Corcira, el Corfú actual, es el lugar donde se desencadenó la primera guerra civil entre los griegos. Las consecuencias, como en todas ellas, fueron terribles: “la muerte se presentó en todas sus formas, y no hubo exceso que no se cometiera” recuerda Lorenzo Silva en El mal de Corcira parafraseando a Tucídides. Pero, ¿qué tiene esto que ver con un argumento de las novelas del ya subteniente Bevilacqua y su equipo de la UCO en la Guardia Civil?
La historia principal de esta última entrega, en principio, no difiere mucho de otras tantas que componen la serie del subteniente ‘Vila’ (abreviatura que el propio personaje aconseja para los duros de oído): un asesinato, esta vez en Formentera, y los sutiles caminos de la investigación. Hasta ahí las similitudes. A partir de ahí el plus que nos entrega Lorenzo Silva en esta novela. Un arranque lleno de acción antecede a un desarrollo argumental que bien podría describirse como dos historias que, entrelazadas con la maestría del autor, conducen a la resolución de un caso especialmente complejo. A lo largo de las páginas del libro conoceremos mucho del asesinado, un ciudadano vasco en cuyo historial figuraba el haber sido condenado y preso durante muchos años por su colaboración con ETA, y de dos épocas en España, bien diferentes, que la autor desmenuza y analiza al amparo de las situaciones y los personajes que las viven.
El país de la parte final del segundo decenio del siglo XXI tiene poco que ver con el de los años 80, marcado por el azote de una ETA en el cenit de su macabra actividad terrorista. Lorenzo Silva profundiza en los personajes y sus razones en un ejercicio que revela un minucioso conocimiento de las situaciones, el funcionamiento de las instituciones y las organizaciones implicadas y los matices del encuadre social donde discurre la acción. A través, del relato del protagonista, como siempre en primera persona, los lectores tenemos la oportunidad, por fin, de conocer el bagaje que sustenta la desenvoltura profesional del subteniente Bevilacqua, desde sus años iniciáticos como número de la Guardia Civil en el País Vasco hasta la posición actual de jefe de equipo en la UCO.
La minuciosidad en la conducción de los hallazgos y el complejo perfilado de los personajes es una característica a la que Lorenzo Silva nos tiene acostumbrados, muy bien acostumbrados por cierto. Bevilacqua y la ironía reflexiva; Chamorro y la sensatez; Arnau y la fidelidad; Salgado y la eficacia; y, por encima de todos ellos, un Pereira al que la novela descubre y del que aporta por fin justificación. A ellos se unen, en esta novela como en las otras 10 + 2 de la serie (los 2 diferenciados son de relatos cortos), unos cuantos personajes, quizá pasajeros, pero que el autor hace imprescindibles en cada historia y a los que en ocasiones vuelve a traer a primera plana.
Lorenzo Silva no se ahorra trabajo a la hora de aportar las razones que mueven el comportamiento de los personajes, lo que añade verosimilitud y cercanía con ellos. La descripción histórica y social del entorno en cada situación de cada libro transfiere al lector esa información sin la cual la acción resultaría simplemente caprichosa. Conferir a los personajes opinión y posicionamiento respecto a lo que ocurre en la sociedad y el tiempo en donde están inmersos añade verosimilitud a su personalidad. Pero este bagaje con que el autor nos regala exige una labor previa de investigación exhaustiva y un esfuerzo de comunicación para el que solo los buenos escritores están capacitados. No puede ser casual, se piense lo que se piense de los premios literarios, que la serie de novelas de Bevilacqua y Chamorro tenga en su haber dos de los grandes premios de las letras españolas. El alquimista impaciente recibió el Premio Nadal en el año 2000 y La marca del meridiano el Planeta en 2012.
Seguramente estaremos de acuerdo en que el éxito de cualquier novela comienza en la comunicación íntima con su lector. Pasado ese mínimo pero fundamental detalle, si este efecto se confirma y se multiplica por los miles de lectores que la tengan en sus manos el resultado es auténticamente memorable, es decir, “digno de memoria”. En El mal de Corcira, al igual que en otros libros del autor (no puedo evitar mencionar uno de mis favoritos: Carta Blanca, VIII Premio Primavera de Novela en 2004), esa comunicación aflora por todas partes, y que el lector se debata entre una curiosidad insoportable por conocer el desenlace y una resistencia evidente por despedirse de los personajes a los que tantas horas ha seguido es una buena prueba de ella. En ese difícil equilibrio me encontraba yo ante las páginas finales del libro. Aun previendo que algún día no muy lejano, y con ello confirmo mi fidelidad confesada a la causa, volveré a recuperar las andanzas de Bevilacqua y Chamorro con otra entrega nueva, el cierre de esta última novela se acompaña de un punto de nostalgia. Y más si ya en las primeras páginas tienes la sensación de que esta última entrega podría muy bien ser la mejor de todas. Se reafirma la idea de Antoine de Saint-Exúpery que “solo se ve con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”.
Mª Ángeles Jiménez
Farmacéutica y miembro de la SEMA