosas que no dependen de nosotros, ten a mano lo siguiente: ella no me concierne.
Confrontemos ahora los cuatro primeros capítulos de la versión en consonantes de Quevedo con los cinco del Manual que acabamos de citar. La discrepancia entre cinco capítulos y cuatro se debe al hecho de que Quevedo ha reunido en el capítulo 1º los argumentos de los capítulos 1º y 2º del Manual de Epicteto. Los capítulos de Quevedo son más largos. De alguna manera se tenía que diferenciar la aridez esquemática del Manual de Epicteto y la belleza de una versión en verso de uno de los más grandes poetas españoles. El lector, no obstante, no hallará dificultad alguna en percibir lo bien que se atiene Quevedo al contenido doctrinal de la ética estoica.
Versión en consonantes de Quevedo
Capítulo 1º.
Las cosas, exterior e interiormente
se dividen en propias y en ajenas.
Lo que está en nuestra mano independiente
son la opinión y el juicio de las cosas:
seguir y procurar las provechosas,
huir y aborrecer las ofensivas,
y, por que en un precepto lo percibas,
cuantas acciones vemos
que llamar nuestras con verdad podemos.
No están en nuestra mano
el cuerpo, la hacienda, ni el profano
honor, las dignidades y los puestos,
igualmente envidiados y molestos,
y, en fin, todas las cosas
que apetecer se pueden,
si de nosotros mismos no proceden.
Debemos, pues, en estas diferencias
advertir que podemos
llamar a aquellas cosas que tenemos
en nuestra propia mano y albedrío
libres de todo ajeno poderío,
pues no puede impedirlas ni estorbarlas
si queremos obrarlas.
Por el contario, las que en mano ajena
están, son imperfectas,
flacas, defectuosas y sujetas
a esclavitud, estorbos y embarazos,
y verdaderamente, por las muestras,
ajenas son, y no son propias nuestras.
Capítulo 2º
Según esto, conviene
tener memoria atenta y desvelada
de no trocar en nada
el uso de estas cosas y estos bienes:
Porque si las que son esclavas tienes
por libres, y por propias las ajenas,
hallaráste impedido en varias penas;
artífice serás de tu cuidado,
y vivirás lloroso y congojado,
y a tan impío dolor llegarás, ciego,
que por tus propias culpas, insolente,
te quejarás de Dios y de la gente.
Empero, si tuvieres
por tuyo lo que solo está en tu mano,
y lo ajeno tuvieres por ajeno,
todo te será fácil, todo bueno:
ninguno en lo que hicieres
podrá forzarte, ni podrá tirano
prohibir tus acciones;
a nadie acusarán tus maldiciones,
no culparás a nadie, ni forzada
tu libre voluntad obrará nada
sujeta a servidumbre;
ninguno podrá darte pesadumbre,
no tendrás enemigos, ni ofenderte
podrá el trabajo, ni la adversa suerte.
Capítulo 3º
Todas las veces que a cualquier cosa
te inclines y aficiones,
porque no se malogren tus acciones
debes llegarte a ellas
no con tibieza o ánimo dudoso,
sino con un intento generoso,
libre y determinado,
o ya de despreciarlas reportado
o ya de diferirlas
si ni puedes ni debes conseguirlas.
Porque si tú deseas dignidades,
riquezas, posesiones y heredades,
podrá ser que no alcances lo que quieres,
y esto porque prefieres
a la razón la inclinación que tienes,
y porque llamas bienes
éstos que no lo son, y son ajenos;
y puedes, por lo menos,
estar cierto que pierdes, y malogras
por estos devaneos,
que son el frenesí de los deseos,
el bien por donde el hombre solo alcanza
fácil la humana bienaventuranza.
Capítulo 4º
Si turbulenta alguna fantasía,
ya sea de temor o de alegría,
de provecho o de daño,
solicita tu engaño,
con advertencia ejercitada y pronta
dirás tú: “En lo aparente que me ofreces
eres fantasma, y no lo que pareces”.
Y luego, por las reglas que ya tienes
de verdaderos y de falsos bienes,
debes examinarla;
pero principalmente has de ajustarla
viendo si es de las cosas
que están en nuestra mano o en la ajena.
Y si fuere de aquellas
que en poder de otro nos parecen bellas,
la verdad te las juzga de repente
por congojosa carga de tu mente:
y así debes tenerla prevenida
tal respuesta con brío:
“Nada me toca de lo que no es mío”.
Pienso que esta comparación es más que suficiente. La prudencia aconseja concluir aquí este artículo.
Alberto Medina González
Doctor en Filología clásica
Bibliografía
1. Cf .Levi A. French Moralists. The Theory of the Passions, 1585 to 1649. Oxford, 1964, pág. 54.
2. Cf. Ettinghausen A. Francisco de Quevedo and the neoestoic Movement. Oxford, 1972, pág. 1.
3. Cf. Lida R. Prosas de Quevedo. Crítica, 1981, pág. 73.
4. Cf. op. cit., págs. 153-155.
Referencia de las imágenes
a. Francisco de Quevedo y Villegas, atribuido a Juan van der Hamen. Siglo XVII. (Instituto Valencia de Don Juan, Madrid). (Public Domain) https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Quevedo_(copia_de_Vel%C3%A1zquez).jpg#/media/File:Quevedo_(copia_de_Vel%C3%A1zquez).jpg
b. Justus Lipsius según Rubens, Museo Plantin-Moretus (Public Domain). https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Justus_Lipsius_by_Peter_Paul_Rubens.jpg#/media/File:Justus_Lipsius_by_Peter_Paul_Rubens.jpg
c. Retrato de Seneca después de lo antiguo (pseudo-Séneca), por Lucas Vorsterman I (1638). Biblioteca Nacional de Francia (Public Domain) https://commons.wikimedia.org/wiki/File:0_Portrait_de_S%C3%A9n%C3%A8que_d%27apr%C3%A8s_l%27antique_-_Lucas_Vorsterman.JPG