Existe una razón biológica como sustrato de la búsqueda del hombre de establecer lazos y vías de comunicación física y psicológica, que tanto caracterizan a la sociedad moderna. Realmente no inventamos nada, la propia naturaleza lo ha hecho ya antes de que pudiera actuar la voluntad del ser humano, y los conocimientos que vamos adquiriendo, a pequeños pasitos y con vaivenes, no alcanzan a ser todavía más que a una parte mínima de lo que resta por saber. En Biología ha sido una pequeña revolución descubrir que lazos y conexiones entre lugares lejanos del genoma permiten un acercamiento temporal y versátil de regiones muy distantes. ¿Nace ahí la explicación de lo que diferencia a los humanos de otras especies?
Habituados ya a un mundo hiperconectado, donde la posibilidad de comunicarnos con el entorno en un tiempo de casi inverosímil rapidez, damos por hecho que el fenómeno de la comunicación es actual, rompedor y fruto de la suma inteligencia que diferencia al ser humano de los demás habitantes, sea cual sea su escala, de la Tierra. Pero estas conexiones, estos lazos que nutren nuestra vida afectiva, profesional, educativa o social no son sino el reflejo a gran escala de lo que la naturaleza ha ido creando en su prodigiosa evolución desde escalas atómicas. Y son los entresijos de ese camino lo que el libro de Marta Izquierdo, catedrática de la Universidad Autónoma de Madrid, va presentando de manera escalonada a los lectores, desde la parte más nuclear de la biología molecular hasta las conexiones cerebrales, pasando por las relaciones con nuestros ancestros.
Decía Albert Einstein, alguien con una evidente autoridad para establecer el criterio, que “la mayor parte de las ideas fundamentales de la ciencia son esencialmente sencillas y pueden ser expresadas en un lenguaje comprensible para todos”. Pero esto no ocurre en todos los casos, o quizá no es tan habitual que científicos expertos en un determinado área tengan la amplitud y profundidad de conocimientos, la capacidad de síntesis y la vocación didáctica adecuadas para expresar de forma asequible para un amplio colectivo lo que está en la vanguardia de la ciencia. Y, precisamente, éste es uno de los grandes aciertos de este libro. La doctora Izquierdo ha logrado, a través de la introducción de un necesario escalado en los conocimientos, mucha precisión en el lenguaje y las justificadas relaciones entre diferentes áreas de la ciencia, que esa aproximación sea factible, incluso para lectores alejados del mundo experimental.
La primera parte del libro está dedicada a explicar conocimientos básicos de biología molecular a partir del ADN, esa, en palabras de la autora, “macromolécula bella, armónica, simétrica” en la que residen las instrucciones para llevar adelante las necesidades vitales de la célula. En breve la autora nos introduce de lleno en el mundo de los genes, “esos fragmentos de ADN con la información suficiente y necesaria para realizar una determinada función”, la definición que considera más apropiada, y ahí encontramos ya una idea esencial: los lazos y conexiones que se establecen son los que permiten el empaquetamiento del ADN y el control, esencial para la vida, de la actividad génica.
A la investigación biológica se ha añadido el poder de análisis y manejo de la información de los ordenadores, y el trabajo conjunto está permitiendo saber muchas cosas de los genes. El genoma es una maraña continua de interconexiones, y las redes de regulación génica tienen una gran plasticidad, con un gran dinamismo espacial, temporal y ambiental; la presencia de numerosos lazos facilita las interacciones a distancia entre regiones y son imprescindibles en el dinamismo regulatorio. Es conocido que al aumentar la complejidad de los organismos, aumenta la sofisticación del control de la expresión génica, y que hay una comunicación entre células durante el proceso de determinación de su destino final, pero todavía sabemos poco de los entresijos que operan en la formación de los lazos y las conexiones reguladoras.
Progresando en la lectura del libro, la investigación básica se conjuga claramente con la clínica al adentrarse en el papel de los cambios génicos en el envejecimiento y en el desarrollo de diversas enfermedades. Al igual que sucede con los organismos y sus células, los genomas envejecen y esto tiene su interpretación a nivel celular. La existencia de conexiones múltiples amplifica el efecto de una alteración en algún lugar del ADN. Sobre esta base, la autora se adentra en cómo cambios genéticos o epigenéticos se relacionan con enfermedades tan prevalentes como la enfermedad de Alzheimer, el autismo o determinados tipos de cánceres.
¿Qué genoma heredamos?
Fiel a su aseveración de que en biología hay pocos dogmas inamovibles, Marta Izquierdo se acerca a los trabajos que estudian el genoma de nuestros posibles antepasados con la seguridad de que los continuos avances de la tecnología permitirán aprovechar las novedades y el análisis genético llegará a límites temporales más lejanos, incluso más allá de los 700.000 años de antigüedad alcanzados a día de hoy.
Los antropólogos tratan constantemente de dilucidar el camino evolutivo de los primitivos seres humanos. Estudiar el genoma, que contiene toda la información necesaria para que un ser vivo complete su ciclo vital, es el acercamiento específico de los genetistas. Hoy en día se conoce el tamaño y la secuencia de bases de muchas especies; también que la cantidad de ADN de un organismo no está correlacionado necesariamente con su complejidad es la escala evolutiva, qué más quisiera el orgullo de los humanos. El hecho de transmitir copias del genoma a la descendencia está permitiendo revelar muchos secretos en relación a nuestros antepasados; son especialmente novedosas las conexiones que se dilucidan mediante la correlación de los genomas. Por los trabajos analizados en este libro sabemos que entre el 1 y el 3% del ADN del ser humano moderno procede de los neandertales. La comparación con ADN antiguo y los resultados de la expresión de determinados genes está permitiendo saber cuáles han sobrevivido a la selección natural y qué otros han sido eliminados. Sin duda alguna, a lo largo de las generaciones han permanecido aquellos que ayudaron a la supervivencia y que siguen beneficiándonos.
Tenemos un cerebro interconectado
Las ideas acerca del funcionamiento del cerebro están complementándose continuamente con acercamientos desde distintas perspectivas de investigación. En este apartado, la doctora Izquierdo parte de las importantísimas aportaciones acerca de la organización neuronal y la comunicación entre células del sistema nervioso del que se considera padre de la Neurociencia, Santiago Ramón y Cajal. A partir de ahí, la autora recoge y relaciona los hallazgos científicos más recientes de los que disponemos. Expone las razones que sustentan la visión dinámica actual de la función cerebral; cómo el flujo de la información se realiza mediante conexiones anatómicas entre células que forman circuitos y estos a su vez sistemas; que estos circuitos e interacciones neuronales se suceden en el espacio y en el tiempo; y que en esa arquitectura funcional, se puede incluir la actividad génica como marcador de la identidad de una sola neurona o de un grupo de ellas.
El cerebro humano tiene unos ochenta y seis mil millones de neuronas. La parte final del libro nos acerca a la imposible tarea de conocer algo más de ese cerebro en continua renovación sináptica, a saber que la plasticidad neuronal es la capacidad de conectar y desconectar en diferentes lugares, formando lazos que el tiempo refuerza, debilita o elimina. Todas las funciones de la mente requieren coordinación e interconexión entre diferentes áreas cerebrales. Las neuronas individuales pueden participar en distintos nódulos funcionales y las conexiones son locales, entre regiones próximas del cerebro, o de largo recorrido; y ser transitorias o estables. El proceso de aprendizaje es un gran ejemplo de la versatilidad; la imposibilidad de atribuir a la memoria una única localización concreta es la muestra de la combinación funcional de distintas áreas cerebrales. Sin embargo, reconoce la autora que, a pesar de los cientos de trabajos de investigación, aún queda lejos saber las razones por las que los circuitos neuronales dan lugar a un determinado comportamiento ni cómo se originan las enfermedades mentales o neurodegenerativas.
Y para mañana qué
Tradicionalmente se asocia la inteligencia de un individuo con la estructura y función de las regiones frontal y parietal del cerebro. Sin embargo, cada vez se habla más de la conectividad como la base de la inteligencia humana. El perfil de las conexiones, basado en la velocidad del proceso, la elección de los caminos más cortos y la fortaleza de estas, correlaciona positivamente con el coeficiente intelectual. Parece que el legado genético y las predisposiciones biológicas contribuyen a que en algunos individuos se creen redes y conexiones cerebrales que parecen favorecer la originalidad, la profundidad de pensamiento o el afrontamiento de mayores desafíos que otros individuos.
Nada mejor que el propio relato de Marta Izquierdo, científica de larga trayectoria, para hacernos ver lo mucho que nos queda por saber:
“La naturaleza rara vez inventa cosas, las repite, las reutiliza, las modula. Lo difícil es probar científicamente una sospecha, una intuición, un pensamiento (…).
Es una pena que la naturaleza, en su continua evolución y mejora, no nos haya dejado un plan más detallado de su hacer, de su avanzar a través de los tiempos (…).
No hay un plan predeterminado, un camino trazado a seguir, por eso se hace más difícil perseguir los pasos de los orígenes del pensamiento, la memoria, la consciencia de uno mismo, la inteligencia, las emociones o la caducidad de nuestro ser”.
Será por este continuo sentido crítico sobre lo averiguado y la inquietud por seguir sabiendo más cada día que los grandes investigadores, aquellos que al final dejan sus huellas en el tiempo humano, siguen, ya sea consciente o inconscientemente, la idea que expresó Jane Goodall: “Sé curiosa, paciente y no te rindas”.
Mª Ángeles Jiménez
SEMA