La Historia ha sido injusta con el Inca Garcilaso, hoy un personaje olvidado o, cuando menos, postergado debido a su nombre, nombre que además eligió él. Nacido como Gómez Suárez de Figueroa (Cuzco, Gobernación de Nueva Castilla, 12 de abril de 1539 – Córdoba, Corona de Castilla, 23 de abril de 1616), era hijo de un conquistador español y una princesa inca emparentada directamente con la familia imperial. Su padre se vio forzado a renunciar a esta unión siguiendo las directrices del imperio español que prefería el matrimonio de sus dirigentes con damas españolas. Pese a este abandono matrimonial, el hijo sí fue reconocido y recibió una esmerada educación.
Hoy –23 de abril, día del libro– celebramos exactamente el 400 aniversario de la muerte del Inca Garcilaso. Exactamente el 401, dado que el año pasado fue totalmente eclipsado por el Año Cervantino y el Shakesperiano. Desventajas de coincidir con dos genios. En un momento de su vida tuvo la malhadada ocurrencia de cambiar su nombre por el de Garcilaso de la Vega –tío abuelo suyo- con lo cual todo el mundo tiende a confundirlo con el poeta castellano de lírica primorosa.
Nuestro Inca Garcilaso –como gustó y decidió llamarse- fue un escritor e historiador peruano de ascendencia inca y española que sirvió a tres Austrias: Carlos, Felipe II y Felipe III. Se le considera como el «primer mestizo biológico y espiritual de América», o en otras palabras, el primer mestizo racial y cultural de América que supo asumir y conciliar sus dos herencias culturales: la indígena americana y la europea, alcanzando al mismo tiempo gran renombre intelectual.
Un resumen biográfico de nuestro personaje nos lo sitúa en la América imperial como hijo del conquistador español Sebastián Garcilaso de la Vega y de la princesa inca Isabel Chimpo. Gracias a la privilegiada posición de su padre, que perteneció a la facción de Francisco Pizarro –conquistador del Perú- hasta que se pasó al bando del virrey La Gasca, el Inca Garcilaso de la Vega recibió en Cuzco una esmerada educación al lado de los hijos de Francisco y Gonzalo Pizarro, mestizos e ilegítimos como él.
A los veintiún años se trasladó a España, donde siguió la carrera militar. Con el grado de capitán, participó en la represión de los moriscos de Granada -bajo el mando de Don Juan de Austria- y más tarde combatió también en Italia, donde conoció al filósofo neoplatónico León Hebreo. En 1590, muy probablemente dolido por la poca consideración en que se le tenía en el ejército por su condición de mestizo, dejó las armas y entró en religión. Frecuentó los círculos humanísticos de Sevilla, Montilla y Córdoba y se volcó en el estudio de la Historia y en la lectura de los poetas clásicos y renacentistas. Fruto de esas lecturas fue la traducción del italiano que hizo de los Diálogos de Amor, de León Hebreo, que dio a conocer en Madrid el mismo año de su retiro.
Siguiendo las corrientes humanistas en boga, Garcilaso el Inca inició un ambicioso y original proyecto historiográfico centrado en el pasado americano, y en especial en el del Perú. Considerado como el padre de las letras del continente, en 1605 –ya bajo Felipe III- dio a conocer en Lisboa su Historia de la Florida y jornada que a ella hizo el gobernador Hernando de Soto, título que quedó sintetizado en La Florida del Inca. La obra contiene la crónica de la expedición de aquel conquistador, de acuerdo con los relatos que recogió él mismo durante años, y defiende la legitimidad de imponer en aquellos territorios la soberanía española para someterlos a la jurisdicción cristiana.
Historia y cultura del Imperio inca
El título más célebre de Garcilaso el Inca, sin embargo, fueron los Comentarios reales. La primera parte de esta obra se publicó en Lisboa en 1609 y la segunda, que llevó el título puesto por los editores de Historia general del Perú, fue editada póstumamente en Córdoba (1617). Los Comentarios son una mezcla de autobiografía, reivindicación de su glorioso linaje e intento de dar una visión histórica del imperio incaico y su conquista por parte de los españoles. Esta conjunción de argumentos de diverso interés ha originado una larga polémica acerca de la verosimilitud histórica de los datos aportados por el Inca Garcilaso en sus escritos. En cambio, desde el punto de vista meramente literario, su prosa está considerada como una de las más elevadas manifestaciones de la lengua castellana y como una referencia inexcusable en la formación de una tradición literaria latinoamericana.
La primera parte de los Comentarios reales aborda la historia y la cultura del Imperio inca, afirmando que Cuzco fue «otra Roma», rebatiendo a quienes trataban de «bárbaros» a los indígenas peruanos. Su visión providencialista distingue un tiempo salvaje, anterior a la misión civilizadora de los incas; con éstos, en cambio, se instaló una etapa de alta civilización, que los españoles debían perfeccionar con la evangelización, al igual que Roma fue cristianizada en el Viejo Mundo. La segunda parte (la Historia General del Perú) enfoca la conquista vista como gesta épica; el problema es que la conquista debió culminar en la cristianización del Perú, pero «la labor del demonio» azuzó los pecados capitales de los españoles, conduciéndolos a las guerras civiles, a la destrucción de sabias instituciones incas y a la Política Toledana –del virrey Toledo-, adversa a indios y mestizos.
Los Comentarios constituyen, pese a los problemas de sus fuentes orales y escritas y a las incongruencias de muchas fechas, uno de los intentos más logrados, tanto conceptual como estilísticamente, de salvaguardar la memoria de las tradiciones de la civilización andina. Por esta razón es considerada su obra maestra y se la ha reconocido como el punto de partida de la literatura hispanoamericana.
Las hojas de coca
Como con el Inca, la Historia también ha sido injusta con “el cuzco verde”. La otra cara de la moneda peruana. Haciendo un paralelismo similar al de Plutarco – Vidas paralelas – el Inca Garcilaso y el cuzco verde –hoja de coca- sufrieron, y sufren todavía, un destino injustamente similar (1).
Como digo, la Historia ha sido injusta con la hoja de coca, denegando su distribución a escala mundial a pesar de su demostrado valor como potenciador de energía, y limitando su posible uso como una alternativa sana a todo tipo de estimulantes químicos disponibles actualmente en el mercado internacional (2).
Las hojas de coca, utilizadas en los Andes desde hace miles de años, son una parte importante de la cultura alto-andina. Fue una de las fuentes alimenticias más importantes para la población que ha vivido y vive en los Andes. Cabe señalar que no es una droga alucinógena, la hoja de coca posee proteínas vitaminas y minerales, que la convierten en una excelente opción nutritiva con propiedades medicinales, muy reconocidas y comprobadas. Por ello su efecto analgésico ayuda a disminuir los síntomas del mal de altura, como el dolor de cabeza y la fatiga. Los lugareños la mastican desde tiempo inmemorial y algunos turistas que la han probado también la consideran beneficiosa, pero la encuentran desagradable, por ello se les recomienda beberla como té de coca. Las hojas de coca están disponibles legalmente en los mercados y supermercados del Cuzco.
Esta planta no es adictiva y provee al organismo diversos beneficios: calma el mareo, previene las enfermedades cardiovasculares, protege contra las caries, evita la obesidad, combate la depresión, regula la presión arterial, cura los problemas estomacales, controla la diabetes y, finalmente, trata enfermedades de las vías respiratorias como el asma, la bronquitis y el mal de altura. Es legal su consumo en Perú. No es cocaína, aunque las hojas de coca sean materia prima para hacer narcóticos. Cabe recalcar que en este país es, sin embargo, ilegal el consumo, compra o venta de drogas.
Hoy por hoy, la hoja de coca –cuzco verde- es una sustancia ilegal en el resto del mundo. A pesar de sus cuatro mil años de uso demostrado, quedó proscrita tras la Convención Única sobre estupefacientes de 1961. Su comercio internacional está prohibido desde entonces y solamente una empresa conserva el privilegio de introducirla legalmente en Estados Unidos. Se trata de la compañía Stepan, que cada año importa entre cien y doscientas toneladas de hoja de coca de Perú a sus laboratorios en el estado de New Jersey. Con ellas elabora un extracto descocainizado que envía a Coca-Cola. Este es el secreto mejor guardado de “la chispa de la vida”. Pudo prescindir de la cocaína, que no es parte de esta bebida desde 1903, pero no de los aromas y aceites esenciales que aporta la coca. Paradojas de la sociedad que hemos creado, los Estados Unidos han gastado miles de millones de dólares en la erradicación de un ingrediente esencial de su producto paradigmático, la marca que durante un siglo ha abanderado el american way of life.
Encuentros y desencuentros
Este esquizofrénico comportamiento con respecto a la coca no es nuevo, en cualquier caso. Tras siglos de difícil convivencia, hay que reconocer que constituye la actitud habitual de nuestra sociedad hacia la planta, y se produjo desde el primer encuentro. Cuando en 1531 un grupo de desesperados comandados por Francisco Pizarro se internó en los Andes para sojuzgar al mayor imperio de su tiempo, se topó con una rica civilización que no podía entender la vida sin la hoja de coca. Presente tanto en ritos como en su vida diaria, era ofrecida a los dioses e intercambiada para afirmar la amistad de los hombres. Un carácter sagrado que no pasó desapercibido a la Iglesia, que en cuanto tomó posesión de las nuevas almas incas quiso prohibirles su uso para alejarlas de las costumbres paganas. Pronto tendría que renunciar a sus intenciones.
En 1545 los españoles descubrieron, a más de cuatro mil metros de altitud, la mayor veta de plata de la que se tiene conocimiento: El Cerro Rico de Potosí, una montaña rellena de metal que durante décadas alimentó la maquina imperial española. Pero para explotarla se necesitaba a los indígenas, los únicos capaces de realizar el ímprobo trabajo minero a esa altura. A través de la mita, un sistema de trabajo comunal obligatorio tomado de los incas, los conquistadores se aseguraron un flujo continuo de mano de obra. Y para que esta realizase su labor hacía falta coca, que como escribió el Inca Garcilaso de la Vega:
“… sacia el hambre, infunde nuevas fuerzas a los fatigados y agotados y hace que los infelices olviden sus pesares…”.
De esta manera la planta se convirtió en uno de los ejes de la economía del Virreinato del Perú y los españoles en los principales promotores de su cultivo, que creció enormemente con respecto a la época precolombina. Incluso la Iglesia acabaría participando en tan lucrativo negocio; haciendo gala de su proverbial pragmatismo se financió con los impuestos requeridos a esta actividad y se conformó con que la hoja de coca no formase parte de los rituales religiosos.
Llegados a este punto, y viendo lo bien que combinaron trabajo y coca, parecería lógico que se hubiese adoptado su empleo al otro lado del atlántico. Este nunca se produjo, sin embargo. La hoja se conoció en Europa, el médico sevillano Nicolás Monardes la describió en su libro Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales (3), pero su utilización no se extendió más allá de Sudamérica. Distintos factores contribuyeron a este desinterés, desde culturales —la coca siempre fue vista como cosa de indios— hasta económicos; las prioridades de la corona española en su comercio con América se llamaron plata y oro. Pero no son causas menores lo dificultoso de su transporte, ya que se pudre con facilidad y con ello pierde sus propiedades estimulantes, y la imposibilidad de su cultivo en Europa.
Nicolás Bautista Monardes Alfaro (Sevilla, España, c. 1508 —Sevilla, España, 10 de octubre de 1588) fue un destacado médico y botánico español. Estudió Medicina en Alcalá de Henares, donde obtuvo el título de bachiller en 1533, formándose en el humanismo de Antonio de Nebrija, y se doctoró en la Universidad de Sevilla (1547). Su trabajo más significativo y conocido fue la Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales. En sus páginas 114 y 115 (4) hace una amplia descripción de la hoja de coca y de su empleo y virtudes por los incas:
“… porqué el uso de estas pelotillas – coca – les quita el hambre y la sed y dicen reciben sustancias como si comiesen. Otras veces usan de ellas para su contento…”
Familiarizó a los europeos con plantas tan conocidas hoy como la piña tropical, el cacahuete, el maíz, la batata, la coca o la zarzaparrilla. Su contribución a la farmacognosia fue muy relevante, como demuestra el enorme interés despertado por su obra: en poco más de cien años sus obras alcanzaron cuarenta y dos ediciones en seis idiomas. Su lado oscuro es que fue esclavista.
El siglo XVI fue una época pródiga en el descubrimiento de nuevas sustancias estimulantes. El tabaco, el cacao y la coca de América, el café y el té orientales, todos llegaron a Europa en un intervalo relativamente corto, siendo diferentes condicionamientos de orden práctico los que marcaron su destino. Mientras unos, como la yerba mate o la coca, pasaron sin causar impacto alguno, otros, como el cultivable en España tabaco o los más fácilmente transportables café y té, se fueron asentando. Pero no por ello dejaron de provocar recelos durante decenios. Hasta el café sufrió prohibiciones en varios países, y tan solo su uso continuado durante generaciones permitió eliminar las suspicacias que despertaba y dar paso a su reconocimiento. La coca, por el contrario, nunca gozó de un periodo de adaptación similar y por ello ha quedado estigmatizada hasta hoy.
Elixir de vida
Transcurrirían trescientos años hasta el siguiente encuentro entre la coca y otra sociedad que no fuese la andina, un largo olvido que finalizó con el desarrollo científico del siglo XIX. Todo comenzó con un propósito puramente académico, fruto de las expediciones geográficas que los países europeos enviaron por todo el mundo. Los naturalistas que visitaron Sudamérica volvieron a describir las bondades de la hoja de coca y enviaron muestras a Europa. De ahí surgiría un renacido interés que en principio no pasó de anécdota. Pero apareció Ángelo Mariani, un ayudante de farmacia corso con un finísimo olfato para los negocios que en 1863 patentó el Vin Tonique Mariani, un vino de Burdeos macerado con hojas de coca. Y, contra todo pronóstico, esta invención se convirtió en la bebida más solicitada de su tiempo.
Ange-François Mariani (nacido Ángelo Mariani, Pero-Casevecchie, Córcega, 17 de diciembre de 1838 – París 1 de abril de 1914) fue un químico ítalo-francés, que desarrolló en 1863 una bebida tónica, realizada con vino de Burdeos y extracto de hojas de coca, comercializada en la época con el nombre de Vin Mariani. La bebida gozó de un gran éxito, y Mariani elaboró también elixires, pastillas e infusiones con coca, cuya esencia no pudo destilarse hasta 1860. Su venta se prohibió poco antes de la muerte de Mariani, a comienzos de la I Guerra Mundial, al conocerse los efectos del clorhidrato de cocaína (5).
El papa León XIII siempre llevaba consigo un frasco de Vin Mariani, el presidente norteamericano Ulisses Grant tomó una cucharadita diaria en sus últimos meses de vida, Emile Zola lo calificó como elixir de vida… Hasta mil ochenta y seis personalidades enviaron por escrito sus elogios a Mariani, que hábilmente los utilizaba en la promoción de su tónico. Entre ellas figuran tres papas, dieciséis reyes y reinas, seis presidentes de la República Francesa y celebridades como Thomas Edison, Sarah Bernhardt, H. G. Wells, Julio Verne o Augusto Rodin. Lo más granado de la sociedad occidental se aficionó al vino de coca, que por un momento dejó su estigma aparcado. Y, por supuesto, no tardaron en aparecer centenares de copias. La que más éxito obtuvo a la larga fue un curalotodo que nació como bebida carbonatada, ya que en su Atlanta natal el alcohol estaba prohibido. Tomó su nombre de las dos plantas estimulantes que contenía, la sudamericana coca y la africana cola. Coca-Cola. ¿Les suena?
Merece la pena recordar que este auge de bebidas basadas en la hoja de coca se desarrolló sin que se tenga noticia de casos de adicción asociados. Y es que, al igual de lo que ocurre con el consumo tradicional de la planta, la cantidad de cocaína presente en ellas y su lento metabolismo al ser tomadas de esta manera las convierten en sustancias tan inocuas como cualquier otro estimulante legal. Como dejó escrito el médico y alquimista suizo Paracelso -Theophrastus Phillippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, también Theophrastus Bombast von Hohenheim, conocido como Paracelso o Teofrasto Paracelso (n. en Zúrich, en la Teufelsbrücke, Einsiedeln, 10 de noviembre de 1493 – Salzburgo, 24 de septiembre de 1541), un alquimista, médico y astrólogo suizo:
Alle Dinge sind ein Gift und nichts ist ohne Gift. Allein die Dosis macht, daß ein Ding kein Gift ist (6)
(“Todo es veneno, nada es sin veneno. Solo la dosis hace el veneno”).
Por ello, habría que esperar al consumo de cocaína pura para ver los primeros casos de adicción, lo que en cualquier caso se produjo por la misma época.
En 1884, un joven médico austriaco que con el tiempo ganaría renombre mundial publicó una monografía sobre los usos terapéuticos de la cocaína (7). Este alcaloide, aislado por primera vez veinticinco años antes, llevaba dos décadas siendo comercializado por la compañía farmacéutica Merck sin excesivo éxito. Pero un aún inexperto Sigmund Freud había empezado a experimentar en propia persona con su uso y estaba encantado de lo que veía. A su novia, y después su esposa, Martha -Martha Bernays (26 de julio de 1861, Hamburgo – 2 de noviembre de 1951, Londres)- le escribía cartas subidas de tono en las que bromeaba:
“… y verás quién es más fuerte, si una dulce niñita que no come lo suficiente o un viejo alborotado con cocaína en el cuerpo…” (8)
Y en su consulta la prescribía para diversos tratamientos, que incluían las curas de desintoxicación de alcohol y morfina. También la recomendó a colegas amigos y uno de ellos, el oftalmólogo Carl Koller, dio con su verdadera utilidad médica. A sugerencia de Freud, quien había descubierto el efecto analgésico de la cocaína, Koller llevó a cabo experimentos con cocaína en animales y con él mismo. La cirugía ocular era en aquel entonces un procedimiento complicado debido a los movimientos reflejos del ojo al tocarlo. Koller descubrió que algunas gotas de una solución de cocaína podían superar esta dificultad (9). A raíz de esos experimentos, se le considera el fundador de los anestésicos locales en la oftalmología.
La ayuda farmacéutica
La cocaína revolucionó la cirugía ocular, prácticamente inviable hasta aquel entonces por falta de anestésicos locales. Este alcaloide de la coca fue el primer compuesto que demostró su eficacia para tal fin, lo que le catapultó definitivamente a la fama. En medio de una euforia exagerada, se recetó con alegría y comenzaron a observarse los primeros casos de dependencia, muchos de ellos agravados por el uso de otro adelanto de finales del siglo XIX, la jeringuilla hipodérmica. El poder de adicción de la cocaína depende principalmente de dos factores, la dosis y la manera en que se suministra. Y si al ser tomada oralmente parte de ella se metaboliza en el hígado, cuando es inyectada produce un efecto rápido e intenso que genera una gran dependencia en el consumidor. Sorprendentemente, nadie reparó en este problema durante una buena temporada y por unos años casi tuvo consideración de fármaco milagroso, lo que disparó su demanda. Merck pasó de vender menos de un kilogramo de cocaína en 1883 a tonelada y media en 1884 y setenta y dos toneladas en 1886. Y esto solamente en los albores de lo que estaba por llegar.
Llegado a este punto no me resisto a exponer este párrafo sobre un contemporáneo de S. Freud:
“… extrajo un frasco de un anaquel y la jeringa hipodérmica de su estuche. Con sus dedos largos, blancos y nerviosos, ajustó la delicada aguja y se enrolló la manga izquierda de su camisa. Durante un momento sus ojos se apoyaron pensativamente en su brazo nervudo, lleno de manchas y con innumerables cicatrices, causadas por las frecuentes inyecciones. Finalmente se introdujo la aguja delgada, presionó el pequeño pistón, se la sacó, y se dejó caer en un sillón forrado de terciopelo, con un profundo suspiro de satisfacción.” (10)
Sí, se trata de Sherlock Holmes.
Durante las primeras décadas del siglo XX, la elaboración de cocaína se convirtió en uno de los negocios más lucrativos de la industria farmacéutica. La pionera Merck dio el pistoletazo de salida en Europa y su rival Parke-Davis le tomó el testigo en los Estados Unidos. Ambas contaron con factorías en Perú que procesaban la hoja de coca para aislar la llamada pasta base que luego enviaban a sus fábricas centrales, donde se obtenía el alcaloide refinado. Pronto se les sumarían otras compañías y, como en los Andes no había sitio para todas, el cultivo de la coca se extendió a otras zonas. No fue éste un salto problemático porque en aquel momento la mayoría del mundo estaba en manos europeas. Cada cual utilizó sus dominios, los holandeses establecieron plantaciones en la isla de Java, los británicos en Nigeria y la actual Sri Lanka y los japoneses, potencia colonial del extremo oriente, en Taiwán e Iwo Jima. A todos les fue bastante bien, pero la coca de Java sobresalió particularmente. Los holandeses acertaron a sembrar una variedad que contenía en sus hojas una cantidad particularmente alta de cocaína, hasta un 2%, más del doble de lo habitual, y llegó un momento en que la producción proveniente de Asia dominó el mercado, en un auge desmedido que concluiría en un final igual de abrupto.
El efecto de la Convención Única
Una vez pasado el entusiasmo inicial, el potencial adictivo de la cocaína se fue haciendo evidente y la comunidad médica acabó renegando de su criatura. Su uso quedó restringido al de anestésico local e incluso en este campo terminaría siendo superado por otros fármacos más eficientes. Aunque sería otro factor el principal causante del rápido declive. La condena definitiva vino de la mano de los movimientos por la templanza que proliferaron en Estados Unidos y otros países de mayoría protestante. Alcohol, cocaína, heroína y marihuana quedaron asociados a violencia doméstica, delincuencia, corrupción y otros males colectivos y se extendió la idea de que solamente su prohibición frenaría estas calamidades. La ley seca estadounidense pondría en evidencia la ingenuidad de esta teoría, pero al revocarse solo se redimió al alcohol, que además de una mayor aceptación social contaba con una fuerte industria local detrás.
Conforme avanzó el siglo XX, la influencia de Estados Unidos fue creciendo en el resto del mundo y con ella su visión sobre la necesidad de ilegalizar las drogas, pese a que nunca quedó del todo claro hasta dónde llega este término. Los países productores se resistieron en mayor o menor medida pero, una vez finalizada la II Guerra Mundial y con el liderazgo estadounidense definitivamente implantado, este planteamiento terminó por imponerse. Las plantaciones de coca fueron arrancadas en todos los países donde se había introducido y su cultivo volvió a quedar restringido al área donde tradicionalmente se ha consumido su hoja. También este hábito quedaría en entredicho y empezaron las presiones para que una costumbre íntimamente ligada a la vida en la cordillera andina fuese abandonada.
La ratificación de esta tendencia tendría lugar en la ya mencionada Convención Única sobre estupefacientes, donde los estatus de cocaína y hoja de coca quedaron injustamente equiparados. La Conferencia de las Naciones Unidas para la Aprobación de una Convención Única sobre Estupefacientes (11) se celebró en la Sede de las Naciones Unidas del 24 de enero al 25 de marzo de 1961
Como para entonces el Vin Mariani no era más que un lejano recuerdo y Coca-Cola mantenía su fórmula en secreto, nadie dio la cara por la planta andina. Así seguimos, en una desigual pugna entre la reivindicación de los usos tradicionales de la hoja de coca, avalados por estudios que muestran su estimable valor nutricional, y la desconfianza que despierta internacionalmente por su vinculación al narcotráfico. Y aquí, llegados a este punto, topamos con la verdadera tragedia de esta historia.
Cuando en 1961 se firmó la Convención Única, el tráfico de cocaína no suponía ningún peligro real. Sus rutas comerciales habían quedado cortadas durante la Segunda Guerra Mundial y su consumo no pasaba de ser una curiosidad entre ciertas élites. Sin embargo, todo cambió a principios de la década siguiente. La presión ejercida sobre las sustancias ilegales más consumidas en ese momento, heroína, speed y marihuana, condujo a un paulatino cambio de hábitos en favor de la cocaína, que además se consideraba una droga blanda y con cierto glamour. Y siempre que nace una nueva demanda hay alguien interesado en cubrirla, por lo que este alcaloide comenzó una nueva vida, esta vez como rey del narcotráfico internacional.
Javier Pérez Frías
SEMA
- Sucunza, D. Sobre la coca. Arte y letras. 2017
- Henman A, Metaal P. Los mitos de la coca. Drogas y Conflicto (TNI); 17:3-23. 2009.
- Monardes N. Primera, segunda y tercera partes de la historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, que sirven en medicina: Tratado de la Piedra Bezaar, y dela yerua escuerçonera. Diálogo de las grandezas del hierro, y de sus virtudes medicinales. Tratado de la nieue y del beuer frio. Sevilla. Alonso Escriuano. 1574. 412p
- Op Cit pp 114-115
- La coca y sus aplicaciones terapéuticas. En: Pioneros de la coca y la cocaína – Varios autores. Biblioteca Letras Psicoactivas. Editorial El Peón Espía. Año de publicación: 2011. ISBN 978-84-938716-3-5
- Theophrast Paracelsus: Septem Defensiones 1538. Werke Bd. 2, Darmstadt 1965, S. 510.
- Freud S. Uber Coca.1885. Wien. Verlag Von Moritz Perles
- Freud, S. (1978) Cartas a la novia, Barcelona: Tusquets.
- Koller C. (1884) Vorläufige Mitteilung über locale Anästhesirung am Auge. Beilageheft zu den Klinischen Wochenblättern für Augenheilkunde, 1884; 22: 60-63
- A Conan Doyle. El signo de los cuatro.
- Naciones Unidas. (1961). Convención única de 1961 sobre estupefacientes. Enmendada por el Protocolo de 1972 de Modificación de la Convención Única de 1961 sobre Estupefacientes