Una visión de la escuela en el Valle del Guadalhorce (Málaga) a principios del siglo XX (1)

 

Luís Bello y la preocupación educativa del Regeneracionismo hispano

El problema educativo, acompañado de una gran pasión y normalmente lastrado por el partidismo de uno y otro bando, ha sido uno de los temas repetidos en el debate político y social de lo que podríamos llamar –en un concepto histórico amplio- la “crisis de la Restauración”. En el famoso “problema de España” aparece siempre la educación como una de las posibles –si no la principal- solución al atraso y crisis de nuestro país. Durante la II República el debate educativo, unido íntimamente al problema religioso, llegó a una exacerbación dramática y fue uno de los detonantes del conflicto. De forma especial la preocupación por la enseñanza está presente en los regeneracionistas (2), en aquellos españoles que sueñan con una transformación social que ponga a España en el lugar que le corresponde en el concierto internacional, en una situación acorde con su pasado como potencia de primer rango y su cultura. Y esta carencia educativa se ve mayor si se compara con una actividad cultural brillante en cuanto a las minorías artísticas e intelectuales; pudiéndose hablar, también en este caso, de “dos Españas”(3).

Retrato de Luis Bello

En este contexto de regeneracionismo ilusionado y preocupado y en el grupo de la Institución Libre de Enseñanza, se sitúa Luis Bello, autor de un largo Viaje por las escuelas de España (4), que voy a comentar parcialmente en este trabajo. El texto en que nos centraremos es en el que relata su viaje a Andalucía (5) y, más concretamente, dentro de la provincia de Málaga, a algunos pueblos del Valle del Guadalhorce: Pizarra, Casarabonela y Álora. Pero antes del entrar en detalle sobre el viaje de Bello por el Valle, bueno será recordar quién era Luis Bello, un hombre hoy quizá no todo lo recordado que se merece, pero que tuvo en su tiempo una relevancia considerable como político, escritor y periodista.

Luis Bello y Trompeta nació en Alba de Tormes en 1872 y murió en Madrid, durante la etapa final de la República, en la que participó políticamente, en 1935. Aunque su vida no es demasiado larga, alcanza una época de turbulencias históricas –crisis de la Monarquía, Dictadura, República- que él vivió con toda intensidad. Su trayectoria personal, en sus distintas direcciones, podría servir de resumen de las inquietudes intelectuales y sociales de su tiempo. Sus vinculaciones y trayectorias vitales fueron múltiples: estuvo vinculado con el krausismo y la Institución Libre de Enseñanza; también se le relaciona (su realismo, su interés por el paisaje y las gentes de los pueblos de España) con el grupo del 98 (6); luego se incorpora al grupo de intelectuales orteguianos, en la Liga para la Educación política y en la revista España; de esta tendencia progresista y reformista surgirá el diario El Sol, en que participa Bello y donde publica sus crónicas del Viaje, durante la dictadura de Primo de Rivera. Con la llegada de la República (1931) participa activamente en política, en el grupo azañista. Fue miembro de la Comisión Constitucional, vocal del Patronato de Misiones Pedagógicas y ocupó un cargo clave y polémico en los primeros años de la República: la presidencia de la Comisión para el Estatuto de Cataluña. Para sopesar la importancia de Bello en su época he rastreado en el testimonio de un testigo de excepción: Manuel Azaña, en cuyo partido militó Bello, y que en sus diarios de los años cruciales de 1932 y 1933 lo cita profusamente (7). Vemos, por ejemplo, a nuestro autor protagonizando un debate con el ministro de Instrucción Pública, el socialista Fernando de los Ríos, a propósito de la política de construcción de centros del Ministerio, que Bello deseaba menos dada a las actuaciones espectaculares y más atenta a la enseñanza básica y la alfabetización. Bello entonces dirige el diario Luz y el mismo Azaña reconoce que actuaba con independencia de cualquier directriz partidista (8). Aunque Azaña no es persona que prodigue elogios, en su obra la figura de Bello se presenta, más que como un político, como un periodista que tiene un poderosa influencia (lo que hoy llamaríamos un “líder de opinión), siempre preocupado por los temas educativos.

 

Una mirada atenta a las escuelas del Valle del Guadalhorce

Este hombre es el que idea uno de los proyectos periodísticos más ambiciosos de la época: visitar las escuelas de España, conocerlas de forma directa y personal, en un periplo que él pensaba realizar en más de una década. Comienza su viaje por Andalucía en 1926, después de haber visitado zonas de Madrid, Castilla y León y Asturias. Bello llega a Andalucía conociendo el gran problema de analfabetismo que asola esa tierra, unido a un endémico atraso social y económico. Conoce y cita en varias ocasiones las estadísticas realizadas por Lorenzo Luzuriaga (9), que dejan clara una abismal diferencia entre el norte y el sur en materia de alfabetización. Andalucía presenta una cifra de analfabetos de 66,26%, frente, por ejemplo, a Castilla la Vieja (34,88%) y León (37,60%); prácticamente el doble. Pero, aunque estas cifras son descorazonadoras, en su viaje andaluz Bello va a estar muy atento a las bellezas del paisaje y a las buenas cualidades de la gente. Va a hacer muchas observaciones sobre las costumbres y riquezas naturales y culturales de estos pueblos y en ningún momento dejará de admirar todo lo que de bueno ofrece la vida en estos lugares. No se tiñe de negro su visión de los pueblos andaluces, sino de un verde esperanzado, mostrando un agudo poder de observación y una sensibilidad de artista para descubrir los detalles del paisaje y las cualidades de la gente.

Portada del libro de Luis Bello

Una etapa de su periplo andaluz es el viaje que emprende desde Málaga y que recorre Pizarra, Casarabonela y Álora, para luego regresar a la capital. Estos viajes se reflejan en tres artículos publicados, como toda la serie, en El Sol, con fechas 2, 4 y 6 de agosto de 1926 (10). Luego, de regreso a Málaga, vuelve a referirse a la zona (11) en una especie de recuerdo y recapitulación de lo visto. Emprende su viaje con la inquietud de unas cifras preocupantes en cuanto al analfabetismo; las cifras que conoce a través de la citada obra de Luzuriaga. En los años 20, concretamente en la dictadura de Primo de Rivera, el tema educativo adquiere una peculiar importancia; y sobre todo el problema del analfabetismo y de la enseñanza primaria, visto por algunos como un problema dramático. No faltan testimonios del estado lamentable de la enseñanza y de sus urgentes necesidades (12). Sin embargo –observa Bello-, estos pueblos del Guadalhorce, a pesar de su analfabetismo endémico, no son lugares remotos y casi incomunicados, como otros que ha encontrado por España. Álora tiene estación de ferrocarril y Casarabonela comunicación –buena, para la época- por carretera. Además, Bello no va a descubrir esa Andalucía de jornaleros hambrientos que describe Azorín en Los pueblos, o que Blas Infante recordaba de su niñez. Parece que esta pobreza va a concentrarse en un solo lugar: la escuela.

Comienza su periplo por el Valle en Pizarra, viajando desde Málaga. La escuela está en la “Casa de la Villa” (Ayuntamiento), cerca del calabozo municipal. Bello encuentra en Pizarra el mismo panorama que luego va a repetir en los demás pueblos del Valle: pobreza, abandono en los centros escolares y unos maestros heroicos que, a contracorriente de todas las dificultades, hacen su trabajo con una enorme vocación. Aparte de la pobreza en la que se encuentra la escuela –única en el pueblo- hay una observación sobre el régimen casi feudal en que se haya el pueblo, pues la práctica totalidad del mismo es propiedad del conde de Puerto Hermoso; y hasta hace un siglo las casas pagaban censo al conde, dueño de toda la propiedad, sin embargo, a pesar de todos estas calamidades –siempre este claroscuro de una visión que no se resiste a abandonarse al pesimismo-, “la vega es deliciosa” (13). Si en el caso de Álora y Casarabonela destaca la riqueza del pueblo, en Pizarra observa una población que vive “míseramente” e incluso nos da el detalle de lo que ganan los jornaleros: de dos a cuatro pesetas, pero otras veces seis o siete reales.

Bello sale de Pizarra y se dirige a Casarabonela vadeando el río, ya que el puente está en reparación. Se muestra muy sensible a los encantos del lugar y los describe con la maestría de un paisajista. Pero llega a este pueblo con la idea previa de unos datos terribles: Casarabonela, junto con el pueblo jiennense de Santiago de la Espada tiene los índices de analfabetismo más altos de España, 92,20% y 92,80% respectivamente (14). Constituyen, según Bello, “la sede hispánica de la ignorancia absoluta” (15). Sin embargo, esta sede del iletrismo resulta ser un lugar agradable. “Imposible encontrar un jardín más bello que el parque natural de Casarabonela; ningún pueblo ha sabido buscar tan buen emplazamiento” (16). Llega a la plaza de la Veracruz, que aún existe con ese nombre. Allí visita al maestro, don José Villegas Mingorance. La escuela, lo que era frecuente en la época, está en la misma casa del maestro. Las condiciones materiales del centro educativo, igual que ha encontrado en Pizarra, son paupérrimas. A pesar de la limpieza con la que la mantiene el maestro, “¡es tan pobre!, ¡tan humilde! El techo, de cañas. Si llueve, caen goteras y hay que retirar algunos pupitres” (17). En la escuela no hay espacio para todos. “¿Cuántos muchachos cabrán allí? Cuarenta, lo más. Pero hay matriculados ciento dos, y asisten ochenta” (18). Bello se pregunta por qué esta situación de postración educativa y el elevado nivel de analfabetismo, qué causas provocan este negro horizonte de incuria y abandono.

Escuela de Pizarra

Bello cubre, a continuación, su tercera etapa por el Valle: visita Álora usando la línea ferroviaria Córdoba-Málaga. Aquí la descripción del paisaje alcanza un tono poético casi inigualado en todo el libro. “Muy insensible ha de ser quien no llegue confortado y tonificado a los naranjales de Álora. Y muy indiferente quien no vea surgir con extrañeza y con curiosidad la peña de Álora, rematada en lo alto por los murallones de un castillo en ruinas, un castillo de endriagos y fantasmas, todo él enjalbegado de blanco” (19). Igual que en Casarabonela, Bello ve en Álora una ciudad rica. “Álora se muestra como una villa próspera y rica, digna capital de una comarca feracísima, con tradición señorial que no le ha impedido actuar en la vida moderna de los negocios y de la industria” (20). Hace el autor algunas observaciones interesantes sobre el paisaje urbano de la ciudad: “Calles bien cuidadas, casas amplias, de gran aspecto, no de estilo rudo y serrano que acabamos de ver en Casarabonela, sino del tipo malagueño, ya con influjo levantino” (21). Sin embargo, en esta visión amable de la próspera villa, el autor encuentra, en la plaza, junto a la iglesia, la escuela; ya ahora la pluma de Bello se tiñe de pesimismo: se trata de un lugar insalubre y desagradable, en el que los cuatro maestros de pueblo (22) sobreviven como pueden. Si en Pizarra la escuela estaba lindante con la cárcel y en Casarabonela la techumbre de caña dejaba pasar la lluvia, en Álora un vaho de letrina hace el aire irrespirable. Hace Bello la triste reflexión de que ese mismo patio, si fuese propiedad de cualquier vecino, aunque se tratase de uno humilde, estaría “convertido en un vergel”(23); en cambio, para la escuela tenemos “esas losas rotas, ese piso de yeso, húmedo o polvoriento, esos escalones desenladrillados”(24). Sale a recibirlo un maestro joven (“pálido, fatigado, con los ojos brillantes de la fiebre”) (25) que informa a Bello de las condiciones insanas en las que trabajan. Un rato después, observa a los alumnos en la salida. “No he visto salir en ninguna parte a los niños como en la escuela de Álora. Parece que pesa sobre ellos y los acobarda la fiebre que brilla en los ojos del maestro enfermo”(26). Hay, no obstante, un rayo de esperanza al final del artículo. Los maestros informan al periodista de un proyecto de grupo escolar en el otro extremo del pueblo, en la zona del Calvario, en unos terrenos cedidos por médico malagueño D. Sebastián Pérez Subirón. Este proyecto sería más tarde el grupo escolar “Díaz Lanzac”, donde estudió el autor de estas líneas hasta 1968 (año en que ya estaba bastante ruinoso, con vigas de madera sosteniendo algunos muros y parte de la techumbre) y que luego sería, en construcción nueva, el Colegio Público “Miguel de Cervantes”, abierto en la actualidad.

Bello da una serie de datos curiosos sobre la ciudad. Menciona la ermita del Calvario, luego perdida y hoy reconstruida en otro lugar. Hace una descripción de los cultivos del lugar: la zona de los “lagares” (Bello usa este topónimo) plantada de almendros, aunque, dice, había allí olivos antes de la guerra; y en el valle, naranjos y limoneros, olivos y distintas especies de frutales. Una última curiosidad: aparece la palabra “perote” como gentilicio familiar y burlón de los aloreños (27). Pero, a pesar de todas estas curiosidades, que haría del artículo un capítulo del típico “libro de viajes” con curiosidades etnográficas, la conclusión es triste. La conclusión, que puede aplicarse a cualquiera de los tres pueblos visitados, puede resumirse en esta frase: “¿Quién concibe que en Álora haya estancias tristes, oscuras, lóbregas y que toda la ruindad, toda la miseria de la villa se haya concentrado en el lugar que destina a la educación de sus hijos?”(28). En una palabra: llama la atención del autor el desfase, la gran contradicción, por un lado, entre un entorno natural, una economía y hasta unas cualidades humanas propicias para el desarrollo humano y cultural y, por otro, el abandono en que se encuentra el primer y fundamental factor de este desarrollo: la educación. “¿Qué nos falta aquí? –se pregunta en Casarabonela-. Tendremos una buena mesa, estoy seguro; nos recibirán gentes amables. Por todas partes descansarán nuestros ojos sobre cosas gratas –como sea la escuela-”(29). “Hay allí para todo, menos para la escuela”(30).

 

Las raíces del problema

En los artículos citados tenemos una magnífica descripción de estos pueblos, con un buen cúmulo de datos, algunos de gran interés. Sin embargo, el objetivo de las visitas de Bello no es hacer un estudio etnográfico, geográfico o literario, sino que él mismo nos explica claramente cuál es su pretensión. “Si vengo a Casarabonela y Álora es precisamente para explicarme esas cifras [las del analfabetismo]”(31). La respuesta –piensa Bello- no es fácil ni clara. Él mismo advierte que estaría abierto a cualquier sugerencia que le aclare este problema: “Si algún día oigo en cualquiera de estos lugares un razón buena, me alegraré de verdad y la publicaré”(32).

Escuela de Cártama

No hay, en principio, causas que llamaríamos objetivas para explicar esta situación de crisis y abandono. No hay una visión economicista o ambientalista del tema (lo que sería normal en un hombre de izquierdas de los años 20 y 30), una visión que atribuya la penuria educativa a las carencias económicas o a un medio natural sin posibilidades para el desarrollo y la riqueza. Por el contrario, en Álora, por ejemplo, encuentra una escuela insana y ruinosa en un pueblo rico en la agricultura, en el que el autor advierte casas de considerable prestancia, en un paisaje bello y rico. De forma parecida, en Casarabonela, la belleza de un paisaje rico y una población alta para la época (4.530 habitantes, prácticamente el doble del actual (33)), van unidos a uno de los porcentajes de analfabetismo más altos de España. “Pueblos bravíos –dice-, sin desbastar. Pueblos sin letras, que, a pesar de su inconcebible atraso, viven con holgura y se defienden bastante bien”(34). No parece, pues, que la incultura sea fruto de la pobreza económica, más bien ocurre lo contrario. Tampoco hay una causa que llamaríamos “humana”. No son los habitantes de estos pueblos gente mal dotada en su ingenio, sino todo lo contrario. Bello habla del “sentido práctico”(35) de estos hombres para su labores comerciales y agrícolas. La cultura, la educación, la simple alfabetización no son necesarias para desenvolverse en la economía rural, en un sistema productivo y de mercado bastante simple. Además de esta falta de necesidad, la cultura está carente de prestigio. En Casarabonela sospecha el autor que algunos de los que saben escribir se declaran en el censo como analfabetos. “¿Cómo, si la asistencia [a la escuela] es numerosa, y no de ahora, sino de hace años, hay en Casarabonela tan poca gente que sepa leer? ¿Es que se les olvida? ¿Tendrán la sinceridad de confesarlo al llenar las casillas del padrón para el censo? No. Ya me lo han explicado aquí. Muchos contestaron por capricho que no sabían leer”(36). La raíz, la causa profunda del analfabetismo es la falta de conciencia de la necesidad de la cultura y, en última instancia la falta de prestigio de la cultura y la alfabetización en el mundo rural.

 

Conclusiones: una visión objetiva y entrañable

El título de este epígrafe pretende resumir la visión que de la escuela del Valle tiene nuestro autor. Se limita prácticamente a observar y describir, a poner de manifiesto las patéticas condiciones materiales y laborales en que se realizaba la labor de los maestros, que son para él unos héroes de nuestro tiempo. No entra Bello en los grandes debates educativos, que tan presentes y tan enconados están en la España de finales del XIX y principios del XX; debate que se volverá realmente virulento en la época de la República. Algunos temas se repiten en este largo debate, como la oposición entre escuela pública y privada o la oposición entre enseñanza laica o religiosa y la relación del analfabetismo con la situación de una sociedad atrasada y enquistada en el clasismo social más rígido, en el caciquismo, en una situación que –como en el caso de Pizarra- se presenta casi como feudal.

Luis Bello. Nuevo Mundo, 4 mayo 1928

A pesar de que, por su biografía política y por su ideología, Bello se sitúa en el bando laico y progresista (lo que hoy sería un hombre de centro-izquierda o socialdemócrata) no hay en él un visión partidista -y mucho menos, sectaria- del problema educativo, lo que en su tiempo era muy frecuente, en uno y otro bando. Esta moderación y falta de sectarismo es una característica frecuente en los hombres de la Institución Libre de Enseñanza; el mismo Giner suscitaba simpatías entre derechas e izquierdas y nunca fue hiriente o radical en sus planteamientos y críticas. Incluso los institucionalistas que militaban en la izquierda –como Fernando de los Ríos o Julián Besteiro- eran, en el contexto radicalizado de la época, hombres moderados. Se limita a constatar las condiciones materiales de la escuela de su tiempo y a tomar contacto humano y cordial con los protagonistas de esta penuria, con los maestros.

Las conclusiones de lo expuesto las saca el lector prácticamente por sí mismo, sin que tenga que mediar casi ningún comentario del autor. Bien es verdad que el miedo a una censura y a represalias gubernativas podía ser real en tiempos de la Dictadura de Primo de Rivera, que vive sus últimos momentos en esta época. Este miedo podía llevar a que no se haga una crítica abierta o cargada con tintes políticos. Pero, aparte del miedo a la censura –justificado- pienso en que el talante de Bello es el de un hombre dialogante y abierto, que huye de las simplificaciones maniqueas y sabe admitir los méritos del adversario. Esta posición antidogmática se muestra que, más que responder preguntas o apuntar soluciones, plantea las preguntas, para que calen en la conciencia del lector: “¿Por qué no saben leer? ¿Por qué no hacen escuelas?” Bello no encuentra una respuesta lógica. “Si algún día oigo en cualquiera de estos lugares una razón buena, me alegraré de verdad y la publicaré”(37). Pero esta objetividad no se convierte en frialdad; por eso a lo de “objetivo” uno lo de “entrañable”. Hay una visión humana, personal, casi poética del problema; visión centrada en los alumnos, pero de forma especial en los profesores, a los que conocemos con nombres y apellidos y de los que sabemos las duras condiciones en las que trabajan. Entre la prosa objetiva y descriptiva de Bello, en la que se mezclan detalles costumbrista y paisajísticos que nos recuerdan a Azorín, no puede ocultarse una veta de simpatía por estos maestros, que trabajan más por la fe y la vocación que por las ventajas materiales y que son los auténticos, sufridos y silenciosos héroes de toda esta historia.

 

Tomás Salas

Profesor de Lengua y Doctor en Filosofía y Letras

 

Bibliografía

Los textos consultados, y citados en parte, en este trabajo son los siguientes:
– Araquistain, Luis: “Homenaje necesario. Por Luis Bello”, en El Sol (2 marzo 1928).
– Azaña, Manuel: Diarios. 1932-1933, Barcelona, Crítica, 1997, introd. de Santos Juliá.
– Azorín: “Un misionero”, pról. a III vol. de Viaje por las escuelas de España, Madrid, Espasa-Calpe, 1927.
– Barrios, Ángeles y Sánchez, Manuel: El reinado de Alfonso XIII, vol. XI de Historia de España, Madrid, Espasa-Calpe, 1999.
– Bello, Luis: Viaje por las escuelas de Andalucía, Sevilla, Junta de Andalucía, col “Escuela siglo XX”, ed. de Luis Escolano Benito.
– Gil Carretero y Rodríguez Garrido: Causas y remedios del analfabetismo en España, Madrid, 1955.
– Jiménez, José F. y Burgos, Manuel: Los institutos de bachillerato en Málaga, Málaga, Junta de Andalucía, 1994.
– Jiménez-Landi, Antonio: La Institución Libre de Enseñanza, II, Período parauniversitario, Madrid, Taurus, 1987.
– Luzuriaga, Lorenzo: El analfabetismo en España, Madrid, Imprenta Cosano, 1926, 2ª ed. (la 1ª ed. de 1919).
– Pérez Galán, Mariano: La enseñanza en la Segunda República, Madrid, Mondadori, 1988.
– Soria Medina, Enrique: Andalucía. Datos para su historia (1900-1979), Sevilla, Augusto Llorca Fernández, 1980.
– Tuñón de Lara, Manuel: Medio siglo de cultura española (1985-1936), Madrid, Tecnos, 1999.

(Fotos del autor)

Notas


 

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