‘El sacrificio de un ciervo sagrado’, de Yorgos Lanthimos

“La ambición de honores es dulce pero atormenta al que los consigue. Unas veces un fallo en las cosas que a los dioses atañen trastorna una vida, otras veces la desgarran las opiniones múltiples y volubles de los hombres” *.

Eurípides, Ifigenia en Áulide, 22-27

 

Cartel de la película

Agamenón, rey de Micenas, se encontraba junto con el ejército griego en Áulide a la espera de vientos favorables que le permitieran partir hacia Troya. De cacería, en un bosque de las inmediaciones, mata un ciervo y suscita la cólera de Ártemis, pues se vanagloria de que ni ella, diosa de la caza, habría sido capaz de derribar así al animal. Ofendida, envía una bonanza que inmoviliza la flota e impide que los barcos partan a la guerra. Solo el sacrificio de la primogénita de Agamenón, Ifigenia, logrará mover el ánimo de la diosa.

En Ifigenia en Áulide, el tragediógrafo Eurípides dramatizaba este episodio mítico para el público ateniense del siglo V a.C. La obra comienza con Agamenón que, tras atender el oráculo interpretado por el adivino Calcante y las insistencias de los generales del ejército, se arrepiente de haber enviado a buscar a su hija Ifigenia con el pretexto de casarla con Aquiles. Pero, aunque el padre lamente el destino de su hija, y a pesar de la negativa de la madre, Clitemnestra, la muchacha deberá ser sacrificada si quieren llevar la guerra hasta Troya.

El director Yorgos Lanthimos

El sacrificio de un ciervo sagrado (The Killing of a Sacred Deer) es un largometraje dirigido por el cineasta griego Yorgos Lanthimos. Se estrenó en 2017 durante la septuagésima edición del Festival de Cannes, donde recibió el premio al mejor guion (ex aequo) y críticas generalmente positivas. Aunque la traducción del título para la distribución en España del filme induce a error (confunde la caza del ciervo como causa de la ira del dios del título original con el sacrificio humano exigido como expiación), este ya alude a motivos del mito de Ifigenia: el sacrificio de un familiar como castigo divino. Aquí, sin embargo, es Steve (Colin Farrell), un reconocido cardiólogo y padre de familia de Cincinnati, quien correrá la misma suerte que Agamenón.

El sacrificio de Ifigenia se ha constituido como un motivo dramático recurrente en el cine y la televisión. Producciones populares como la exitosa serie de fantasía medieval Juego de Tronos (David Benioff y D. B. Weiss, 2011-2019) o películas taquilleras de superhéroes como Vengadores: Infinity War (Anthony Russo y Joe Russo, 2018), desarrollan una trama en la que un hombre de poder debe matar a su hija para conseguir la victoria en la guerra. También se observan ecos al mito en La decisión de Sophie (Alan J. Pakula, 1982), basada en la novela homónima de William Styron, donde, con el Holocausto como telón de fondo, Meryl Streep se ve en la misma desoladora encrucijada que Colin Farrell. Pero la propuesta de Lanthimos está lejos de apelar a la emoción y la empatía del espectador. De hecho, El sacrificio de un ciervo sagrado dinamita intencionadamente cualquier deje melodramático o sentimental.

Fotograma de la película

La originalidad de Lanthimos reside en que, consciente de que Grecia fue la cuna del género dramático, redefine los conceptos de tragedia y comedia: partiendo de un planteamiento trágico, subvierte las convenciones dramáticas mediante un sentido del humor perturbador que conmociona. Con Canino (2009) Lanthimos y su guionista Efthymis Filippou ya exploraban los límites de la autoridad familiar mediante una puesta en escena severa que remitía al cine de Haneke, y con Langosta (2015) se introducían en el terreno de la distopía y la ciencia ficción para abordar las relaciones afectivas.

En El sacrificio de un ciervo sagrado, Lanthimos vuelve de nuevo al seno de la familia, pero añadiendo a la trama un componente sobrenatural milenario. Lo interesante reside en plantear un conflicto religioso propio de la tragedia ateniense, como lo es la asunción de las consecuencias divinas a las acciones humanas, en un contexto contemporáneo y reconocible. La caza de un ciervo sagrado se convierte aquí en la muerte de un paciente durante una operación a corazón abierto por negligencia médica del cardiólogo Steven. Su estatus profesional y clase social lo protegen de las consecuencias penales de su mala praxis, pero, quizá aquejado por los remordimientos, comienza a preocuparse por el bienestar de Martin, el huérfano de su paciente (Barry Keoghan). Se intuye cierta hibris en la actitud paternalista y limosnera del médico hacia el misterioso muchacho, quien entiende el repentino rechazo de su protector como una ofensa que, sumada al anterior agravio, debe ser condenada por una justicia superior. Martin es a la vez el joven/dios que envía el castigo y el adivino que interpreta y anuncia la voluntad divina, un Calcante que no ceja en su empeño por ver reparada la ofensa a la divinidad.

Fotograma de la película

En un primer momento los personajes intentarán encontrar una explicación científica a la cólera del joven/dios, de graves consecuencias físicas para la familia de Steven/Agamenón. Pero poco a poco los personajes entenderán la cualidad intangible, divina, de su condena, que precisa una solución igualmente sobrehumana. Porque para un hombre de su posición, un médico rico y prestigioso, le es más fácil resarcir a un dios, aunque imponga castigos crueles, que asumir las consecuencias de sus acciones. Mejor que un fallo en las cosas que a los dioses atañen trastorne una vida a que la desgarren las opiniones múltiples y volubles de los hombres.

La cruda y explícita violencia del tercer acto introduce el horror en escena. Aristóteles, en la definición de tragedia en su tratado literario Poética, apuntaba la compasión (éleos) y el miedo (phóbos) como emociones que debía suscitar la tragedia para lograr la purgación (kátharsis) de tales padecimientos en el espectador. Mientras que la sugestión del horror es evidente en la película, la compasión, en cambio, se convierte en una emoción pretendidamente esquiva. Teóricamente, como espectadores podríamos empatizar con el huérfano y condenar al asesino, pero el hieratismo intencionado de los actores los convierte en personajes difícilmente accesibles. Incluso Lanthimos pone a prueba nuestra capacidad de sentir compasión por las potenciales (e inocentes) víctimas del sacrificio cuando compiten, impotentes, por su supervivencia. El pequeño Bob (Sunny Suljic) termina accediendo a cortar su melena para satisfacer los deseos de su padre. Kim (Raffey Cassidy), que canta en un coro, recuerda a su hermano que no tiene ninguna cualidad remarcable que lo haga merecer seguir con vida. Y Anna (Nicole Kidman) trata de convencer a su marido de que lo más lógico sería matar a uno de los niños, ya que ellos aún son jóvenes y siempre pueden tener más hijos.

Lanthimos impide deliberadamente que purguemos las emociones, no hay catarsis posible sin compasión. Pero sí que se consigue liberar tensión, en cambio, a través de un humorismo grotesco e inesperado. Porque hay cierta comicidad perversa en que un padre distante, que se ve obligado a decidir a cuál de sus hijos matar, tenga que preguntar al director del colegio cuál de los dos saca las mejores notas. Y en que el director responda que Kim, de hecho, ha obtenido un sobresaliente en su ensayo sobre Ifigenia en Áulide de Eurípides. La catarsis, pues, queda subvertida. Y esto sucede porque El sacrificio de un ciervo sagrado no es una tragedia. Tampoco una comedia. Lanthimos, deudor del inestimable legado dramático griego, está dispuesto a reinventarlo.

 

 

Isidro Molina Zorrilla
Filólogo

* Traducción de Carlos García Gual.


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