El pasado noviembre tuvo lugar la vigésima octava edición del Festival de Cine Fantástico de la Universidad de Málaga, FANCINE, una cita anual consolidada en el panorama cultural de la capital malagueña donde el protagonista es el cine de género más arriesgado. A lo largo de ocho días la ciudad acoge una estimulante muestra de cine fantástico y de terror de autores independientes, una estupenda oportunidad para disfrutar de un cine diferente que no siempre llega a las salas comerciales. En años anteriores FANCINE presentó a la ciudadanía malagueña obras maestras de la cinematografía contemporánea como Babadook (Jennifer Kent, 2014), Anomalisa (Charlie Kaufman, 2015), El hijo de Saúl (László Nemes, 2015), Langosta (Yorgos Lanthimos, 2015), La vida de Calabacín (Claude Barras, 2016) o Thelma (Joachim Trier, 2017).
En esta edición se han proyectado un total de 90 títulos bajo el leitmotiv “Asia en las venas” (Figura 1). Las proyecciones se organizaron en diferentes secciones con los emblemáticos Cines Albéniz como sede principal, que recogieron principalmente producciones recientes, pero también grandes clásicos (en esta ocasión del cine asiático), con la suficiente variedad de nacionalidades, géneros y estilos para ofrecer al público un riquísimo abanico de cine fantástico. La claqueta de Epistêmai pudo asistir a trece de las proyecciones: doce largometrajes, seis de ellos pertenecientes a la sección oficial a concurso, y una sesión dedicada a los cortometrajes de animación. Durante las siguientes líneas me dedicaré a plasmar mis impresiones acerca de estas obras cinematográficas, organizadas por género: obras donde impera la fantasía, el cine de animación, las películas de ciencia ficción, aproximaciones al género fantástico desde la comedia y el cine de terror. Una pequeña muestra de historias de zombis, monstruos y robots, ambientadas en mundos imaginarios o en los confines del universo, que tienen mucho que decir sobre la condición humana.
La surcoreana Monstrum (Mul-goe), de Huh Jong-ho, arrancó el festival a base de fantasía épica. En el siglo XVI, en Corea, el emperador Jung Jong envía al mejor guerrero de su ejército a explorar el monte Inwangsang, de acuerdo con los rumores sobre una bestia monstruosa que devora humanos y siembra el terror a su paso. Su primera mitad juega al despiste con un monstruo que nunca aparece e introduce algunas reflexiones de interés sobre el uso de la mentira como táctica política. No profundiza en ello ni pretende hacerlo: el objetivo es adaptar las leyendas coreanas a los cánones del blockbuster hollywoodiense y ofrecer así un espectáculo divertido y liviano. De seres monstruosos también trata Border (Gräns), de Ali Abbasi (Figura 2). Nos trasladamos a la Suecia contemporánea, donde una agente de aduanas, Tina (Eva Melander, premio a la mejor actriz), es capaz de detectar la culpabilidad de un individuo gracias a su extraordinario olfato. Con absoluto verismo, entre el drama de personajes y el thriller policíaco, Abbasi introduce poco a poco el elemento fantástico al descubrir la verdadera naturaleza de la protagonista, al margen de cualquier estereotipo. En un arriesgado movimiento, el filme parte de la mitología nórdica de los troles para tratar temas sociales dentro de un contexto mucho más monstruoso: el secuestro infantil y la pedofilia. Valiente y cautivadora, Border consiguió convencer al jurado y alzarse con el Premio Universidad de Málaga al mejor largometraje a concurso del festival.
FANCINE siempre dedica un espacio a la animación, un formato que ofrece infinidad de posibilidades creativas. Y el metraje corto, sin las limitaciones comerciales del largo, es una puerta abierta a la experimentación de técnicas cinematográficas. En esta edición el festival ha contado con una heterogénea selección de cortometrajes de animación a concurso, con muchas obras provenientes de escuelas de cine. Entre ellas destaco la colorida celebración hedonista frente a la gris rutina de Bacchus (de Rikke A. K. Planeta, ganador del Premio del Jurado Joven al mejor cortometraje de animación), la mordaz y nihilista aria de L’aria del moscerino (de Lukas von Berg), los peligros de la irresponsabilidad humana frente al cambio climático y la gestión de residuos en el hiperrealista Hybrids (de Florian Brauch, Matthieu Pujol, Kim Tailhades, Yohan Thireau y Romain Thirion), la delicadeza con la que trata el maltrato infantil The stained club (de Mélanie Lopez, Simon Boucly, Marie Ciesielski, Alice Jaunet, Chan Stéphie Peang y Béatrice Viguier), la terrorífica aceptación de la pérdida de La noria (de Carlos Baena) y el encantador gorrión como metáfora del paso del tiempo de Tweet-tweet (de Zhanna Bekmambetova, ganadora del Premio del Público al mejor cortometraje de animación).
En formato largo, dentro de la sección paralela Ánima Zone, dos han sido las obras animadas que he podido disfrutar en esta edición: la colombiana Virus tropical y la japonesa Mirai, mi hermana pequeña (Figura 3). Ambas centran sus argumentos en la infancia, si bien desde perspectivas muy diferentes. Virus tropical narra la infancia de la benjamina de una peculiar familia de clase media en la Colombia de los años 80, desde el embarazo de su madre, erróneamente diagnosticado en principio como un “virus tropical”, hasta su adolescencia. La animación otorga expresividad a este maduro anecdotario animado que remite, estética y argumentalmente, a la estupenda Persépolis (Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud, 2007). Con un tono más amable aborda Hosoda su retrato de Kon, un niño de cuatro años que tiene que aprender a dejar de ser el centro de atención con el nacimiento de su hermana pequeña. Para ello, gracias a las sutiles concesiones al fantástico que introduce el autor, será ayudado por el perro de la familia personificado y por su propia hermana, como adolescente, venida del futuro (no sin razón se llama Mirai, “futuro” en japonés).
Uno de los géneros que siempre tiene cabida en el festival es la ciencia ficción, que en esta edición ha contado con propuestas tan arriesgadas como High life, de la directora francesa Claire Denis (Figura 4). Un grupo de prisioneros es enviado a una misión experimental sin retorno al agujero negro más cercano a la Tierra. Ahora la nave viaja a la deriva por la profundidad del espacio. Relajan sus instintos más primitivos en la “fuckbox”, una máquina diseñada para el desahogo sexual, mientras la única científica del grupo, una suerte de Medea desterrada (Juliette Binoche), realiza experimentos reproductivos con una tripulación cada vez más desequilibrada. Resuenan ecos del Tarkovsky de Solaris (Andrei Tarkosvky, 1971) en un filme crudo donde no hay espacio para el optimismo: la violencia, física y sexual, es intrínseca a la naturaleza humana. Algunas de estas ideas aparecen en Zoe, del realizador norteamericano Drake Doremus (que ya presentó en 2016 la distopía shakespeariana Equals). La premisa peca quizá de ingenua: un laboratorio diseña alta tecnología para perfeccionar las relaciones afectivo-sexuales. Esa tecnología contempla el desarrollo de androides que sirvan de compañeros amorosos y sexuales de los humanos que compren sus servicios. Son muchas las implicaciones morales de este planteamiento que suscitan el debate, desde la esclavitud sexual que supone el abuso a unos seres que acaban adquiriendo autoconsciencia, hasta la complejidad emocional que supone el enamoramiento de un humano (Ewan McGregor, creador) hacia un androide (Léa Seydoux, creación) y viceversa. Ambas cuestiones han sido tratadas con mayor acierto en otras ficciones recientes como la serie Westworld (Jonathan Nolan, 2016) o Her (Spike Jonze, 2013). Asimismo, la superficialidad del conjunto y su innecesaria heteronormatividad terminan por opacar una propuesta, sin embargo, bien ejecutada.
FANCINE también acoge aproximaciones al fantástico desde la comedia. En Keep an eye out (Au poste!) el bizarro cineasta francés Quentin Dupieux, otro antiguo conocido del festival, parte de un rutinario interrogatorio policial para jugar con los límites de la realidad y las expectativas del espectador mediante pequeñas variaciones en el desarrollo narrativo esperado. Con una puesta en escena casi teatral, el humor surge gracias a situaciones progresivamente más absurdas y surrealistas (entre Luis Buñuel, Charlie Kaufman y los Monty Python) que provocan perplejidad sin llegar al esperpento. Una propuesta de comedia más genuina es la que ofrece Shinichirô Ueda en la genial One cut of the dead (Kamera o tomeru na!) (Figura 5). Lo que comienza como un filme de serie B filmado en una única toma sobre un apocalipsis zombi durante el rodaje de una película de muertos vivientes acaba por convertirse en un inteligente ejercicio metacinematográfico que revela un incondicional y sincero amor por el cine. Un filme muy divertido, sorprendente y humanista sobre la creación cinematográfica como arte colectivo.
Y, finalmente, un lugar privilegiado en la programación del FANCINE lo ocupa el cine de terror, en cualquiera de sus variantes: thriller, slasher, gore, splastick y demás anglicismos terroríficos. La propuesta más clásica de entre las visionadas fue Ghostland, del francés Pascal Laugier, que también repite en el festival. El filme comienza como muchos otros: una familia compuesta por una madre y sus dos hijas adolescentes se mudan a una nueva casa, pero pronto se verán atacadas por dos temibles desconocidos sacados de una pesadilla circense que bien podría haber sido ideada por Rob Zombie. La afición por la escritura y los relatos de terror de una de las jóvenes ofrece al guion la posibilidad de jugar con diferentes líneas narrativas entre la realidad, la ficción y la evasión de quienes sufren constantes maltratos físicos y psicológicos. El británico Peter Strickland ofrece en In Fabric una propuesta más singular: durante el periodo de rebajas de unos grandes almacenes, Sheila (Marianne Jean-Baptiste), se obsesiona con un vestido rojo de seda. Una prenda sobre la que pesa una maldición que afecta a quienes lo poseen. Una sátira fetichista sobre el capitalismo más peligroso entendida como un ejercicio de estilo entre histérico y elegante que se llevó los galardones a mejor director, mejor fotografía y mejor banda de sonido. Profundamente formalista también es Mandy, de Panos Cosmatos, una clásica historia de venganza protagonizada por Nicolas Cage y Andrea Riseborough. En un contexto de sectas e invocaciones demoníacas dentro de la Norteamérica rural, Cosmatos reduce al mínimo el componente narrativo para recrearse el apartado visual y sonoro: Mandy es una experiencia estética, con una fotografía casi plástica que encuentra la belleza en el gore más rabioso.
Dejo para las últimas líneas de esta crónica uno de los platos fuertes de esta edición, que registró lleno absoluto en sus dos pases: La casa de Jack (The house that Jack built), la última película del siempre polémico cineasta Lars von Trier (Figura 6). El argumento sigue a Jack, un arquitecto (Matt Dillon, premio al mejor actor) con síndrome obsesivo compulsivo que encuentra en el asesinato una forma de realización personal, pero también de expresión artística. La historia se articula en torno a cinco “incidentes”, que el protagonista relata a un interlocutor invisible, más tarde revelado como el Virgilio de la Divina Comedia. La narración en off da voz al asesino, que justifica sus acciones en pos de la creación artística sin un ápice de moralidad en una provocadora subversión del humanismo, e introduce constantes digresiones de manera casi invasiva que rompen con el ritmo intencionadamente hasta la exasperación de un espectador cada vez más abrumado. La brutalidad e impiedad de la violencia plasmada resulta casi enfermiza, pero a la vez se manifiesta oscuramente divertida, un ejercicio de comedia negrísima cuya hilaridad puede llegar a incomodar. Pero la provocación de von Trier no se queda aquí: Jack, en su búsqueda de la perfección, se descubre como un alter ego del director en una película que, finalmente, se erige como un manifiesto de un cineasta que parece responder al espectador indignado. Un descenso a los infiernos depravado y onanista que consiguió conquistar al público, que le concedió el Premio del Público entre los filmes a concurso, y a la prensa acreditada del festival, que le otorgó el Premio honorífico Gato Rabioso. La claqueta votó por ella, porque, a pesar de lo dicho, es una de las películas más libres, desprejuiciadas y fascinantes que un servidor ha disfrutado en una pantalla de cine.
Y eso es FANCINE. Cine fantástico libre, fascinante y sin prejuicios. Desde La claqueta contamos los días para la próxima edición y animamos a los lectores a acercarse a algunas de sus proyecciones. No quedarán indiferentes.
Isidro Molina Zorrilla