Francia, finales del siglo XVIII. Marianne (Noémie Merlant), una joven pintora, viaja en barca a una isla de la Bretaña. Una ola sacude la embarcación y tira por la borda sus lienzos. Aun con su aparatoso vestido, se lanza al mar a recuperarlos. Marianne ha recibido el encargo de pintar el retrato de Héloïse (Adèle Haenel), una joven aristócrata que, tras el suicidio de su hermana, prometida a un noble milanés, hereda sus nupcias. La joven, que no quiere casarse, se niega a posar para los retratistas que acuden a la isla. Por ello, Marianne deberá hacerse pasar por una dama de compañía durante el día para pintar el retrato de la joven durante la noche.
Marianne sale de la mansión para acompañar a Héloïse en su primer paseo. La joven la espera de espaldas a ella, lleva capucha y no se gira para presentarse. Héloïse comienza a andar en dirección al mar y Marianne camina tras ella. Cerca de los acantilados, Héloïse acelera sus pasos y echa a correr. Marianne la persigue. La joven se detiene al borde del precipicio, se gira y deja ver su rostro por primera vez. “Llevaba años queriendo hacer esto”, dice, exhausta. “¿Morir?” pregunta Marianne. “Correr”, contesta Héloïse. La referencia al mito de Orfeo y Eurídice es clara, aunque se inviertan las posiciones de los amantes. En esta escena es el fantasma de Eurídice/Héloïse quien precede a Orfeo/Marianne. Orfeo mantiene la actitud pasiva hasta que Eurídice se gira, pero, en este primer encuentro, su fantasma no se desvanece. Aunque ninguna de las dos lo sepa aún, Plutón les ha concedido una tregua y el fantasma de Héloïse conseguirá escapar del Averno mientras Marianne permanezca con ella.
El mito de Orfeo y Eurídice se utiliza como un leitmotiv recurrente en Retrato de una mujer en llamas (Portrait de la jeune fille en feu), dirigida por Céline Sciamma. El filme, presentado en la septuagésima segunda edición del Festival de Cannes en 2019, conquistó a la crítica y al jurado cannois y acabó obteniendo el premio al mejor guion y la Queer Palm en el certamen. La directora había tratado el descubrimiento del deseo en chicas adolescentes en sus tres primeras películas, pero para la que nos ocupa ha declarado que quiso centrarse en el amor recibido e intercambiado entre dos mujeres adultas y en el proceso intelectual que ello conlleva. El mito, contado por Ovidio en las Metamorfosis, convierte en universal la historia de amor estas dos mujeres, un romance prohibido por las convenciones sociales de su época cuyo recuerdo mantendrán vivo a través de la literatura, la música y la pintura.
La película comienza con una clase de pintura para pronto introducir la narración principal a modo de flashback a partir de un retrato de una mujer en llamas que Marianne pintó años ha. A lo largo de la película son varias las escenas en las que la cámara se detiene en el ejercicio de la pintura: Marianne prepara los lienzos y óleos, esboza dibujos a papel y carboncillo o dispone las cortinas de su taller para conseguir la iluminación deseada. Las mujeres pintoras silenciadas por la Historia del Arte encuentran un bonito y necesario homenaje en el filme de Sciamma, cuya fotografía, a cargo de Claire Mathon, es además de gran belleza estética y gusto pictórico.
Marianne es pintora y es la pintura su oficio y el arte con el que se expresa. Pero con la pintura como tema tabú, es gracias a la música y a su limitada, pero estimable técnica con el clavicordio que establece una primera conexión emocional con Héloïse a través de las artes. El verano de Vivaldi y la vívida narración de Marianne conmueven a una Héloïse que, aunque nunca ha escuchado a una orquesta, siente la música como una vía de escape ante un destino del que no puede huir. “Fugere non possum” cantará más adelante a coro y a capela un grupo de mujeres en torno a una hoguera, pero la incisiva verdad del canto no impide que Héloïse y Marianne crucen sus miradas más sinceras a través de las llamas, extasiadas por la armonía de las voces femeninas. Y en el éxtasis, las faldas de Héloïse prenden en llamas. La escena cede paso a la segunda bajada a los infiernos: Marianne sigue entre las grutas de los acantilados a Héloïse y la besa por primera vez. A continuación, caminando en la oscuridad de los pasillos de la mansión, Marianne mira tras de sí: una etérea imagen de Héloïse vestida de blanco se desvanece.
La relación entre las jóvenes se construye pacientemente y en paralelo a la realización del retrato. El primero, resultado de la investigación desde la identidad falsa de Marianne, decepciona a Héloïse, que parece más ofendida por la impersonalidad de la obra que por la mentira en sí. Pero se les concede una segunda oportunidad en la que Héloïse accede a posar, lo que otorga tiempo a modelo y a artista para crear un vínculo más íntimo entre ellas. Esto es propiciado por la marcha durante unos días de la condesa (Valeria Golino), madre de Héloïse, cuyo retrato de bodas cuelga sobre la chimenea de la sala de recepción. Se quedan en la mansión solo tres jóvenes muchachas: la aristócrata, la pintora y la criada. La ausencia de la condesa elimina el último resquicio de opresión patriarcal y establece un espacio de seguridad para estas tres mujeres en el que los roles de género y clase se difuminan. La aristócrata prepara la cena, la pintora sirve el vino y la criada hace bordados. Se crea una burbuja ucrónica de sororidad donde leen y debaten a Ovidio, en la que dama y pintora apoyan, sin juicios, la decisión de abortar de Sophie, la criada (Luàna Bajrami), y donde el amor homosexual entre dos mujeres de diferente clase se vive en igualdad, sin jerarquías ni prejuicios. Pero la burbuja termina por pincharse con una imagen turbadora para Marianne: Sophie, como criada, sirve el desayuno a un hombre. Héloïse se ciñe el corsé para dar la bienvenida a su madre. Y Marianne recibe la remuneración por su trabajo.
El romance imposibilitado entre Héloïse y Marianne se vive con la intensidad de quienes saben que tiene final. El fantasma de Héloïse volvía a desvanecerse una vez más cuando Marianne se giraba para verla. “Las directrices eran muy claras”, argumentaba Sophie: si Orfeo no se hubiera girado en el último momento, Eurídice y él habrían vuelto a estar juntos. Pero Marianne y Héloïse no eligen como el Orfeo enamorado, eligen como el Orfeo poeta. Ante la imposibilidad de desarrollar su amor, eligen el recuerdo del romance vivido. Marianne se apresura en abandonar la casa tras un fugaz abrazo. “Gírate”, dice Héloïse y su figura vestida de blanco nupcial se esfuma en la oscuridad al cerrar la puerta. Como Orfeo y Eurídice, Marianne y Héloïse no volverán a encontrarse. Pero el recuerdo de su romance pervivirá en el retrato de una mujer en llamas, en la página 28 de un tomo de las Metamorfosis y en las cuerdas de una orquesta que subliman las torpes notas de Marianne al clavicordio.
Isidro Molina Zorrilla
Filólogo